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viernes, 17 de febrero de 2017

Del arcoíris a la cruz

En relación con el futuro de este blog, ayer varios de vosotros me sugeristeis que actuara con libertad, aunque erais partidarios de que continúe abierto con la periodicidad que estime oportuna. Al fin y al cabo, un blog no es un trabajo sujeto a contrato, sino una iniciativa libre. Aquí no hay cláusulas abusivas ni letra pequeña. Es cierto que no hay un contrato laboral entre el que escribe y una empresa periodística, pero la verdad es que uno asume un compromiso moral consigo mismo y con quienes tienen la paciencia y la bondad de leer lo que uno escribe. Este compromiso implica algunas obligaciones como, por ejemplo, estar atento a lo que hoy preocupa más a las personas del propio entorno, explorar las claves desde las que se abordan los temas, utilizar las palabras más comprensibles, no dejar de lado la belleza y la emoción, animar al empeño por hacer de este mundo un espacio habitable, dejar la puerta entreabierta para que siempre se cuele el misterio de Dios. No he firmado con nadie un contrato de este tipo, pero es algo que me sale de dentro. Muchas gracias por haberme ayudado a descubrirlo.

Quizá este asunto del contrato me viene a la mente porque en estos días estamos leyendo en la liturgia de la misa el libro del Génesis. Ayer, por ejemplo, la primera lectura terminaba con el contrato de nueva creación que Dios hace con la humanidad tras el diluvio: “Yo establezco mi alianza con vosotros y con vuestros descendientes, con todos los animales que os acompañan, aves, ganados y fieras, con todos los que salieron del arca y ahora viven en la tierra. Establezco, pues, mi alianza con vosotros: el diluvio no volverá a destruir criatura alguna ni habrá otro diluvio que devaste la tierra” (Gn 9,11). En este contrato desigual, cada una de las partes se compromete a algo: Dios promete no destruir su creación y el hombre promete respetar la vida, incluida la de los animales. Es, pues, una alianza que podríamos llamar cósmica y ecológica. Este mundo y Dios no pueden darse la espalda. Están íntimamente vinculados. La preocupación ecológica es expresión genuina de espiritualidad. El signo de esta alianza es el arcoíris que vemos tras la lluvia o la tormenta: “Esta es la señal de la alianza que establezco con vosotros y con todo lo que vive con vosotros, para todas las generaciones: pondré mi arco en el cielo, como señal de mi alianza con la tierra” (Gn 9,12).

Más adelante, la alianza se irá concentrando en determinados pueblos. Con Abrahán, Dios renueva su promesa:  “Mira, éste es mi pacto contigo: serás padre de una multitud de pueblos. Ya no te llamarás Abrán, sino Abrahán, porque te hago padre de una multitud de pueblos. Te haré fecundo sin medida, sacando pueblos de ti, y reyes nacerán de ti. Mantendré mi pacto contigo y con tu descendencia en futuras generaciones, como pacto perpetuo. Seré tu Dios y el de tus descendientes futuros” (Gn 17,4-7). Esta promesa afecta a israelitas, ismaelitas, edomitas… a muchos pueblos del desierto. También ahora hay un signo de esta alianza. Ya no se trata de un signo cósmico sino humano, ligado al propio cuerpo, un recordatorio permanente de la pertenencia a Dios, del pacto firmado, la circuncisión: “Circuncidaréis el prepucio, y será una señal de mi pacto con vosotros” (Gn 17,11).

Con Moisés, la alianza se restringe aún más, se establece con el pueblo elegido, con Israel: “Vosotros habéis visto lo que hice a los egipcios, os llevé en alas de águila y los traje a mí; por tanto, si queréis obedecerme y guardar mi alianza, entre todos los pueblos seréis mi propiedad, porque es mía toda la tierra. Seréis un pueblo sagrado, un reino sacerdotal. Esto es lo que debes decir a los israelitas” (Ex 4,6). El gran signo de esta nueva alianza de Dios con el pueblo de Israel es el sábado: “Fíjate en el sábado para santificarlo. Durante seis días trabaja y haz tus tareas, pero el día séptimo es un día de descanso, dedicado al Señor, tu Dios: no harás trabajo alguno, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu esclavo, ni tu esclava, ni tu ganado, ni el inmigrante que viva en tus ciudades, porque en seis días hizo el Señor el cielo, la tierra y el mar y lo que hay en ellos, y el séptimo descansó; por eso el Señor bendijo el sábado y lo santificó” (Ex 20,8-11). En realidad, el sábado es como el Decálogo concentrado, como la afirmación solemne de que el Señor es solo uno y a él se le debe amar con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas (cf. Dt 6,4-9).

Con Jesús, llega la alianza definitiva. Por una parte, en él se alcanza el punto máximo de concentración. La creación, concentrada en la humanidad, concentrada en el pueblo de Israel, se concentra ahora a una sola persona: Jesús, el Cristo. Pero, a partir de él, esta nueva alianza se expande hasta alcanzar de nuevo a toda la humanidad y a toda la creación. El gran signo de esta nueva y definitiva alianza es la cruz, de la que la Eucaristía se convierte en sacramento: “Y tomando la copa, dio gracias y dijo: Tomad esto y repartidlo entre vosotros. Os digo que en adelante no beberé del fruto de la vid hasta que no llegue el reinado de Dios. Tomando pan, dio gracias, lo partió y se lo dio diciendo: Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía. Igualmente tomó la copa después de cenar y dijo: Ésta es la copa de la nueva alianza, sellada con mi sangre, que se derrama por vosotros” (Lc 22,17-20).

El arcoíris (creación), la circuncisión (humanidad) y el sábado (Israel) son signos de una alianza antigua, superada por Jesús. El signo de la nueva alianza que une el cielo y la tierra es la cruz, actualizada en la Eucaristía: “En efecto, siempre que coméis este pan y bebéis esta copa, anunciáis la muerte del Señor hasta que vuelva” (1 Cor 11,26).

Cada vez que celebro la Eucaristía caigo en la cuenta de que en este signo Jesús ha restaurado la alianza entre nosotros, con toda la humanidad, con la creación y con Dios. ¿Se puede prescindir de la Eucaristía como si fuera un rito sin importancia? Hay todo un universo por explorar.

1 comentario:

  1. Gracias a ti, Gonzalo, por todo lo que nos estás ayudando a descubrir.
    He disfrutado y reflexionado leyendo esta entrada, como vas dando forma, a partir de diversos conceptos, de una manera àgil y amena para llegar al mensaje final: la cruz y la eucaristía que, como tu, creo que hay todo un universo para explorar. Me gustaría que nos ayudaras a ello.
    Gracias.

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