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domingo, 21 de enero de 2018

No hay tiempo que perder

Este III Domingo del Tiempo Ordinario viene un poco acelerado. Tanto la historia de Jonás (primera lectura), como la invitación de Pablo (segunda lectura) o el anuncio de Jesús (evangelio) están marcados por la urgencia. Pablo dice que “el momento es apremiante” (1 Cor 7,29). Las primeras palabras que Jesús pronuncia en el evangelio de Marcos son para afirmar que “se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1,15). No hay tiempo que perder. Hace ya bastantes años imaginé a Jonás como si fuera un personaje de finales el siglo XX. Hoy tendría que recrearlo de otra manera, pero dejemos las cosas como están. En cualquier caso, siempre me ha atraído este personaje legendario. Su peripecia nos ayuda a entender que las imágenes que solemos hacernos de Dios (todos tenemos las nuestras) no coinciden con lo que Dios es. Ni el Dios-juez ni el Dios-abuelo bonachón consiguen expresar el misterio de un Padre que nos ama y que quiere lo mejor para todos sus hijos e hijas. Cada vez entiendo más a quienes rechazan la existencia de Dios. Muchos son prisioneros de falsas imágenes que los mantienen acogotados. ¿Quién puede creer en un Dios castrador, o misógino, o arbitrario, o soberano absoluto, o computadora implacable? Porque tendemos a crearnos un Dios a la medida de nuestros miedos, ansiedades o prejuicios, es bueno que hagamos nuestro el salmo que se proclama en la liturgia de este domingo: “Señor, enséñame tus caminos, / instrúyeme en tus sendas: / haz que camine con lealtad; /enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador”. Si no nos dejamos enseñar por la Palabra de Dios, siempre acabaremos naufragando en el mar de nuestra insolencia.

La rapidez cinematográfica impregna también el relato de las primeras llamadas que Jesús hace. Es increíble cómo en apenas cinco versículos se pueden decir tantas cosas. El relato de Marcos es parco en palabras, pero exuberante en contenido. Lo que nos cuenta no es solo el relato de lo que pasó con los primeros, sino el guion básico de lo que sucede con cada uno de nosotros. Nos dice que Jesús llama mientras camina junto al lago. No está detenido, sino en marcha. No busca una ocasión solemne, sino que sorprende a las dos parejas de hermanos (Simón y Andrés; Juan y Santiago) en la normalidad de la vida cotidiana, realizando su trabajo de pescadores. La llamada no se anda con rodeos. Es escueta y clara. Los llama para que estén con él (venid) y para hacerlos pescadores de hombres (id). Los verbos venir e ir marcan la dinámica de todo seguidor de Jesús. Los cuatro llamados tampoco prolongan su respuesta. Marcos tienen mucho interés en subrayar que se dan prisa. Dejan inmediatamente (el adverbio es importante) sus vínculos afectivos (sus familias) y laborales (su profesión de pescadores) y se marchan con él. El camino no se detiene. Jesús llega a la orilla del lago caminando y se va de él del mismo modo. Las llamadas se producen, pues, en “el camino de la vida” y expresan la urgencia del mensaje de Jesús. 

Si es verdad que esta historia es el guion de nuestra propia vida, convendría hacerse algunas preguntas básicas para ver cómo se está rodando la película. ¿Noto que Jesús se acerca a mí en la normalidad de mi vida cotidiana (en medio del trabajo, la vida familiar o el descanso), o todavía añoro experiencias anormales, llamativas, rompedoras? ¿Percibo su invitación a estar con él y anunciar el Evangelio, o anhelo otro tipo de invitación más concreta que despeje todas mis dudas con respecto al sentido de mi vida y a mi futuro? ¿Creo que todo tiene que darse en la soledad de mi conciencia, o siento que el Señor me llama junto con otras personas, que, en el fondo, aun siendo personal, la mía es también una llamada colectiva? ¿Me cuesta desconectarme de mis vínculos afectivos y laborales, o estoy dispuesto a hacerlo sin prolongar ad nauseam el discernimiento? ¿Estoy dispuesto a ponerme en camino o, después de todo, prefiero la comodidad de mi situación actual? Las respuestas no están escritas. En este punto el guion de la película permanece abierto. Pero es importante que, de vez en cuando, las preguntas nos ayuden a caer en la cuenta de que el tiempo apremia, de que no podemos repetir, una y otra vez, “mañana le abriremos, para lo mismo responder mañana”. Hay días en que nos damos cuenta de que no hay tiempo que perder.





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