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lunes, 17 de octubre de 2016

Los siete magníficos

Recuerdo el impacto que me produjo la película Los siete magníficos, un western estrenado en 1960 que vi cuando era adolescente. El grupo formado por los actores Yul Brynner, Steve McQueen, Charles Bronson, James Coburn, Horst Buchholz, Robert Vaughn, Eli Wallach y Brad Dexter parecía invencible. Hace mucho tiempo que no veo películas del Oeste americano, ni siquiera como diversión, pero ayer me acordé de la película clásica de John Sturges cuando vi colgados de la fachada de la basílica de san Pedro los tapices de otros “siete magníficos”. Son los nuevos siete santos canonizados por el papa Francisco. He aquí sus nombres: José Sánchez del Río; Manuel González García, José Gabriel del Rosario – el cura Brochero– ; Salomón Leclerq; Alfonso María de Fusco; Ludovico Pavoni e Isabel de la Santísima Trinidad. En este grupo hay un mexicano, un español, un argentino, dos italianos y dos franceses (un Hermano de las Escuelas Cristianas y una Carmelita Descalza). Casi todos ellos han vivido en los siglos XIX y XX.

Para la mayoría de la gente, casi todos son unos perfectos desconocidos. Hoy por hoy, no pueden competir con Leonel Messi, Lady Gaga o Adele. Aunque ayer consiguieron llenar la plaza de san Pedro, no tienen el tirón mediático de las estrellas del deporte, la música o el cine. Pero es muy probable que, dentro de unos años, muchas de las estrellas de hoy languidezcan. De estos “siete magníficos” se seguirá hablado. Mucha gente los invocará como intercesores. Algunos tratarán de imitarlos. Si no fuera por hombres y mujeres como ellos nos costaría creer que el Evangelio es algo vivible. Caeríamos en la tentación de pensar que es un cuento de hadas o una manera de entender la vida tan extrema que está reservada para un selectísimo club de gente rara. Pero no, las vidas de estos “siete magníficos” nos hablan más y mejor que cualquier introducción al cristianismo. En ellos podemos comprobar algunos de los muchos matices con los que se encarna el Evangelio. Esto, en sí mismo, es estimulante. Por eso cuando me preguntan qué se puede hacer para reavivar la fe mortecina, siempre respondo que uno de los medios mejores es leer las vidas de los santos: de los de ayer y de los de hoy. Las ideas convencen, pero solo los ejemplos arrastran. Desde ayer, tenemos siete nuevas vidas que la Iglesia nos propone como modelos. No estaría mal acercarse a alguna de ellas. 

En 1978 mis amigos de Brotes de Olivo dedicaron todo un disco a san Manuel González, fundador de las Religiosas Nazarenas. Las voces de los niños de entonces ponen candidez a una vida entregada a la Eucaristía.


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