Creo que la expresión la
acuñó hace años el recordado Chiquito de la
Calzada. A mí me sirve para
ponerla en labios de los jóvenes nacidos a partir de 1995 (la llamada generación Z) y que se han desenganchado
de la Iglesia y de la religión. Me ha hecho pensar en esto un breve artículo
del obispo estadounidense Robert Barron, auxiliar
de Los Angeles, titulado The Least Religious Generation in U.S. History (“La generación menos religiosa de la historia de los
Estados Unidos”). Parte
de la investigación realizada por la psicóloga Jean Twenge en su libro iGen, que lleva un larguísimo y provocador
subtítulo: Why Today’s
Super-Connected Kids Are Growing Up Less Rebellious, More Tolerant, Less
Happy--and Completely Unprepared for Adulthood--and What That Means for the
Rest of Us. O sea, en román paladino:
Por qué los niños súper conectados de hoy
en día crecen menos rebeldes, más tolerantes, menos felices y completamente faltos
de preparación para la edad adulta, y lo que eso significa para todos nosotros.
Reconozco que me falta experiencia directa. Hace muchos años que no trabajo
con este sector infantil y juvenil. Por eso, no me fío de mis impresiones superficiales. Prefiero partir de algunos análisis objetivos hechos por personas que han estudiado el
asunto, aunque, contradiciendo un poco lo anterior, lo que Twenge dice de los Estados Unidos hace tiempo que lo vengo
intuyendo, más agudizado si cabe, en nuestra vieja Europa.
Twenge sostiene, con
datos empíricos, que los niños y jóvenes de la generación iGen (es decir, de aquellos que han nacido ya con un teléfono
inteligente o una tableta en la mano) están
madurando mucho más lentamente que los jóvenes de generaciones anteriores. Estos
últimos deseaban salir cuanto antes de su casa y emanciparse. A los de
la generación iGen les gusta quedarse
en casa con sus padres todo el tiempo posible, como si tuvieran miedo de ser
adultos. Por otra parte, los teléfonos inteligentes los han encerrado en un
mundo muy curvado sobre sí mismo. Muchos adolescentes y jóvenes prefieren
enviar mensajes de texto a sus amigos antes que salir con ellos y hablar cara a
cara. Parece que dos consecuencias claras de esta introversión inducida, de
esta adicción a la pantalla, son la falta de habilidades sociales (muchos ni
siquiera saben saludar o mantener una conversación prolongada) y la depresión.
Por lo que respecta a su actitud ante la religión y la espiritualidad, la
conclusión de Twenge, después de manejar tablas comparativas con generaciones
anteriores, es descorazonadora: “La desvinculación de las generaciones jóvenes
de la religión no se reduce solo a su desconfianza hacia las instituciones, sino
que están desconectando completamente de la religión, incluso en sus corazones”.
Por tanto, no es solo un problema institucional (desapego de las iglesias),
sino intelectual y afectivo (indiferencia ante el hecho religioso o claro
rechazo).
¿Por qué se ha producido esto? Twenge señala tres
causas principales. La primera es la preocupación -casi podríamos decir la
obsesión- de la iGen por la libertad
individual. Desde niños, han crecido en medio de un inmenso supermercado en el
que había una tremenda variedad de opciones en todos los ámbitos,
desde la comida y la ropa hasta los aparatos electrónicos y los estilos de
vida. Todos los productos culturales que consumen (canciones, vídeos, películas)
los empujan a creer en sí mismos y a seguir sus propios sueños. Esta excesiva
preocupación por uno mismo y el acento exclusivo sobre la libertad individual no
preparan para el ideal religioso, que implica la entrega a Dios y a su voluntad.
La segunda razón que aparece en las encuestas es que, según ellos, la creencia
religiosa es incompatible con una visión científica del mundo. O crees en Dios
o crees en la ciencia. La mayoría se inclina por lo segundo sin mayores explicaciones, como por impulso natural. Las dos primeras
razones son típicamente modernas. Coinciden con las objeciones que, con
diferentes matices, se vienen haciendo en los últimos tres siglos. Es como si las hubieran recibido por herencia. La tercera, sin embargo, me resulta sorprendente. Es típica del siglo XXI. Para muchos jóvenes, el
cristianismo no es creíble porque, según ellos, promueve actitudes contrarias a las personas homosexuales. Uno de los
entrevistados por Twenge resumió así su postura: “Me estoy cuestionando la existencia
de Dios. Dejé de ir a la iglesia porque soy gay y no quiero formar parte de una
religión que critica a los homosexuales”. No se trata ya de las conocidas objeciones a la doctrina de la Iglesia en relación con la sexualidad en general, sino, de manera específica, a su actitud ante las personas homosexuales. ¿Qué significa esto?
No sé si los padres y educadores jóvenes suscriben las conclusiones del
estudio de la profesora Twenge. Me gustaría conocer su opinión y abrir un
debate sobre ellas. En cualquier caso, constituyen una llamada de atención. Hacen
que nos despertemos de nuestro letargo y busquemos el modo de comprender mejor
lo que está sucediendo. Más allá de los indicadores visibles, hay una corriente
subterránea, de largo alcance, que determinará el futuro. No creo que debamos contentarnos
con ofrecer recetas precocinadas a lo que vemos hoy. Necesitamos buscar, junto con ellos, una
respuesta a sus interrogantes más profundos, a esa corriente de fondo que los
mueve, sin que, a menudo, ellos mismos sean conscientes. Yo estoy convenido de que el
mismo Jesús que conquistó el corazón de un pescador galileo, un soldado
romano, un monje medieval, un pintor renacentista, un filósofo moderno, un misionero del siglo XIX o un político del siglo XX, puede cautivar a los jóvenes de esta generación interconectada.
Es cuestión de encontrar las claves justas. Como dice la carta a los Hebreos: “Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre”
(Hb 13,8). Él sabe sorprendernos y llevarnos la delantera. A
nosotros nos desaniman las encuestas y nos desorienta la novedad. Él “hace nuevas todas las cosas” (Ap 21,5).
He vuelto a leer este post de ayer. Le estaba dando vueltas a la tercera causa por la que los mas jovenes se alejan de la religion y ayer precisamente el Papa Francisco en CHILE pedía perdón solemne por los abusos de muchos sacerdotes lo que no ha sido exclusivo de los chilenos. Es como dos caras contrapuestas; unos dicen que se van porque la religion catolica (no estoy seguro de si el estudio se refiere solo a los catolicos) les acusa, les trata mal y otros la abandonan porque les han maltratado. Se supone que esos no eran homoxesuales. Por otra parte, parece que el estudio habla del abandono de la religion en general y sin embargo la tercera razón se centra en los catolicos. En las otras religiones ¿no ha sucedido ni sucede nada de esto? Son bien acogidos pero no maltratados los que no son homoxesuales?
ResponderEliminarEsa tercera razón produce extrañeza.