El final de la
primavera está siendo muy duro en la península Ibérica. Las temperaturas rondan
los 40 grados. La humedad desciende por debajo del 30%. Basta cualquier chispa
producida por fenómenos naturales o por los seres humanos para que se declare
un incendio. Esto es lo que ha sucedido en Portugal en los últimos días. El
balance es catastrófico: 64 muertos, decenas de heridos y una gran
superficie quemada. Encomiendo a Dios a todas las víctimas para que ninguna lágrima quede sin enjugar. El
debate está abierto. Siempre que sucede una tragedia llega la hora de
pedir responsabilidades. Forma parte del proceso. Pero ahora lo urgente es
hacerse cargo de la situación y apoyar de cerca a todas las personas afectadas
que, en realidad, es el país entero. Cuando la naturaleza se vuelve en contra,
se disparan las preguntas. Es como si una madre se revolviera contra sus hijos.
Nos cuesta aceptar un incendio, un terremoto o un tsunami. En el pasado, se
culpaba a Dios de estos fenómenos. Si él era el relojero que ponía en hora el
reloj del universo –y, más delicadamente– el del pequeño planeta Tierra, una
catástrofe era una clara señal de su mala fe, de su deseo de castigar a los
humanos o, por lo menos, de un descuido imperdonable. Hoy no culpamos a Dios de
estos fenómenos. Los investigamos y tratamos de prevenirlos. Y, en cualquier
caso, nos centramos en paliar al máximo sus consecuencias nefastas.
Tengo algunos
amigos portugueses que suelen leer este blog.
Desde aquí, quiero expresarles mi cercanía en estos momentos de dolor y rabia. Portugal
es un país que visito con frecuencia y al que me siento muy ligado
afectivamente. Me gusta su paisaje y, sobre todo, aprecio a su gente. No puedo
leer las noticias de estos días sin experimentar una profunda solidaridad con
quienes se han visto más directamente afectados por esta tragedia. Ha sido la
peor manera de comenzar la temporada estiva. Las previsiones para los próximos
meses son desalentadoras. El riesgo de incendios, debido a las altas temperaturas,
sigue siendo muy alto. Habrá que reforzar la guardia y aprender la lección
para tomar medidas eficaces de prevención a medio y largo plazo. Mientras
tanto, es necesario hacer llegar a nuestros vecinos y amigos portugueses un
mensaje de cercanía y apoyo. No se puede añadir a la tragedia natural otra
tragedia aún más cruel: la del abandono u olvido. ¡Estamos con vosotros,
amigos!
Hace ya mucho
tiempo que defiendo la posibilidad de crear una especie de Unión Ibérica, con
un respeto exquisito a la diversidad que la caracteriza, como forma de contribuir
a la Unión Europea con una voz más fuerte y afinada proveniente del Sur. Pero, como es lógico, la historia
evoluciona a su modo, sin que influyan mucho los gustos o disgustos de las
personas singulares. Escribo esto desde Cataluña, el extremo noreste de la Península
Ibérica. Los desencuentros históricos tienen que abrirnos los ojos para no
cometer los errores del pasado. Solo la solidaridad y la unión tienen futuro. Cada
vez creo más en fórmulas que combinen una mayor sensibilidad a la diversidad histórica,
cultural y lingüística con formas de unidad que potencien la consecución de los
verdaderos objetivos de la sociedad: la libertad, la justicia y la paz. El
tiempo dirá qué dirección se impone: si la de la fragmentación en unidades cada
vez menores o la de las agrupaciones que fortalecen a todos. Mientras tanto,
más allá de las fronteras geográficas y políticas, el dolor no tiene pasaporte.
Cuando un hermano sufre, no preguntes quién es: eres tú.
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