Es un tópico
decir que lo primero que muere en una guerra es la verdad. La jornada del 1-O en Cataluña no fue una guerra en sentido estricto, aunque hubo algunas batallas,
pero constituyó un perfecto ejemplo de manipulación. Nadie gana hoy – ¿lo hizo alguien
alguna vez? – sin manipular la realidad en ventaja propia. Al día siguiente, o
sea ayer, se hablaba de desolación,
vergüenza,
juego
peligroso, culpa,
mentiras, exageraciones…
Es como si todos viviéramos el “síndrome del día después” y, tras un tiempo de silencio, necesitáramos decir
algo sobre lo ocurrido, una especie de logoterapia personal y colectiva. Los diagnósticos y
las soluciones son casi lo de menos. Sería demasiado racional. Lo que importa es el desahogo y, en algunos
casos, el ajuste de cuentas. Estamos en tiempos de pensamiento débil y de predominio de las emociones. A todos nos cuesta ser críticos con aquello que amamos y, todavía más, ser autocríticos. Pero hay que intentarlo para que se pueda producir el milagro del encuentro.
A mí el domingo y el lunes me pillaron muy ocupado, así que apenas pude seguir los medios de comunicación y, mucho menos, escribir mi entrada diaria en este Rincón. Hoy, que dispongo de un poco más de holgura y que he podido contrastar informaciones, quiero compartir algunos pensamientos deshilachados sobre todo lo que está sucediendo en mi querida Cataluña. La verdad es que no sé por dónde empezar a escribir, porque, de entrada, todo me resulta confuso y descorazonador. Algunos periodistas de la propia casa han criticado la política informativa que siguió RTVE. Al parecer, intentó minimizar lo del domingo, como si se hubiera tratado de algo de poca monta, cuando, en realidad, movilizó a cientos de miles de personas (¿cuántas?) por toda Cataluña. De TV3 no cabía esperar más que lo que lleva haciendo desde hace años: un apoyo descarado a la causa independentista bajo la etiqueta de actualidad informativa. Otras cadenas de televisión me parecieron más plurales, pero siempre hay intereses de por medio. Por otra parte, ¿quién puede ser objetivo en un asunto que ha despertado tantas pasiones?
A mí el domingo y el lunes me pillaron muy ocupado, así que apenas pude seguir los medios de comunicación y, mucho menos, escribir mi entrada diaria en este Rincón. Hoy, que dispongo de un poco más de holgura y que he podido contrastar informaciones, quiero compartir algunos pensamientos deshilachados sobre todo lo que está sucediendo en mi querida Cataluña. La verdad es que no sé por dónde empezar a escribir, porque, de entrada, todo me resulta confuso y descorazonador. Algunos periodistas de la propia casa han criticado la política informativa que siguió RTVE. Al parecer, intentó minimizar lo del domingo, como si se hubiera tratado de algo de poca monta, cuando, en realidad, movilizó a cientos de miles de personas (¿cuántas?) por toda Cataluña. De TV3 no cabía esperar más que lo que lleva haciendo desde hace años: un apoyo descarado a la causa independentista bajo la etiqueta de actualidad informativa. Otras cadenas de televisión me parecieron más plurales, pero siempre hay intereses de por medio. Por otra parte, ¿quién puede ser objetivo en un asunto que ha despertado tantas pasiones?
Todo me pareció hiperbólico, teatral, sobreactuado, como se dice ahora. Para algunos, se trató
de la fiesta de la democracia, abortada por la represión de las fuerzas
ocupantes, que ni siquiera tuvieron compasión de los niños y ancianos. Para
otros, se vivió un delito colectivo con ribetes de esperpento y una clara
provocación que buscaba fotos martiriales en favor de la causa independentista. Todo depende
del color del cristal con el que se mire. Pero en un asunto de esta magnitud no es posible ser equidistante. Conviene
llamar a las cosas por su nombre, evitando al máximo los eufemismos. Muchos ciudadanos (independentistas o no) cumplieron la ley y otros muchos se la saltaron olímpicamente con todo tipo de
justificaciones sentimentales y democráticas (la patria first).
