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lunes, 24 de octubre de 2016

Pequeño de estatura, gigante de espíritu

Medía alrededor de 155 centímetros. No era muy agraciado físicamente. En los últimos años de su vida la apoplejía desfiguró algo su rostro redondeado. Nació en Sallent, un pueblo constitucional de la Cataluña profunda en 1807. A su lengua materna –el catalán– añadió después el castellano, el francés, el latín y el italiano. Podía hablar y escribir en estas cinco lenguas, aunque con errores comprensibles. Se movió en tres continentes: Europa (España, Portugal, Francia e Italia), África (Islas Canarias) y América (Cuba). Fue obrero tejedor, estudiante, cura diocesano, misionero popular, fundador de diversas congregaciones e instituciones, arzobispo de Santiago de Cuba y confesor de la reina española Isabel II. Fue, además, otras muchas cosas: predicador, escritor, director espiritual, propagandista, promotor social, traductor y hasta padre del Concilio Vaticano I. Fue, en la primera etapa de su vida misionera, un hombre admirado, querido y solicitado. Pero fue también –sobre todo en los últimos diez años– un hombre calumniado, vejado y perseguido. Algunas de las caricaturas que le hicieron nos hacen sonrojar incluso hoy: pura pornografía. No importa que los autores fueran los celebérrimos hermanos Bécquer.

Vivió una profunda noche oscura que lo colocó al borde de la depresión. El mismo que había imitado al Jesús que predicaba yendo de pueblo en pueblo lo imitó, al final, en su oración angustiada en Getsemaní y en su sufrimiento en el Gólgota. Jesús y María fueron sus dos grandes amores. Estaba enamorado de la Palabra de Dios y de la Eucaristía. Su ideal misionero lo condensó en pocas palabras. Se puede resumir en cuatro verbos: orar, trabajar, sufrir y buscar la mayor gloria de Dios y la salvación de los seres humanos. Murió con 62 años y diez meses en una celda anónima del monasterio cisterciense de Fontfroide, en el sur de Francia. Su corta cronología fue una profunda doxología. El tiempo humano se hizo adoración de la gloria de Dios. El que se había codeado con los grandes de la tierra (trató personalmente al papa Pío IX y a la reina Isabel II) murió fuera de su patria, desterrado y enfermo. Solo unos pocos fieles se mantuvieron junto a él y lo cuidaron con cariño extremo. Desde 1897 su cuerpo reposa en Vic, el lugar donde el 16 de julio de 1849 había fundado la congregación de Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María.

Como ya habéis podido imaginar, estoy hablando del fundador de mi congregación misionera, de san Antonio María Claret, cuya fiesta celebramos hoy, en el 146 aniversario de su muerte. Es difícil hacer la semblanza de una persona que ha cambiado la vida del autor de este blog. Por otra parte, podéis encontrarla más ampliada en una página web que hoy se pone a disposición del público. Es la página del Centro de Espiritualidad Claretiana de Vic. Os la recomiendo a todos los que tengáis interés en conocer más sobre la vida de este testigo de Jesucristo. En ella encontraréis sus manuscritos, su autobiografía, sus innumerables cartas escritas (epistolario activo) y recibidas (epistolario pasivo), muchas de sus obras espirituales y pastorales, estudios sobre su vida y espiritualidad, fotografías, imágenes, etc. Con vuestras sugerencias, podéis contribuir también a mejorarla.

Antes he dicho que es difícil hablar sobre la persona que ha cambiado la vida de uno. No exagero. Sin el encuentro con san Antonio María Claret, yo no sería misionero, no viviría en Roma y no habría conocido a miles de personas de todo el mundo. Tal vez sería arquitecto, que era uno de mis sueños. Todo empezó de la manera más sencilla. Yo estudiaba en el Colegio Corazón de María (ahora se llama Colegio Claret) de Aranda de Duero. Alguien me regaló un libro titulado Recuerdos del Beato P. Claret, arzobispo y fundador. Estaba firmado por un tal Juan Echevarría, claretiano. Había sido escrito antes de que Claret fuera canonizado en 1950. Yo, con poco más de 10 años, devoré aquel libro lleno de anécdotas y comencé a sentir el deseo de ser alguien como el misionero de Sallent. 

¿Por qué suceden estas cosas? No lo sé. Pero me parece que los sueños de los niños son más auténticos que los proyectos de los adultos. Los niños están abiertos a las semillas de verdad, belleza y bondad que el Espíritu de Dios derrama. De adultos, pensamos más desde nuestras conveniencias e intereses. De niños nos dejamos seducir. De mayores queremos llevar el timón de nuestras vidas. No está dicho que lo segundo sea mejor que lo primero. En fin, que acabé siendo uno de los más de 3.000 claretianos que hoy siguen anunciando el Evangelio en 65 países. Y me siento muy feliz de seguir en la brecha. Algunos de mis mejores amigos comparten esta misma vocación. He tenido la oportunidad de conocer a muchas personas que me han ayudado a ser quien soy. Tal vez yo también haya podido echar una mano en algunas ocasiones. He comprendido que Dios es suficientísimo para llenar el corazón del ser humano y que la vida tiene sentido cuando la dedicamos a que Él sea conocido, amado, servido y alabado. Todo se debe, hablando humanamente, a ese “pequeño gran hombre” que fue san Antonio María Claret, a quien Pío XII definió así con motivo de su canonización:
San Antonio María Claret fue un alma grande, nacida como para ensamblar contrastes: pudo ser humilde de origen y glorioso a los ojos del mundo. Pequeño de cuerpo, pero de espíritu gigante. De apariencia modesta, pero capacísimo de imponer respeto incluso a los grandes de la tierra. Fuerte de carácter, pero con la suave dulzura de quien conoce el freno de la austeridad y de la penitencia. Siempre en la presencia de Dios, aún en medio de su prodigiosa actividad exterior. Calumniado y admirado, festejado y perseguido. Y, entre tantas maravillas, como una luz suave que todo lo ilumina, su devoción a la Madre de Dios”.
¡Feliz fiesta de san Antonio María Claret!

A todos mis hermanos claretianos, a los miembros de la Familia Claretiana, a los admiradores y devotos del Santo y a quienes hoy visitéis este blog. Que san Antonio María Claret interceda por nosotros para que seamos fieles y felices en nuestra propia vocación y hagamos felices a los demás trabajando por un mundo mejor. 






3 comentarios:

  1. Gracias por este mensaje, me siento y soy claretiano

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  2. Gracias por esta refleccion que tambien es un bonito testkmonio de su fe y vocacion! Claret vive!

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