Este III Domingo del Tiempo Ordinario viene un poco acelerado. Tanto la historia de Jonás
(primera lectura), como la invitación de Pablo (segunda lectura) o el anuncio
de Jesús (evangelio) están marcados por la urgencia. Pablo dice que “el momento es apremiante” (1 Cor 7,29).
Las primeras palabras que Jesús pronuncia en el evangelio de Marcos son para
afirmar que “se ha cumplido el plazo,
está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1,15).
No hay tiempo que perder. Hace ya bastantes años imaginé a Jonás
como si fuera un personaje de
finales el siglo XX. Hoy tendría que recrearlo de otra manera, pero dejemos las
cosas como están. En cualquier caso, siempre me ha atraído este personaje
legendario. Su peripecia nos ayuda a entender que las imágenes que solemos hacernos
de Dios (todos tenemos las nuestras) no coinciden con lo que Dios es. Ni el
Dios-juez ni el Dios-abuelo bonachón consiguen expresar el misterio de un Padre
que nos ama y que quiere lo mejor para todos sus hijos e hijas. Cada vez
entiendo más a quienes rechazan la existencia de Dios. Muchos son prisioneros
de falsas imágenes que los mantienen acogotados. ¿Quién puede creer en un Dios
castrador, o misógino, o arbitrario, o soberano absoluto, o computadora implacable?
Porque tendemos a crearnos un Dios a la medida de nuestros miedos, ansiedades o
prejuicios, es bueno que hagamos nuestro el salmo que se proclama en la
liturgia de este domingo: “Señor,
enséñame tus caminos, / instrúyeme en tus sendas: / haz que camine con lealtad;
/enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador”. Si no nos dejamos enseñar
por la Palabra de Dios, siempre acabaremos naufragando en el mar de nuestra
insolencia.
La rapidez
cinematográfica impregna también el relato de las primeras llamadas que Jesús
hace. Es increíble cómo en apenas cinco versículos se pueden decir tantas
cosas. El relato de Marcos es parco en palabras, pero exuberante en contenido. Lo
que nos cuenta no es solo el relato de lo que pasó con los primeros, sino el
guion básico de lo que sucede con cada uno de nosotros. Nos dice que Jesús
llama mientras camina junto al lago. No está detenido, sino en marcha. No busca
una ocasión solemne, sino que sorprende a las dos parejas de hermanos (Simón y
Andrés; Juan y Santiago) en la normalidad de la vida cotidiana, realizando su trabajo
de pescadores. La llamada no se anda con rodeos. Es escueta y clara. Los llama
para que estén con él (venid) y para hacerlos pescadores de hombres (id). Los
verbos venir e ir marcan la dinámica de todo seguidor de Jesús. Los cuatro
llamados tampoco prolongan su respuesta. Marcos tienen mucho interés en
subrayar que se dan prisa. Dejan inmediatamente (el adverbio es importante) sus vínculos afectivos (sus familias) y
laborales (su profesión de pescadores) y se marchan con él. El camino no se detiene.
Jesús llega a la orilla del lago caminando y se va de él del mismo modo. Las
llamadas se producen, pues, en “el camino de la vida” y expresan la urgencia del mensaje de Jesús.
Si es verdad que esta
historia es el guion de nuestra propia vida, convendría hacerse algunas
preguntas básicas para ver cómo se está rodando la película. ¿Noto que Jesús se
acerca a mí en la normalidad de mi vida cotidiana (en medio
del trabajo, la vida familiar o el descanso), o todavía añoro experiencias anormales,
llamativas, rompedoras? ¿Percibo su invitación a estar con él y anunciar el
Evangelio, o anhelo otro tipo de invitación más concreta que despeje todas mis
dudas con respecto al sentido de mi vida y a mi futuro? ¿Creo que todo tiene
que darse en la soledad de mi conciencia, o siento que el Señor me llama junto
con otras personas, que, en el fondo, aun siendo personal, la mía es también
una llamada colectiva? ¿Me cuesta desconectarme de mis vínculos afectivos y
laborales, o estoy dispuesto a hacerlo sin prolongar ad nauseam el discernimiento? ¿Estoy dispuesto a ponerme en camino
o, después de todo, prefiero la comodidad de mi situación actual? Las
respuestas no están escritas. En este punto el guion de la película permanece
abierto. Pero es importante que, de vez en cuando, las preguntas nos ayuden a
caer en la cuenta de que el tiempo apremia, de que no podemos repetir, una y
otra vez, “mañana le abriremos, para lo
mismo responder mañana”. Hay días en que nos damos cuenta de que no hay
tiempo que perder.
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