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domingo, 2 de julio de 2017

Dejar para recibir

El evangelio de este XIII Domingo del Tiempo Ordinario me toca muy de cerca. Parece el guion cinematográfico de mi propia vida. Con todo, no se refiere solo a quienes hemos optado por la vida religiosa. En realidad, creo que describe lo que les pasa a todas las personas que se toman en serio su fe en Jesús, que quieren ser “dignos de él”. Se da un juego de rupturas y adhesiones. Tienes que romper con la realidad pasada y adherirte a una realidad nueva. Cuando uno ha recibido el bautismo de niño y ha sido educado siempre en un ambiente cristiano no se percibe bien esta dinámica. ¿Con qué rompe un niño? Con nada. Da la impresión de que ser cristiano es simplemente vivir como siempre se ha vivido, seguir la costumbre. Pero cuando uno se bautiza de adulto -como está sucediendo cada vez con más frecuencia en las iglesias europeas- entonces la fe en Jesús supone dejar atrás una vida basada en otros valores y comportamientos. Uno se da cuenta de que la fe supone una ruptura con un estilo antiguo (a menudo basado en valores como la competitividad, la fama, el éxito, el placer, etc.) y una adhesión a otro estilo nuevo (centrado en el amor, en la entrega de la propia vida a Dios y a los demás). Hay un cambio, un salto. Uno paga un precio. Cuando Mateo escribe su Evangelio hay cristianos que están viviendo esta situación. A veces, creer en Jesús supone para ellos tomar distancia de una familia judía o pagana que no comprende o no acepta su opción. Por eso, Mateo recuerda con mucha claridad las exigencias de Jesús. Quien quiere seguirle tiene que estar dispuesto a ir más allá de los sacrosantos lazos familiares y afectivos y cargar con la cruz de una vida alternativa.

Hoy no se entienden bien estas exigencias. Quisiéramos compaginar el estilo de vida nuevo que propone Jesús con nuestros viejos hábitos. Soñamos vivir un estilo de vida sobrio y solidario, pero sin renunciar a la seguridad de nuestro dinero. Nos gustaría mantener relaciones con todo el mundo, pero siempre anclados en algunos afectos especiales que nos den cariño. Comprendemos la necesidad de estar disponibles para la misión de la Iglesia, pero sin dejar nuestros estudios, nuestro trabajo o nuestras ocupaciones. En otras palabras: hoy tendemos a bautizar el estilo de vida que llevamos más que a dejarnos cuestionar y transformar por el Evangelio.

Una anécdota. El viernes pasado invité a comer a casa a un joven periodista especializado en información religiosa. Entre otros temas, hablamos de la crisis de vocaciones sacerdotales y religiosas en la Iglesia de Europa. Él, hombre casado y con tres hijos, se preguntaba si los padres cristianos se alegrarían hoy de tener un hijo sacerdote o una hija religiosa. A él no le importaría, pero me reconoció que la mayoría de los matrimonios de su entorno no quieren ni oír hablar de esa posibilidad. Hablamos de familias cristianas. Los mismos que se quejan de que cada vez hay menos sacerdotes no están dispuestos a que alguien de su familia lo sea. Estoy convencido de que para muchos de nosotros el seguimiento de Cristo no nos ha exigido casi nada. Se ha convertido en una tradición, una segunda piel que llevamos sin mucho esfuerzo. Hemos sido capaces de compaginarlo con los sueños y aspiraciones de cualquier otra persona, con lo cual no se percibe en qué consiste su fuerza profética y alternativa. El evangelio de este domingo es neto, casi cortante. Jesús repite un par de veces que quien no está dispuesto a algunos sacrificios por seguirlo “no es digno de él”. ¡Qué fuerte! No es extraño que algunos le espetaran: “¿Por quién te tienes?” (Jn 8,53).

Pero no se trata solo de exigencias. La segunda parte desvela las promesas. Quien deja algo, encuentra mucho. La generosidad de Jesús es desbordante. El discípulo será acogido por muchas personas que verán en él o en ella al propio Jesús. Y nada de esto quedará sin recompensa. ¡Ni siquiera un simple vaso de agua ofrecido por nuestra condición de discípulos! He vivido lo suficiente como para haber acumulado infinidad de experiencias en las que estas palabras de Jesús se han hecho realidad. Personas que me han alojado en sus casas, que me han invitado a comer, que me han acompañado en viajes, que han ofrecido ayuda económica a las misiones, que me han escuchado, que se han interesado por mis cosas, que… La lista es interminable. Es verdad que seguir a Jesús implica despegarse del contexto familiar y a menudo estar lejos de los amigos. Pero también es verdad que Jesús va poniendo en nuestro camino a muchas personas que velan por nosotros porque nos tratan como si fuéramos Jesús. Es difícil explicar esto con palabras. Y más en un fin de semana en el que se han multiplicado las noticias de escándalos en el Vaticano y en otros lugares de la Iglesia. Pero esta es la hermosa realidad de la misión. Quien da recibe. Quien rompe con un estilo antiguo descubre otro nuevo. 

Os dejo con un vídeo que os puede llamar la atención. No juzgo. Simplemente comparto una experiencia que resulta bastante chocante.


1 comentario:

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