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martes, 20 de junio de 2017

Fuego devorador

El final de la primavera está siendo muy duro en la península Ibérica. Las temperaturas rondan los 40 grados. La humedad desciende por debajo del 30%. Basta cualquier chispa producida por fenómenos naturales o por los seres humanos para que se declare un incendio. Esto es lo que ha sucedido en Portugal en los últimos días. El balance es catastrófico: 64 muertos, decenas de heridos y una gran superficie quemada. Encomiendo a Dios a todas las víctimas para que ninguna lágrima quede sin enjugar. El debate está abierto. Siempre que sucede una tragedia llega la hora de pedir responsabilidades. Forma parte del proceso. Pero ahora lo urgente es hacerse cargo de la situación y apoyar de cerca a todas las personas afectadas que, en realidad, es el país entero. Cuando la naturaleza se vuelve en contra, se disparan las preguntas. Es como si una madre se revolviera contra sus hijos. Nos cuesta aceptar un incendio, un terremoto o un tsunami. En el pasado, se culpaba a Dios de estos fenómenos. Si él era el relojero que ponía en hora el reloj del universo –y, más delicadamente– el del pequeño planeta Tierra, una catástrofe era una clara señal de su mala fe, de su deseo de castigar a los humanos o, por lo menos, de un descuido imperdonable. Hoy no culpamos a Dios de estos fenómenos. Los investigamos y tratamos de prevenirlos. Y, en cualquier caso, nos centramos en paliar al máximo sus consecuencias nefastas.

Tengo algunos amigos portugueses que suelen leer este blog. Desde aquí, quiero expresarles mi cercanía en estos momentos de dolor y rabia. Portugal es un país que visito con frecuencia y al que me siento muy ligado afectivamente. Me gusta su paisaje y, sobre todo, aprecio a su gente. No puedo leer las noticias de estos días sin experimentar una profunda solidaridad con quienes se han visto más directamente afectados por esta tragedia. Ha sido la peor manera de comenzar la temporada estiva. Las previsiones para los próximos meses son desalentadoras. El riesgo de incendios, debido a las altas temperaturas, sigue siendo muy alto. Habrá que reforzar la guardia y aprender la lección para tomar medidas eficaces de prevención a medio y largo plazo. Mientras tanto, es necesario hacer llegar a nuestros vecinos y amigos portugueses un mensaje de cercanía y apoyo. No se puede añadir a la tragedia natural otra tragedia aún más cruel: la del abandono u olvido. ¡Estamos con vosotros, amigos!

Hace ya mucho tiempo que defiendo la posibilidad de crear una especie de Unión Ibérica, con un respeto exquisito a la diversidad que la caracteriza, como forma de contribuir a la Unión Europea con una voz más fuerte y afinada proveniente del Sur. Pero, como es lógico, la historia evoluciona a su modo, sin que influyan mucho los gustos o disgustos de las personas singulares. Escribo esto desde Cataluña, el extremo noreste de la Península Ibérica. Los desencuentros históricos tienen que abrirnos los ojos para no cometer los errores del pasado. Solo la solidaridad y la unión tienen futuro. Cada vez creo más en fórmulas que combinen una mayor sensibilidad a la diversidad histórica, cultural y lingüística con formas de unidad que potencien la consecución de los verdaderos objetivos de la sociedad: la libertad, la justicia y la paz. El tiempo dirá qué dirección se impone: si la de la fragmentación en unidades cada vez menores o la de las agrupaciones que fortalecen a todos. Mientras tanto, más allá de las fronteras geográficas y políticas, el dolor no tiene pasaporte. Cuando un hermano sufre, no preguntes quién es: eres tú.

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