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miércoles, 6 de diciembre de 2017

Hiperconectados, hipercontrolados

Me he topado por casualidad con una interesante entrevista a la ciberantropóloga estadounidense Amber Case. Considera que el mal uso de las tecnologías de la comunicación nos está esclavizando. No suena a nuevo, pero ella lo explica de manera original, evitando el discurso moralista. Propone un equilibrio entre la sabiduría de la naturaleza y los aportes de la técnica. Comparto su opinión. Yo, que soy un inmigrante digital, compruebo hasta qué punto muchos de mi generación y, sobre todo, los nativos digitales, están todo el día pendientes de los dispositivos móviles. Esta adicción crea una ansiedad enfermiza. Se me hace difícil entender a las personas que no se separan ni un segundo de su teléfono. Incluso durante el descanso nocturno lo dejan en la mesilla de noche como si algo importantísimo fuera a suceder mientras duermen. Esta hiperconectividad a las fuentes externas de información suele ir asociada a dificultades enormes para conectarse con el propio centro personal y con los demás. Este fenómeno ha sido ya muy analizado. Por paradójico que resulte, a mayor comunicación, menos comunión. Es como si en el campo de las relaciones estuviéramos viviendo una especie de inflación.

Pero no solo eso. La hiperconectividad implica también que somos más controlados. George Orwell se quedó corto con el Big Brother controlador que imaginó en su célebre novela 1984. Actualmente, Google sabe de nosotros más que nosotros mismos. En función de nuestras búsquedas, sabe lo que nos gusta, los lugares por donde nos movemos, las aplicaciones que nos hemos descargado y con las que perdemos el tiempo, las fotos que hacemos, las conversaciones que mantenemos a través de Skype o de otras plataformas, graba nuestras búsquedas por voz, … Naturalmente, todo esto se hace con un objetivo que parece plausible: ayudar a mejorar la experiencia de los usuarios de Google en los distintos servicios ofrecidos por el buscador más famoso del mundo. No hay por qué dudarlo, pero de ahí a la manipulación y al control hay una distancia muy pequeña. En manos de personas sin escrúpulos, podemos ser engañados, chantajeados y perseguidos. ¿Es esta la sociedad con la que soñamos? Una vez más, como ha sucedido siempre que ha habido avances tecnológicos, la técnica se muestra ambigua: puede servir para humanizarnos o para ahondar todavía más en todo aquello que nos deshumaniza; puede hacer un mundo más justo o  aumentar las discriminaciones y desigualdades.

Para todo necesitamos entrenarnos. No olvido una publicidad que vi en Filipinas en el lejano 1991. Se refería al uso de los ordenadores personales. Decía lo siguiente: “Primero los odias, luego te fascinan; finalmente, los comprendes”. Creo que puede aplicarse a cualquier dispositivo electrónico en general. Muchas personas (sobre, todo, mayores) se acercan a ellos con una actitud inicial de desdén: “Yo no necesito esto; buena gana de gastar el dinero; son juguetitos para los jóvenes”. Pronto pasan a la etapa de la fascinación: “Es increíble lo que se puede hacer con esto. ¡Hasta puedo ver a mi hija que está en Londres!”. Pocos entran en una etapa de uso inteligente, evitando caer en sus efectos adictivos. Es muy probable que haya que introducir en los planes de estudios alguna materia que ayude a hacer un uso inteligente de estos mecanismos para evitar que acaben dominándonos. Mientras tanto, no estaría mal adoptar algunas estrategias caseras: acotar tiempos en los que no vamos a usar el ordenador o el teléfono, evitar un uso infantil de WhatsApp con constantes mensajes insustanciales (sobre todo, en Navidad), etc. Entre un paseo por la red y un paseo por el bosque o por el parque, siempre es preferible el segundo.

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