Muchos policías cumplieron con profesionalidad el mandato de los jueces y algunos
se extralimitaron sin justificación. En ningún campo pueden pagar justos por pecadores.
A veces, para no tener que hacer un análisis objetivo de los hechos, lo más fácil
es dejarse llevar por la pasión y redondear por arriba. Se percibe con claridad
en ese “género literario” del millón
de manifestantes, que se repite cada vez que hay una concentración masiva.
No importa que se trate de una Diada
en Barcelona, de un acto de apoyo a las víctimas de ETA, de una manifestación
del Orgullo Gay o de una visita del Papa. El millón – medio millón arriba,
medio millón abajo, poco importa – siempre sale a relucir, hasta el punto de
que, con el paso del tiempo, hablar de un millón querrá decir simplemente hablar de que
había mucha peña, como cuando la Biblia habla de 40 años o 5.000 hombres. El millón ya no es una unidad
de medida matemática, sino puramente política; o, si se quiere, sentimental. A
las exageraciones, hay que añadir los muchos bulos
que se han hecho virales estos días en la redes. Total, que no es fácil
orientarse en este proceloso mar de la intoxicación desinformativa.
Y ahora, ¿qué?
Algunos medios catalanes pronostican que, tras el referéndum ilegal y bastante
chapucero, el Parlamento de Cataluña, siguiendo lo previsto en la famosa Ley de
Transitoriedad, proclamará antes del fin de semana la DUI (Declaración
Unilateral de Independencia), que se parece mucho a la sigla de los
dispositivos intrauterinos. Por su parte, el Congreso de los Diputados no
tratará el
asunto de Cataluña hasta el 10 de octubre, lo que se me antoja una eternidad,
vista la velocidad con la que se están atropellando los acontecimientos. ¡Quién
sabe lo que sucederá, al final, en este interminable juego de escaramuzas, que
más parece una persecución de policías y ladrones que una verdadera cuestión política! Personalmente, cada vez me inclino más a pensar que quienes han
estado en el meollo del problema (Puigdemont y Rajoy en la última fase, pero no
solo ellos), difícilmente pueden formar parte de la solución.
Cada uno de ellos va a repetir ad nauseam sus argumentos, no se va a mover un ápice de sus conocidas posiciones: el primero,
independencia sí o sí; el segundo, mantenimiento del orden constitucional a
fuerza de resoluciones judiciales y nada de planteamientos políticos. Uno se
comporta como un periodista exaltado. Quiere pasar a la historia como el Moisés
catalán, que conduce a su pueblo hasta la tierra prometida y luego se queda contemplando
la victoria desde el Monte Nebo de su dimisión, para dejar paso a un Josué organizador
de la nueva república. El otro actúa como un frío registrador de la propiedad.
Confía todo a la verdad de los papeles y al desgaste del adversario. El primero
se alegra de las dificultades del camino (incluyendo las cargas policiales), porque
así aparece con más heroísmo su gesta liberadora. El segundo minimiza los
porrazos de la policía porque de lo que se trata es de hacer cumplir la ley, a
pesar de la inhibición de los Mossos.
Cada uno de ellos se debe a su hinchada, que no espera sino que lleven hasta el
extremo sus respectivas posiciones. Cuanto peor, mejor. Cualquier concesión se
ve como una imperdonable traición. Solo queda huir hacia adelante hasta ver
quien resiste más (Rajoy), o a quien se le ocurre la escaramuza más ingeniosa
(Puigdemont). El domingo ya llovió
a cántaros, pero parece que no es suficiente. El personal tiene ganas
de más follón. Hoy está convocado un paro de país. Ya no necesitamos parlamentos. La calle se ha convertido en
el verdadero foro de actuación. Cualquiera (estudiantes, profesionales, etc.) puede representar su papel y
alcanzar su minuto de gloria con una estelada
a las espaldas y un clavel en la mano.
