Repito con frecuencia
estas tres palabras porque me parecen una buena forma de resumir el estilo itinerante
de un misionero: “ligero de equipaje”. Así se titula también la biografía
del jesuita indio Anthony de Mello (1931-1987)
escrita por el jesuita español Carlos G. Vallés. Las historias de Tony de Mello
se hicieron muy famosas en los años 80 y 90 del siglo pasado. ¿Quién no ha utilizado
alguna de La
oración de la rana, por ejemplo? Ahora se cuentan menos. Nos hemos
vuelto un poco menos narrativos. Dominan las imágenes. En realidad, su biógrafo
tomó prestadas las palabras del título de la última estrofa del conocido Retrato que Antonio Machado hizo de sí mismo y que con tanta sensibilidad musicó Alberto Cortez y cantó también Joan Manuel Serrat. Los
versos son muy conocidos: “Y cuando
llegue el día del último viaje, / y esté al partir la nave que nunca ha de
tornar, / me encontraréis a bordo ligero de equipaje, / casi desnudo, como los
hijos de la mar”. Me emociona pensar que esta profecía se cumplió en el
propio Machado. Murió pobre y exiliado, en la soledad de Colliure, el 22 de
febrero de 1939. La extensa biografía que de él escribió Ian Gibson
lleva también el mismo título que la de Tony de Mello: Ligero
de equipaje.
Si algo he aprendido a lo
largo de innumerables viajes por todo el mundo es que se necesita muy poco para
viajar. Cuando llegué a Roma hace catorce años vine cargado con varias maletas
y cajas. Me parecía que iba a necesitar muchas cosas que había ido acumulando a
lo largo de los años, desde álbumes fotográficos hasta libros subrayados. Ahora,
a menos que tenga que llevar algo para alguien, no suelo facturar ninguna
maleta cuando viajo en avión. Me basta el equipaje de mano. Uno aprende a no
llevar más de lo necesario y, llegado el caso, a pedir ayuda a la gente del
lugar. No es tan fácil aplicar esta “política de la simplicidad” al viaje de la
propia existencia, pero es algo que se va aprendiendo con los años. De joven
uno tiende a acumular. Todo le parece útil y necesario. El paso del tiempo va
haciendo una selección natural de objetos y, a veces, también de personas. Uno
va madurando a medida que se va liberando de lo innecesario y se concentra
en lo esencial. No se trata de tener 2.000 amigos en Facebook sino de contar con la cercanía y el cariño de unos pocos constantes, fieles, respetuosos e incondicionales. Para ser sabio no es
necesario rodearse de una biblioteca inmensa, que casi nunca se consulta, sino
de tener a mano unos pocos libros imprescindibles e inspiradores. Los clásicos
acuñaron una fórmula latina que cada vez me parece más valiosa: non multa sed multum. Las cuatro
palabras se pueden verter al español así: “No se trata de acumular muchas
cosas, sino de vivir bien, de ir a lo esencial”.
Si uno entiende la vida
como un viaje, entonces se siente muy a gusto en la piel del peregrino. Dicen que
los artistas suelen viajar con muchas maletas porque necesitan hacer acopio de
trajes, joyas, perfumes, etc. A los peregrinos les basta una mochila y a veces un
bastón. Teniendo lo necesario, uno se siente más ágil y libre, más desapegado.
Ir “ligero de equipaje” es una bella metáfora para hablar de una vida sencilla,
ligera, esencial. En contra de lo que piensan los consumistas -que se agobian
si no tienen todo a mano- esta sencillez es fuente de tranquilidad y alegría.
Uno -como dice Jesús- no anda todo el día pensando en qué va a comer o cómo va
a vestir. Se concentra en lo que de veras importa: ser él mismo y amar a los
demás. Al final, en nuestro último viaje, solo nos llevaremos el amor que
hayamos regalado. Todo lo demás se quedará a este lado de la frontera.
Moriremos -como cantaba Machado- “casi
desnudos, como los hijos de la mar”. Admiro a las personas que se dan
cuenta de esto antes de que sea demasiado tarde.
Os dejo con una hermosa
canción del uruguayo Jorge Drexler
que canta a quienes caminan “ligeros de equipaje”, a quienes siempre están en movimiento.
yy
ResponderEliminar