Cuando afuera
aprieta el calor del estío, adentro se está fresquito. Los gruesos muros de
piedra actúan como aislantes térmicos. Se puede acceder al recinto por la puerta
principal, que da a poniente; o por la lateral, que da a mediodía. Ambas son de
difícil acceso, como si uno tuviera que esforzarse por llegar. No está
preparada para las personas con discapacidades motoras, aunque son muchos los
ancianos que, sacando fuerzas de debilidad, traspasan sus gruesos muros de
piedra. La puerta principal está coronada por una estatua de santa Ana. Desde
ella se ven la imponente nave central y las dos naves laterales. Al fondo, se adivina
el retablo dorado con el camarín de la Virgen del Pino en la parte superior de
la calle central. La entrada por la puerta de mediodía es más discreta. Una vez
superados los dieciséis escalones, uno traspasa el pequeño atrio de entrada, deja
a la izquierda el altar de las almas del purgatorio, el baptisterio y la
escalera que conduce al coro. Yo suelo usar este acceso todos los días de este mes de agosto por la
tarde. Permanezco sentado en un banco frente al retablo de la Inmaculada. A mi
derecha queda el de la Virgen del Carmen. A esa hora no hay nadie en la
iglesia; de vez en cuando, aparece algún turista. Algunos iluminan el retablo
con una moneda de un euro; otros se limitan a recorrer las naves laterales y a
hacer comentarios más o menos afortunados.
Estar solo en una
iglesia enorme de comienzos del siglo XVII es una experiencia única. Es como si
el tiempo se detuviera. No es necesario ser creyente para sentir que
necesitamos espacios como éste en medio del tráfago urbano. Estoy convencido de
que si todos tuviéramos la oportunidad de tener cada día un tiempo de silencio
en un lugar como éste viviríamos más afinados. Si uno es creyente, experimenta
que en el silencio se percibe de otra manera la voz de la conciencia y, a
través de ella, la voz de Dios. Sentado en el viejo banco de madera, caigo en
la cuenta de que en este lugar – la iglesia parroquial de Nuestra Señora del Pino – se han producido a lo largo de más de cuatrocientos años multitud de
acontecimientos. No sé cuántos miles de niños habrán sido bautizados, cuántas
personas habrán participado en la Eucaristía, cuántos matrimonios y funerales se
habrán celebrado. La vida del pueblo pasa por esta “casa de todos” que permanece
abierta casi de sol a sol, para que todo el que quiera pueda entrar sin llamar.
Si algún día las iglesias se convierten en recintos que siguen los protocolos
de los museos, habrán perdido su carácter popular.
En la
espiritualidad tradicional se hablaba, a menudo, de “la visita”. Hoy no se
utiliza apenas esta expresión. Con ella se aludía a la costumbre de entrar en
una iglesia y permanecer unos minutos en oración ante el Santísimo Sacramento. Creo
que deberíamos recuperar esta práctica. Cuando uno va o regresa del trabajo,
cuando hace la compra o sencillamente cuando pasa delante de una iglesia, puede
detenerse un momento, entrar y escuchar estas palabras invitatorias: “El Señor está aquí y te llama”. Bastan
unos instantes de silencio contemplativo. A veces, pueden brotar palabras de
arrepentimiento o de acción de gracias. Otras, quizás una música de fondo o la
fuerza expresiva de una imagen pueden evocar sensaciones que permanecen
latentes en nuestro interior. Tenemos que concedernos la oportunidad de escuchar
otros silencios, otras músicas… antes de que los oídos del corazón se atrofien
por completo. No son raros los casos de personas que han encontrado un nuevo
rumbo a sus vidas por la eficacia secreta de estas visitas breves y
enjundiosas. A veces, imaginamos itinerarios complicados cuando las cosas mejores suelen ser las más sencillas, las que están al alcance de la mano. No olvidemos que Dios es el alimento de los pobres. Estos no pueden permitirse lujos innecesarios.
Hola Gonzalo, me has recordado temas de mi infancia... Antes podías acudir a la iglesia del pueblo cuando querías, como tu comentas en la de tu pueblo, pero por diversas causas, la más esmentada es la de la seguridad, actualmente muchas iglesias, incluida la de mi pueblo permanecen cerradas todo el día, sólo se abren en momentos de celebraciones...
ResponderEliminarA veces, tenemos que recurrir a la naturaleza más cercana, donde hay silencio y allí también se encuentra Dios contemplando su creación.