En la sociedad
del entretenimiento, todo tiene que ser divertido: un partido de fútbol, una
manifestación… y hasta la declaración de independencia de un nuevo país. Parece
que si no te diviertes no estás en la onda. El “Pienso, luego existo”, habría
que sustituirlo por el “Me divierto, luego existo”. Es verdad que divertirse significa, en primer lugar, “entretenerse,
recrearse”. Pero, si tenemos en cuenta su etimología (el verbo latino “divertere”),
divertirse significa también “apartarse,
desviarse, alejarse”. Me parece que esto es lo que está sucediendo en nuestros
días. Nos estamos “divirtiendo” tanto, que nos hemos alejado del objetivo
principal de nuestra vida, hemos perdido el rumbo. De repente, escuchamos la
voz de Dios que nos invita a la fiesta de su Reino. Jesús lo cuenta con fantasía
oriental en la parábola (cf. Mt 22,1-14) que se lee en este XXVIII
Domingo del Tiempo Ordinario. Nosotros, que somos los convidados, “no
queremos ir”, “no hacemos caso”. Preferimos divertirnos marchándonos a nuestras
tierras y a nuestros negocios, eliminando (física o verbalmente) a los enviados
de Dios. Renunciamos a la gran fiesta del Reino para ocuparnos de nuestros minúsculos
asuntos. Nos molesta que Dios nos rompa los planes. Preferimos ir a lo nuestro. ¿No es ésta una descripción acertada de lo que estamos viviendo en
nuestro mundo europeo y americano?
Varias veces he
comentado en este Rincón que da gusto
celebrar la eucaristía dominical en África o en algunos lugares de Latinoamérica. La gente disfruta con la fiesta del
Señor. Disfruta encontrándose con otros hermanos y hermanas. Disfruta cantando
y bailando. Disfruta escuchando la Palabra de Dios. Disfruta participando en
las ofrendas. Disfruta comulgando el cuerpo y la sangre de Jesús. Disfruta, en
fin, celebrando la fe. La Eucaristía es una fiesta de la comunidad porque creer
es celebrar que nuestra vida le pertenece a Dios, que estamos en sus manos, que
él es – como canta el salmo responsorial de hoy – “nuestro pastor”. Por eso, aunque
caminemos por valles tenebrosos, no tememos, porque Él va siempre con nosotros.
Los africanos se toman al pie de la letra lo que proclama hoy el profeta Isaías:
“Aquel día, el Señor de los ejércitos
preparará para todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares
suculentos, un festín de vinos de solera; manjares enjundiosos, vinos generosos”.
Quien disfruta con la fiesta que el Señor nos prepara no necesita divertirse (es decir, apartarse,
desviarse, alejarse) con otras cosas: sus asuntos personales o las muchas
diversiones que la sociedad del entretenimiento nos ofrece. La Eucaristía no es
una diversión sino una recreación que nos pone a punto para afrontar el combate
de la vida.
Estoy viviendo
unos días con muchos frentes abiertos, sin apenas tiempo para ocuparme de este Rincón, que tengo un poco abandonado. Las 24 horas del día y de la noche no dan más de sí. Se
me ocurren muchos pensamientos al hilo de lo que estamos viviendo, pero no
encuentro la oportunidad de ponerlos por escrito. Soy consciente de que se
trata de momentos históricos, en el más genuino sentido de la palabra. A los
lectores americanos les extrañará que en repetidas ocasiones haga referencia a
la situación de Cataluña, pero, si lo hago, no es solo por lo que significa
dentro del contexto de España, sino por ser síntoma de un movimiento más
profundo que está sucediendo en Europa y que tiene que ver, entre otras cosas,
con el fenómeno de la globalización. Dentro de cuatro días viajaré a Barcelona
para participar en los actos de la beatificación
de 109 mártires claretianos en la basílica de la Sagrada Familia. Procuraré
compartir con los lectores del Rincón
lo más sobresaliente de esta experiencia, pero confieso que viajo con
preocupación. No se respira un ambiente de fiesta sino de gran tensión social,
que puede incrementarse en los próximos días, dependiendo de las decisiones políticas
que se tomen. No está en nuestra mano gestionar una crisis de grandes dimensiones, pero sí orar para que los más involucrados actúen con sensatez,
buscando siempre el bien común.
Puede parecer una
salida por la tangente, pero estoy convencido de que cuando aprendemos a
disfrutar de la fe, cuando aceptamos la invitación de Dios a participar en su
banquete, esta experiencia genera en nosotros tal vivencia de sentido, unifica
de tal manera todas las dimensiones de nuestra vida, que no necesitamos divertirnos con otras realidades. Solo
la adoración del verdadero Dios nos cura de las múltiples idolatrías que nos
circundan. Hay personas que han desistido de hacerlo porque lo consideran una pérdida
de tiempo. Hay otras que perseveran en el empeño aunque no vean resultados.
Algunas se convierten en guías. Una de ellas es santa Teresa de Jesús,
cuya fiesta celebramos también en un día como hoy. A ella le tocó vivir en un
siglo muy convulso. Tuvo muchas ocasiones para divertirse, para extraviar el rumbo, pero su fuerte experiencia de
Dios, no exenta de pruebas y tentaciones, la mantuvo centrada en lo único
necesario. Al final, pudo morir como hija de la Iglesia. El Nada
te turbe parece un himno escrito para nuestros tiempos agitados. Quizás
necesitamos volver una y otra vez sobre él: “Quien a Dios tiene, nada le falta,
solo Dios basta”. No hay nada que añadir.
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