Ironizo por no
llorar. Las imágenes del 1-O me producen, como a otros muchos ciudadanos, una mezcla de tristeza, rabia y vergüenza.
Lo que más me escandaliza, aun siendo muy deplorable, no es la contundencia de
algunas actuaciones policiales (estoy acostumbrado, por desgracia, a ver cosas
parecidas cuando la policía italiana carga contra algunos manifestantes), sino
la constatación de un fracaso colectivo, y la voluntad ciega de persistir en las
causas que lo han generado, a pesar de la enorme fractura que está produciendo
en la sociedad catalana (incluyendo algunas comunidades religiosas) y de la desafección entre catalanes y españoles, aunque ambas vienen de atrás. Mientras el tiempo se nos va en estas luchas fratricidas, los verdaderos problemas sociales (desempleo y precariedad laboral de los jóvenes, pensiones de los jubilados, asistencia sanitaria universal, lucha contra la pobreza, etc.) quedan como aparcados, a la espera de que la soñada independencia actúe como varita mágica que permita resolverlos de la noche a la mañana. ¿No podríamos concentrar toda nuestra energía creativa en abordarlos solidariamente más que desengrarnos en cuestiones identitarias?
En
situaciones así, la gran tentación es soñar con la aparición estelar de un
líder carismático que reconduzca la situación por cauces racionales. Pero esto, además de ser extremadamente peligroso, supone fiar todo a la fortuna y eximirnos de nuestra cuota de responsabilidad. Quizás lo más eficaz sea que los actuales líderes políticos reconozcan
su fracaso y dejen paso a otros. Estos deberían convocar elecciones generales y autonómicas en las que, siguiendo
los cauces legales, los ciudadanos pudieran expresarse con libertad. Y luego, con el panorama más despejado, se podría practicar el cacareado y hasta ahora imposible diálogo. O sea,
cambiar para avanzar. Las heridas del pasado y del presente cicatrizan pronto
cuando se vislumbra un futuro alentador. Cuando éste solo prolonga las aporías
del presente, entonces las heridas no hacen sino supurar. No hay nada peor que
ver la realidad a través de una herida, porque entonces el mundo ya no es un
lugar habitado por seres humanos sino un campo poblado de víctimas y verdugos. O sea, la antesala del infierno. No estamos para estos desvaríos. Ya hemos consumido demasiado tiempo.
Buenos dias padre. Mucho de lo que ud escribe, es hoy vida en nuestros paises latinos; pareciera que la vida política es copy paist. Que tristeza.
ResponderEliminarComo siempre una gran ayuda y paz interior al leer y meditar las reflexiones con que nos ayudas cada día. Pero en el comentario de hoy tengo que discrepar con la equidistancia. Hay uno (y ya han cambiado a varios para seguir en lo mismo) que vulnera la ley con conciencia de estar haciéndolo y otro que defiende los derechos de todos los españoles. No es lo mismo tratar de matar que defenderse. Lo primero que los que pretenden romper la ley debían dejar claro para todos (incluidos los catalanes) es qué es lo que quieren dialogar. Que sepamos que es lo que quieren y que les parece tan injusto que no se les de. Los vascos querían cosas pero se sometieron a la ley y la respetaron aunque no salió lo que querían. Y esa unión entre tan distintos y tan contrarios en ideas solo puede conducir a lo que estamos viendo. Y hoy una huelga general y revolucionaria amparada por las propias autoridades. Maura dimitió en su día y ¿sirvió para algo?
ResponderEliminarEn efecto los desvaríos son un horror y como no sé como afrontarlos le pido a Dios que nos ayude a todos.
Estoy de acuerdo contigo. Expresamente digo en la entrada de hoy que no creo en la equidistancia. No es lo mismo cumplir la ley que vulnerarla, aunque sea so capa de "respeto al pueblo". Sin la objetividad de la ley, estamos siempre expuestos a las veleidades populistas o totalitarias. Gracias por compartir tu opinión.
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