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sábado, 22 de julio de 2017

Apóstola de los apóstoles

El año pasado, tal día como hoy, le dediqué un post a mi amiga María Magdalena. Seamos precisos: a santa María Magdalena. No conviene quitarle su título de santa, aunque la novelística actual la quiera presentar solo como un personaje atractivo. La historia ha sentido fascinación por esta amiga y discípula de Jesús, por esta “apóstola de los apóstoles”. El interés no ha decaído. Pensando en ella y en su especial relación con Jesús, he recordado unas líneas que escribí hace algunos años. Son pura ficción literaria, pero construida a partir de muchos testimonios y experiencias reales. Imaginaba el encuentro entre dos célibes jóvenes (un religioso y una religiosa) en el incomparable marco de la Plaza Mayor de Salamanca. Ambos son amigos. Es probable que en algún momento hayan sentido una atracción mutua que ha puesto a prueba la verdad, solidez y belleza de su voto de castidad. No es necesario cerrar los ojos sino, más bien, abrirlos bien para aprender a interpretar esta gramática afectiva. Jesús no rehuyó la amistad de María Magdalena sino que la transformó en una preciosa historia de seguimiento. Cuando dos corazones se abren a un Amor mayor, todo se trasciende. Parece pura poesía, pero es la verdad de la vida. Os dejo con el relato.


Está atardeciendo. Las luces dan a la piedra de la Plaza Mayor su inconfundible toque dorado. Él tiene 24 años y viste así: zapatillas deportivas marca Reebok, vaqueros desgastados en el último campamento y una camiseta de algodón sin planchar en la que se lee: “Think globally, act locally”. Profesó hace algún año en una orden de solera. Cursa tercero de teología. Ella tiene 23 y viste exactamente igual, sólo que la camiseta sí está planchada y lleva el pelo recogido con un pañuelo malva. Profesó hace un par de años y está terminando Trabajo Social.
Han pedido dos cervezas y hablan sobre los proyectos que cada uno tiene para el nuevo curso. Ella fuma despacio. Él lo dejó la primavera pasada. Lo que se oye por fuera no es llamativo: comparten críticas respecto de la marcha de sus institutos, comentan algunas anécdotas del verano, intercalan pequeños silencios de comunión y bromean sobre amigos comunes. Lo que sucede por dentro es de otro cariz. Es un diálogo de pensamientos que se entrecruza con el diálogo de palabras. Él echa una ojeada a la plaza y piensa: “¿Qué hacemos aquí? ¿Por qué me siento bien con ella y no tengo ninguna gana de regresar a casa para las vísperas? ¿En qué nos distinguimos de esa pareja que está al lado? ¿En qué llevamos la cruz de la profesión debajo de la camiseta? ¿Pasaría algo si la besara (a la amiga, naturalmente, no a la cruz)? ¿Qué pensaría si me viera aquí el anciano P. Rodríguez?
Los pensamientos de ella no son muy diferentes: “Esto se parece mucho a lo que hacía antes. ¿En qué consiste el cambio? ¿Sólo en que lo considero un amigo y modero mis expresiones? ¿Por qué hay veces que me siento tan a gusto aquí, confundida con todos, y otras veces tengo la sensación de estar traicionando algo? ¿Quién ha introducido en mí está absurda división? ¿No seré víctima de un estilo de vida trasnochado? ¿Por qué habría de evitar esto si me siento yo misma, mucho más que en otros momentos de la vida comunitaria?
A punto han estado de poner palabras a los pensamientos, pero, al final, han preferido seguir con los temas de siempre. La cerveza se ha encargado de diluir la intimidad. Se ha hecho tarde y ya es hora de volver a casa. La piedra de la Plaza Mayor es ahora más bella y entrañable que nunca. La luna que ya se dibuja en el cielo oscurecido hace un guiño de complicidad”.
Bueno, no sé si esta historia resulta un poco pasada de moda. Quizá los jóvenes religiosos de hoy ya no llevan zapatillas Reebok (que entonces eran bastante caras) sino Adidas, Nike, Puma… o unas simples sandalias o chanclas. No sé si las jóvenes religiosas llevan el pelo recogido con un pañuelo malva o llevan un crucifijo colgado al cuello. Las circunstancias cambian, el desafío de fondo permanece. ¿Qué es lo que permite que un chico o una chica jóvenes renuncien a su amor de pareja para consagrar sus vidas a Dios y a los demás? ¿Cómo se canalizan de manera sana los impulsos afectivos y sexuales? ¿Qué significa un estilo de vida celibatario en una sociedad hipersexualizada como la nuestra? La sociología y la psicología pueden hacer sus aportes. Siempre son bienvenidos. Pero la razón última tiene que ver con una profunda experiencia espiritual. Solo el encuentro con Jesús y su causa (el Reino de Dios) pueden dar al corazón humano el sentido que busca. María Magdalena lo experimentó con una profundidad que recorre la historia.


2 comentarios:

  1. Precisamente porque las circunstancias cambian, la iglesia debería hacerlo y no vetar a la mujer en el sacerdocio. Buen fin de semana, Gonzalo

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  2. Muy interesante... Este hilo da para mucho. Gracias

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