El título de hoy
lo tomo prestado de una noticia reportada en la cuenta de Facebook de la Polizia di Stato
italiana. Es una historia urbana, veraniega, triste y hermosa a un tiempo. Acaba
de suceder en Roma, la ciudad donde vivo, aunque estos días esté a casi 2.000 kilómetros
de distancia. Un vecino oyó llorar a una pareja de ancianos y llamó a la policía.
Lo que encontraron los agentes Andrea, Alessandro, Ernesto y Mirko fue una un
matrimonio anciano formado por Michele, de 94 años, y Jole, de 89. Llevaban más
de 70 años casados. Su estado de salud no era malo. ¿Por qué lloraban? ¡Lloraban
de pura soledad! Nadie va nunca a visitarles. Son dos almas perdidas. Sus
lágrimas eran un SOS en medio del bochorno romano. Así que los cuatro agentes,
ni cortos ni perezosos, buscaron en la despensa algunos ingredientes, cocinaron
para ellos un plato de pasta y queso y se pusieron a conversar. No hay mejor
medicina que un poco de cariño y una buena conversación en torno a la mesa.
Confieso que esta
historia me ha conmovido. Mientras muchas personas disfrutan de sus vacaciones,
otras muchas experimentan una incurable soledad. Ancianos que permanecen encerrados
en sus diminutos pisos o en residencias donde nadie los visita, personas que
viven solas y que no tienen con quien salir a pasear, enfermos que ven pasar
los días postrados en sus camas mientras contemplan por televisión las
aventuras veraniegas de los famosos en playas de ensueño, niños que han perdido
a sus padres y echan de menos a alguien que los lleve al mar…
El verano pone de
relieve la cara oculta de la vida humana. No todo son viajes, playas cubiertas
de cuerpos bronceados, fiestas populares, viajes de placer y aventuras
maravillosas. Para muchos seres humanos el verano representa una cita con la
soledad y las limitaciones. La historia de “humanidad urbana” protagonizada por
estos cuatro policías italianos demuestra que siempre es posible salir al
encuentro de las necesidades de los demás. No se nos pide un “plan global para
erradicar la soledad en el mundo”, un “protocolo de actuación ante emergencias
sociales” o lindezas como las que suelen aparecer en los programas de los
partidos políticos. Basta con una sencilla maniobra de acercamiento a las soledades
que están en nuestro entorno. Una visita oportuna, una llamada telefónica, una
invitación a comer son suficientes para aliviar la soledad que mata a las
personas. Todos nosotros tenemos la capacidad de poner el bálsamo del cariño en
las heridas de la soledad.
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