Me he despedido de
Barcelona con una celebración que pocas personas en el mundo pueden hacer. Me
refiero a los 75 años de ordenación sacerdotal del P. Joan Sidera Plana,
acaecida en 1942. Sí, habéis leído bien la cifra y la fecha. Esto significa que
el anciano misionero está ya muy cerca de cumplir los 100 años. Si a eso
añadimos que conserva una gran lucidez mental y que todavía
escribe sus artículos y ensayos a ordenador, entonces hay que reconocer que se
trata de un caso insólito. Durante la homilía de la misa presidida por él nos contó
tres hechos extraordinarios que le
han marcado de por vida. En los tres –relacionados, directa o indirectamente,
con la guerra civil española– experimentó la providencia de Dios. Los tres podrían
formar parte de una película de aventuras con final feliz. Entre
los participantes en la celebración se encontraba la nieta de un señor que había
acogido en su casa al joven seminarista Joan cuando, huyendo de los milicianos
que querían asesinarlo, tuvo que refugiarse en ella. Al evocar los recuerdos
que, sin duda, su abuelo le había transmitido, se le humedecían los ojos.
¿Qué importancia
tiene que un anciano sacerdote celebre el 75 aniversario de su ordenación sacerdotal?
¿Significa algo más allá del pequeño círculo
de compañeros, familiares y amigos? Creo que sí. Historias como éstas necesitan
ser conocidas. Por eso la recojo en mi blog.
En tiempos en los que los compromisos personales duran poco y los objetos están
programados según el principio de
obsolescencia (es decir, que duren poco para que el consumidor tenga que
comprar otros nuevos), los 75 años de sacerdocio del anciano P. Joan son un
canto a la misericordia y fidelidad de Dios y también un ejemplo de entrega
generosa y de resistencia en medio de las dificultades y pruebas del camino. El
mismo nombre, Joan, que significa “el fiel a Dios”, resume el programa de vida
que este hombre ha llevado a cabo sin descanso. El P. Claret, a quien tanto admira,
solo pudo celebrar 35 años de ministerio. Fue ordenado el 13 de junio de 1835
en Solsona y murió el 24 de octubre de 1970 en Fontfroide. El P. Joan no solo
lo ha doblado, sino que ha añadido cinco años más. En esto, el discípulo ha
superado al maestro. Es muy probable que esta fe tan recia sea la verdadera fuente de su salud robusta, a pesar de algunas limitaciones propias de la edad. Entre "la misa y la mesa", le hicimos entrega de un libro-homenaje (Enamoraos de Cristo y de Claret) que recoge algunos de sus escritos inéditos. Él no sabía nada, así que acogió el regalo como una sorpresa que reconoce el valor de su trabajo.
Escribo estas
notas a punto de tomar el vuelo de regreso a Roma. Los días pasados en Cataluña
y, sobre todo, las conversaciones mantenidas con varias personas, me han
devuelto la serenidad. Es verdad que el ambiente político está muy caldeado,
pero veo a la gente serena, como si hubiera una enorme franja entre la clase política
y la gente de a pie, como si se hubieran creado fantasmas que solo ayudan a
quienes los utilizan con otros propósitos. En Barcelona se respira ya un
ambiente de verano. La ciudad sigue conservando esa amabilidad y elegancia que
siempre la han caracterizado. Y sigue siendo amable con el visitante, a pesar
de que las hordas de turistas invaden sus calles y no siempre respetan el ambiente.
La Sagrada Familia sigue su curso ascendente, como si, ajena a las disputas,
quisiera convertirse en un punto de encuentro, en un símbolo de altura. En esta
ciudad milenaria, protegida por la montaña y abierta al mar, sigue
viviendo el anciano P. Joan. ¡Ojalá llegue a traspasar con salud y lucidez la
frontera de los 100 años y siga conservando una visión serena y esperanzada! Ayer nos
dijo que lo esencial en la vida es el amor y la alegría, que esa es la gran
novedad de Jesús. Recojo el testigo. A los 99 años uno no anda por ahí diciendo tonterías.
¡Gracias, Gonzalo! Siempre emociona y alienta la fidelidad de los mayores y más la de un hermano. Recojo y me aplico el mensaje: ¡Amor y alegría!
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