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viernes, 14 de octubre de 2016

¿Está el mundo un poco loco?

Ayer a mediodía recibí un WhatsApp de un amigo mío que vive en París, pero que en ese momento se encontraba en Londres por motivos laborales. Terminaba así: “¿Cómo has vivido estos momentos en los que el mundo está un poco loco (Colombia, Trump, Brexit) que últimamente se dan con bastante frecuencia?”. Todavía no le he respondido. Quizá el post de hoy sea mi respuesta. Me parece que la pregunta de mi amigo está en boca de muchos de nosotros: ¿Nos estamos volviendo locos? ¿Qué nos está pasando en este siglo XXI que esperábamos fuera más racional, pacífico y justo? La verdad es que no sé responder. Los periódicos impresos y los medios digitales están saturados de análisis y opiniones, pero yo me siento bastante confuso. 

Creo que lo que ha sucedido en Colombia no tiene que ver mucho con la campaña presidencial en los Estados Unidos ni con el Brexit, a no ser el hecho de que los resultados no se correspondieron con lo que parecía previsible (o deseable para muchos). Veo quizá otro factor común, aunque con bastantes matices: el miedo a lo desconocido y el deseo atávico de aferrarse a lo que parece más seguro, a lo que garantiza mejor la supervivencia de la tribu. Yendo más allá de los tres fenómenos recientes a los que aludía mi amigo, veo también la dificultad de liderar proyectos políticos por falta de valores comunes. Vivimos en un mundo tan plural, hemos subrayado tanto la importancia del individuo, que resulta casi imposible compartir ideales, aunque sean tan atractivos y urgentes como la paz y la justicia. Llegamos al extremo de procurar la eutanasia cuando estamos "cansados de vivir". 

No quiero ponerme demasiado filosófico, pero esta locura colectiva está ligada, en el fondo, al desprecio de la verdad. Da la impresión de que todo vale con tal de vencer. La mentira ya no es un asunto moral sino una simple estrategia política que puede ser usada siempre que convenga a los propios intereses. Hubo muchas mentiras en el Brexit, hay muchas mentiras en la campaña de los Estados Unidos y quizá las hubo también en el referéndum colombiano, aunque carezco de suficiente información para hacer una afirmación taxativa. Cuando no se busca la verdad, todo puede suceder porque no hay un criterio objetivo de discernimiento. Si no sé qué es verdadero y qué es falso, qué es bueno y qué es malo, si no dispongo de referencias éticas humanizadoras, ¿en qué me baso para tomar una decisión? ¡En factores emocionales inducidos y manipulados por los medios de comunicación social o en puros intereses egoístas! Ya sé que el descubrimiento de la verdad es arduo, que hay diferentes perspectivas, que nuestra aproximación es siempre parcial, pero no es lo mismo ser un humilde buscador de la verdad que despreciarla olímpicamente. No es lo mismo buscar el bien, aunque uno se equivoque, que hacer el mal a sabiendas. 

Estoy convencido de que si no descubrimos una visión ética de la vida como fruto de la búsqueda personal y colectiva de valores o guiados por aquellos hombres y mujeres que son como faros en medio de la oscuridad (profetas seculares), acabaremos descubriéndola por contraste doloroso con respecto a lo que ahora vivimos, como reacción defensiva. En otras palabras, tendremos que tocar fondo para que se nos abran los ojos y caigamos en la cuenta de la sima de inhumanidad en la que hemos caído. Solo entonces empezaremos a reaccionar, aunque puede ser demasiado tarde. En cualquier caso, el ser humano no puede convivir con el absurdo mucho tiempo. Está hecho para la verdad y el amor. Tarde o temprano acaban abriéndose paso.

Os dejo con una de las más famosas canciones de Bob Dylan, que ayer recibió el Premio Nobel de Literatura. Un amigo mío, seguidor entusiasta del cantante-poeta norteamericano, estará como unas castañuelas. ¡Enhorabuena! El estribillo de la canción parece pensado para el post de hoy: The answer, my friend, is blowing in the wind. ¿Será el viento del Espíritu?





1 comentario:

  1. Gracias. Con este artículo me ayudas a ver que no estoy sola ante las preguntas e interrogantes a los que me lleva la vida.
    Muchas veces me pregunto ¿a dónde vamos? Todo se mueve y cambia a una velocidad vertiginosa.

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