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martes, 16 de enero de 2018

Hasta luego, Lucas

Creo que la expresión la acuñó hace años el recordado Chiquito de la Calzada. A mí me sirve para ponerla en labios de los jóvenes nacidos a partir de 1995 (la llamada generación Z) y que se han desenganchado de la Iglesia y de la religión. Me ha hecho pensar en esto un breve artículo del obispo estadounidense Robert Barron, auxiliar de Los Angeles,  titulado The Least Religious Generation in U.S. History (“La generación menos religiosa de la historia de los Estados Unidos”). Parte de la investigación realizada por la psicóloga Jean Twenge en su libro iGen, que lleva un larguísimo y provocador subtítulo: Why Today’s Super-Connected Kids Are Growing Up Less Rebellious, More Tolerant, Less Happy--and Completely Unprepared for Adulthood--and What That Means for the Rest of Us. O sea, en román paladino: Por qué los niños súper conectados de hoy en día crecen menos rebeldes, más tolerantes, menos felices y completamente faltos de preparación para la edad adulta, y lo que eso significa para todos nosotros. Reconozco que me falta experiencia directa. Hace muchos años que no trabajo con este sector infantil y juvenil. Por eso, no me fío de mis impresiones superficiales. Prefiero partir de algunos análisis objetivos hechos por personas que han estudiado el asunto, aunque, contradiciendo un poco lo anterior, lo que Twenge dice de los Estados Unidos hace tiempo que lo vengo intuyendo, más agudizado si cabe, en nuestra vieja Europa.

Twenge sostiene, con datos empíricos, que los niños y jóvenes de la generación iGen (es decir, de aquellos que han nacido ya con un teléfono inteligente o una tableta en la mano) están madurando mucho más lentamente que los jóvenes de generaciones anteriores. Estos últimos deseaban salir cuanto antes de su casa y emanciparse. A los de la generación iGen les gusta quedarse en casa con sus padres todo el tiempo posible, como si tuvieran miedo de ser adultos. Por otra parte, los teléfonos inteligentes los han encerrado en un mundo muy curvado sobre sí mismo. Muchos adolescentes y jóvenes prefieren enviar mensajes de texto a sus amigos antes que salir con ellos y hablar cara a cara. Parece que dos consecuencias claras de esta introversión inducida, de esta adicción a la pantalla, son la falta de habilidades sociales (muchos ni siquiera saben saludar o mantener una conversación prolongada) y la depresión. Por lo que respecta a su actitud ante la religión y la espiritualidad, la conclusión de Twenge, después de manejar tablas comparativas con generaciones anteriores, es descorazonadora: “La desvinculación de las generaciones jóvenes de la religión no se reduce solo a su desconfianza hacia las instituciones, sino que están desconectando completamente de la religión, incluso en sus corazones”. Por tanto, no es solo un problema institucional (desapego de las iglesias), sino intelectual y afectivo (indiferencia ante el hecho religioso o claro rechazo).

¿Por qué se ha producido esto? Twenge señala tres causas principales. La primera es la preocupación -casi podríamos decir la obsesión- de la iGen por la libertad individual. Desde niños, han crecido en medio de un inmenso supermercado en el que había una tremenda variedad de opciones en todos los ámbitos, desde la comida y la ropa hasta los aparatos electrónicos y los estilos de vida. Todos los productos culturales que consumen (canciones, vídeos, películas) los empujan a creer en sí mismos y a seguir sus propios sueños. Esta excesiva preocupación por uno mismo y el acento exclusivo sobre la libertad individual no preparan para el ideal religioso, que implica la entrega a Dios y a su voluntad. La segunda razón que aparece en las encuestas es que, según ellos, la creencia religiosa es incompatible con una visión científica del mundo. O crees en Dios o crees en la ciencia. La mayoría se inclina por lo segundo sin mayores explicaciones, como por impulso natural. Las dos primeras razones son típicamente modernas. Coinciden con las objeciones que, con diferentes matices, se vienen haciendo en los últimos tres siglos. Es como si las hubieran recibido por herencia. La tercera, sin embargo, me resulta sorprendente. Es típica del siglo XXI. Para muchos jóvenes, el cristianismo no es creíble porque, según ellos, promueve actitudes contrarias a las personas homosexuales. Uno de los entrevistados por Twenge resumió así su postura: “Me estoy cuestionando la existencia de Dios. Dejé de ir a la iglesia porque soy gay y no quiero formar parte de una religión que critica a los homosexuales”. No se trata ya de las conocidas objeciones a la doctrina de la Iglesia en relación con la sexualidad en general, sino, de manera específica, a su actitud ante las personas homosexuales. ¿Qué significa esto?

No sé si los padres y educadores jóvenes suscriben las conclusiones del estudio de la profesora Twenge. Me gustaría conocer su opinión y abrir un debate sobre ellas. En cualquier caso, constituyen una llamada de atención. Hacen que nos despertemos de nuestro letargo y busquemos el modo de comprender mejor lo que está sucediendo. Más allá de los indicadores visibles, hay una corriente subterránea, de largo alcance, que determinará el futuro. No creo que debamos contentarnos con ofrecer recetas precocinadas a lo que vemos hoy. Necesitamos buscar, junto con ellos, una respuesta a sus interrogantes más profundos, a esa corriente de fondo que los mueve, sin que, a menudo, ellos mismos sean conscientes. Yo estoy convenido de que el mismo Jesús que conquistó el corazón de un pescador galileo, un soldado romano, un monje medieval, un pintor renacentista, un filósofo moderno, un misionero del siglo XIX o un político del siglo XX, puede cautivar a los jóvenes de esta generación interconectada. Es cuestión de encontrar las claves justas. Como dice la carta a los Hebreos: “Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre” (Hb 13,8). Él sabe sorprendernos y llevarnos la delantera. A nosotros nos desaniman las encuestas y nos desorienta la novedad. Él “hace nuevas todas las cosas” (Ap 21,5). 



1 comentario:

  1. He vuelto a leer este post de ayer. Le estaba dando vueltas a la tercera causa por la que los mas jovenes se alejan de la religion y ayer precisamente el Papa Francisco en CHILE pedía perdón solemne por los abusos de muchos sacerdotes lo que no ha sido exclusivo de los chilenos. Es como dos caras contrapuestas; unos dicen que se van porque la religion catolica (no estoy seguro de si el estudio se refiere solo a los catolicos) les acusa, les trata mal y otros la abandonan porque les han maltratado. Se supone que esos no eran homoxesuales. Por otra parte, parece que el estudio habla del abandono de la religion en general y sin embargo la tercera razón se centra en los catolicos. En las otras religiones ¿no ha sucedido ni sucede nada de esto? Son bien acogidos pero no maltratados los que no son homoxesuales?
    Esa tercera razón produce extrañeza.

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