Esta mañana he ido muy
temprano al aeropuerto de Fiumicino a esperar a un compañero que regresaba de
Nigeria. El termómetro del coche señalaba 18 grados de temperatura exterior.
Por fin, después de semanas ardientes, el mes de julio comienza con los cielos
cubiertos y una temperatura agradable, casi fresca. Son tantos los fuegos
encendidos -y no me refiero a los incendios forestales sino a los asuntos que
calientan la actualidad- que necesitamos una brisa suave que atempere nuestra
fiebre. Para mí, esta brisa es la meditación. He escrito varias veces en el blog
sobre este asunto. Alguna vez he hablado del arte
de escuchar el silencio, de la práctica de la meditación cuando uno dispone
de 40
minutos, incluso de la necesidad de estar
a lo que estamos. No quisiera ser repetitivo, pero me parece necesario
volver una y otra vez sobre este asunto. Desconfío mucho de las personas que no
cultivan su interioridad. Sus reacciones suelen ser superficiales e ineficaces.
Disparan soluciones y propuestas cuando no se han tomado tiempo para hacerse
cargo de las preguntas y rumiar alternativas sensatas.
Comprendo que muy pocas
personas disponen de una capilla silenciosa en la propia casa o de un lugar tranquilo a donde acudir
para este encuentro diario con uno mismo y con Dios. Sé por experiencia lo difícil
que es encontrar un espacio de silencio cuando se comparte una vivienda pequeña
con otras personas. Por otra parte, los horarios suelen estar tan sobrecargados de compromisos
o de bagatelas que parece casi imposible encontrar un tiempo noble para el
silencio y la oración. Todo esto es verdad. Pero también sé que los seres
humanos somos capaces de encontrar soluciones cuando algo nos interesa de veras.
Si en mi propia casa no dispongo de un espacio adecuado para la meditación,
puedo a ir a la iglesia más cercana, suponiendo
que no esté cerrada, que ése es otro cantar. Si la jornada está repleta de
actividades, puedo levantarme un poco antes para comenzar el día templando las
cuerdas de mi alma. Cuando uno siente la necesidad, encuentra también el modo
de satisfacerla.
¿Qué hacer en estos
tiempos robados a la vorágine del
día? Dejar que las aguas se remansen para ver con claridad lo que hay en el
fondo, apagar los fuegos que nos mantienen incandescentes, silenciar los ruidos
que nos impiden escuchar la voz que susurra dentro, oxigenar el cuerpo y el alma
para que la contaminación interna y externa no acabe con nosotros. Es, en el
fondo, un ejercicio de higiene personal. Sin él, acabamos siendo víctimas de
nuestros propios demonios interiores, veletas que se dejan orientar por
cualquier viento que sopla, personas que son llevadas al retortero por los medios
de comunicación o los creadores de opinión, sin criterios para saber qué
pensar, qué decir y, sobre todo, qué hacer. La sociedad del entretenimiento pretende
eliminar cualquier espacio de silencio para poder controlar mejor nuestros
pensamientos y deseos. Ni siquiera nos deja aburrirnos. Siempre hay alguna
oferta para rellenar los tiempos muertos, como si nuestro cerebro tuviera que
estar siempre funcionando al cien por cien. Una persona desgastada es
fácilmente manipulable. No interesa formar personas críticas sino fabricar
potenciales consumidores.
Los periódicos de estos
días están llenos de noticias sobre la maternidad
subrogada, el Orgullo
Gay, los acuerdos
Iglesia-Estado en España, el controvertido
referéndum catalán, etc. Sobre estos y otros temas abundan las opiniones
dispares. Es normal en las sociedades abiertas. Lo que no es tan normal es
sustituir los razonamientos por prejuicios, los debates por mítines y las preguntas por exabruptos. Pero,
como parece evidente, para razonar y debatir es preciso haberse hecho un juicio
personal sobre el asunto en cuestión. Y esto no se logra solo amontonando
información dispersa o bailando al son que más suena, sino dejando que las
emociones se moderen para poder discernir con objetividad y sosiego. Personalmente,
no me achanto ante una persona que tiene ideas muy distintas de las mías con
respecto a estos temas polémicos, pero me siento inerme ante quien dispara tópicos
y descalificaciones sin un mínimo de rigor. Entonces solo queda esperar a que escampe.
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