Pasé el mes de
junio de 2014 en Venezuela. Pude visitar Caracas, Maracaibo, Mérida, Los Teques
y algunas zonas misionales en la zona del Delta Amacuro. Hablé con los misioneros
claretianos que viven en el país y con otras muchas personas, incluidos los
arzobispos de Caracas y de Mérida. La situación del país era ya muy tensa. La
escasez de productos básicos era palpable. El precio de la gasolina resultaba
irrisorio, mientras que el de productos básicos como el agua o la leche era
altísimo. Desde entonces, la situación no ha hecho más que empeorar. Se trata
de una guerra civil “a trozos”, expresión que el papa Francisco suele utilizar cuando
habla de la tercera guerra mundial en curso. Millones de personas están
sufriendo penurias económicas, acoso, vulneración de sus derechos, etc. Cada
vez que alguien de fuera del país hace alguna advertencia crítica sobre la
deriva autoritaria del régimen chavista, el presidente (in)Maduro enarbola el
micrófono y habla de nefastas injerencias extranjeras. Ha aprendido a usar –aunque
con menos estilo que su mentor Hugo Chávez– ese tipo de retórica ampulosa e
insustancial al que nos tienen acostumbrados los dictadores de todas las
latitudes. Creo que nadie como Charles Chaplin supo satirizarlos tan bien como
él lo hizo en su conocida película El gran dictador. Lo que, desde
fuera, suena ridículo e inhumano, desde las filas chavistas es aplaudido como
si se tratara de una nueva genialidad del “líder máximo”. Nadie sabe cómo va a
terminar la situación que ahora se está viviendo en el país, pero la tensión es
evidente. La Unión Europea, Mercosur y otros países no han reconocido los resultados de
las recientes elecciones. Otra luz roja se enciende.
No me gusta
pontificar sobre problemas complejos. Quizás algunos de mis amigos venezolanos
puedan sentirse un poco molestos de que alguien, desde fuera del país, se
atreva a emitir algún juicio sobre la situación, pero las cosas han llegado a
tal extremo que es peor el silencio que una voz un poco desafinada. Quienes
conocen bien la historia de Venezuela suelen reconocer que, en tiempos de
prosperidad económica, la corrupción y la desigualdad social eran rampantes.
Por eso, muchos saludaron el golpe de Hugo Chávez con simpatía y esperanza. Se insertaba
en la ola de movimientos revolucionarios que ha recorrido buena parte de
América y que muchas personas (entre ellas, numerosos religiosos) saludaron con
ingenua confianza.
Aunque pronto advirtieron su estilo caudillista, les parecía
preferible a la injusta situación anterior. Como todo dictador que se precie,
supo granjearse el apoyo popular con medidas asistencialistas (en muchos casos,
paternalistas) para los más pobres y continuas arengas contra el imperialismo
yanqui y el demonio del neoliberalismo. Hugo Chávez se consideraba una especie
de Simón Bolívar redivivo, hasta el punto de que todo lo que él representaba
llevaba el marchamo de bolivariano,
comenzando por el nombre oficial del país. Dominaba el arte de la oratoria
populista. ¡Hasta tenía el famoso programa televisivo Aló, Presidente, que en
su momento me pareció el colmo de la desfachatez y el populismo! Los años
dorados del petróleo le permitían ser una especie de rey Midas mientras el
tejido productivo del país se iba deteriorando sin remedio. Es difícil comprender
cómo en pleno siglo XXI un pueblo puede dejarse engatusar por estos
mesianismos, pero la realidad es tozuda y desmiente casi siempre las
previsiones razonables. La culta Alemania también cayó en las garras del
nazismo en los años 30 del siglo pasado, la España católica se enzarzó en una guerra civil y muchos norteamericanos acaban de
apoyar a Donald Trump con la esperanza de que los va a conducir a “hacer grande otra vez a América”. Los ejemplos podrían
multiplicarse. Los seres humanos tenemos una propensión innata a dejarnos
llevar por las emociones primarias sin sopesar sus consecuencias a medio y
largo plazo.
Es evidente que
sin petróleo las cosas no hubieran llegado hasta el extremo al que han llegado.
Es frecuente que en los países productores de petróleo (Rusia, Arabia Saudita, Estados Unidos, China, Canadá, Irán, Irak, Venezuela, Nigeria,
Angola, Guinea Ecuatorial, etc.) se hable a
menudo de si el oro negro es una bendición o una maldición, teniendo en cuenta
lo que ha sucedido en muchos de ellos. Los intereses internacionales en la zona
son evidentes. Desde hace décadas ya hay en Venezuela una “injerencia económica”
sin pudor. Me pregunto si en la situación actual cabe imaginar una “injerencia humanitaria”
que ayude al país a salir del atolladero en el que se encuentra y promueva la
reconciliación nacional.
El Vaticano lo ha intentado, pero, por el momento, no se perciben sus frutos. Fue Juan Pablo II quien aplicó a numerosas situaciones este
controvertido concepto de “injerencia humanitaria”. Comprendo que es muy peligroso,
pero nace de una comprensión del mundo como familia global y no solo como un
mosaico de estados completamente soberanos. ¿Puede permanecer el resto del
mundo con los brazos cruzados cuando en un país se vulneran gravemente los derechos
humanos en virtud del sacrosanto principio del respeto a la soberanía nacional?
El debate sigue abierto. Es verdad que las grandes potencias no tienen reparo
en intervenir cuando hay intereses de por medio, casi siempre el petróleo o
posiciones geoestratégicas. Por el contrario, cuando no hay nada que ganar,
toleran las masacres mirando hacia otro lado. En el caso de Venezuela, los
intereses son evidentes. A veces, tras un lenguaje políticamente correcto, se
oculta un afán depredador. Sin cerrar los ojos a esta realidad de la que no se
habla abiertamente, la OEA y la ONU tendrían que intervenir con más
contundencia para asegurar que el país no entre en una espiral de violencia que lo suma en la guerra abierta y la pobreza. Personalmente, sí creo en la
conveniencia –y aun en la necesidad– de este tipo de “injerencias” democráticas,
con tal de que no haya intereses espurios ocultos (como a menudo sucede) o no
se cobren peajes por ellas.
Muy buena entrada la de hoy, Gonzalo. No suelo manifestarme sobre ciertos temas, pero como tu dices, ahora es peor el silencio y el otro día me manifesté. Buen jueves
ResponderEliminarBuenos dias padre. Parte de mi familia politica es venezolana y conozco de su historia, soy colombiana residente en Guatemala. Ciertamente se vivio una corripcion tremenda hacia los principios de los 80.
ResponderEliminarPero se me enerva el alma oir el cinismo de la sra Delcy presidenta de la fraudulenta ANC hablar de que no existe una CRISIS DE HAMBRUNA SINO CRISIS DE AMOR. Este circulo dirigente tiene duro el corazon y adormecida la mentalidad de sus seguidores, comprados por asistencia paternal de Maduro y secuaces.
Desafortunadamente la OEA con su escaza o ninguna voz ha permitido estos abusos desde hace años. Se lo dije personalmentea un expresidente colombiano Cesar Gaviria en una conferencia en Gustemala. Ud como presidente de la OEA por que no exigio que se recontaran los votos en la 2da vez de la presidencia de Chavez. Ya se veia venir las consecuencias de la situación venezolana. Disculpe padre lo larga de mi nota.
Saludos Gonzalo: Desde este rincón de Venezuela (Mérida) viviendo también la situación de todo un pueblo y las contradicciones de quienes lo lideran... Un abrazo
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