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lunes, 22 de agosto de 2016

Mis adorables sobrinos

Así se titulaba en español una serie norteamericana (Family Affair) que yo veía cuando era adolescente, allá por los años 60 y 70 del siglo pasado. Me gustaban las aventuras del tío con sus sobrinos. Entre otras muchas cosas, me llamaba la atención el acento latinoamericano de los dobladores al español. Entonces yo no distinguía bien el acento mexicano del puertorriqueño o del venezolano. Todos me sonaban raros, un poco relamidos, pero simpáticos e imitables.

En las dos últimas semanas he tenido la suerte de pasar muchas horas con mis dos sobrinos pequeños, hijos de mi hermano menor. Ha sido una experiencia maravillosa. La niña, Lucía, tiene seis años y el niño, Iker, aún no ha cumplido dos. Cada uno tiene su carácter peculiar. La niña es observadora, intuitiva, un poco voluble, rápida, encantadora. El niño es risueño, conquistador, testarudo e incansable. Dotados ambos de pilas Duracell de larga duración, han puesto a prueba mi resistencia física, mi imaginación y hasta mi salud mental. Con ellos, he hecho un curso acelerado de nanología en el que, tras duras pruebas, he conseguido sobrevivir y hasta graduarme con buena nota. En síntesis, estas son las diez lecciones que he aprendido en esta universidad infantil:

1. Una mesa de vidrio es un excelente escenario para todo tipo de actuaciones. Apostada en un ángulo del salón, es inútil como plataforma para acumular tapetes y adornos, pero muy atractiva para subirse en ella, tumbarse y procurar rayar el vidrio con cuanto objeto cortopunzante caiga en sus manos, hasta que naturalmente el tío se enoja y les advierte del grave riesgo que corren si vuelven a trepar a ella.

2. El diccionario de la RAE es totalmente prescindible. Si oigo que el pequeño Iker me llama Ozalo y yo corro raudo hacia él, quiere decir que no es necesario que pronuncie bien Gonzalo o que diga melocotón en vez de ocotón para que yo entienda lo que quiere decir. Si la función del lenguaje es comunicarnos de manera significativa, esto lo hemos logrado con creces sin necesidad de pronunciar las palabras como la RAE manda.

3. Los objetos tienen una función utilitaria y otra imaginaria. La primera no tiene mucha importancia. La segunda abre puertas insospechadas. Una caja de cartón se convierte en un vehículo pesado que puede transportar todo tipo de enseres. Y, desde luego, es más versátil que un juguete electrónico que, a los pocos minutos, deja de ser interesante. La caja de cartón puede pasar de vehículo pesado a casita de Blancanieves en menos que canta un gallo.

4. Lo que no se puede conseguir a base de besitos y actitudes zalameras se logra con un buen berrido. Ya sé que se trata de un chantaje fisiológico y afectivo, pero reconozco que es de una eficacia indudable. ¡Anda, dale eso para que no llore! La sabiduría popular lo había descubierto hace siglos: Quien no llora, no mama.

5. Intentar engañar a una niña de seis años como Lucía es una empresa llamada al fracaso. Posee antenas secretas que le permiten captar e interpretar todas las señales que uno emite. Si uno no es consciente, puede hacer el ridículo de manera estrepitosa.

6. El mundo de los adultos –salvo en algunos detalles insignificantes– es esencialmente aburrido. Los adultos no comen con las manos, ni juegan con el agua de la bañera, ni se lanzan en picado sobre el sofá del salón, ni trepan a las camas como si fueran una atracción de feria, ni saben producir música con un palito y cualquier objeto sonoro que esté al alcance de la mano.

7. Los botones del televisor, de la cocina vitrocerámica, de la lavadora y de cualquier otro aparato eléctrico ejercen un poder de atracción irresistible. En este capítulo se incluyen los interruptores, los enchufes y las lámparas. Si el riesgo de que se produzca un accidente es alto, el placer aumenta exponencialmente.

8. La atracción por el mundo digital merece un capítulo aparte. Tanto el niño de 22 meses como la niña de 6 años parecen haber nacido con un teléfono móvil en las manos. Deslizan sus deditos sobre la pantalla como si el adminículo no tuviera ningún secreto para ellos. Pueden enviar mensajes sonoros a través de Whatsapp, fotografías o simples emoticones. Lucía se atreve con textos breves.

9. Dormir no es un actividad apetecible, aunque sí reparadora. Cuando, tras horas de batalla ininterrumpida, uno intuye que ha llegado el momento de la siesta, hacen lo posible por demostrar que están en plena forma, pero basta una parada técnica, una nana de Brahms cantada con tono monótono y, en caso de necesidad, un ligero balanceo en la mecedora de la abuela para que –al menos, el pequeño Iker– caiga en brazos de Morfeo. Se puede pasar de la actividad al sueño y de éste a la actividad en cuestión de segundos, como los vehículos de gran cilindrada.

10. Los niños tienen una sensibilidad religiosa innata, lo digan o lo desmientan Piaget y todos los psicólogos evolutivos. Es como si percibieran la presencia de Dios sin necesidad de peroratas al respecto. Pueden lanzar besitos al icono de la Virgen que pende sobre la cama o besar con devoción una cruz sin que sea preciso explicarles nada. Y, por supuesto, a Lucía le encanta bendecir la mesa antes de cada comida.


En realidad, me doy cuenta de que no es posible resumir en diez lecciones mi intenso cursillo de nanología. Y mucho menos las sensaciones hermosas que he vivido tirado encima de la alfombra del salón con Iker saltándome encima. Quedan fuera muchas experiencias interesantes y divertidas. No he dicho nada, por ejemplo, sobre un capítulo que me fascina: las preguntas de los niños. No he encontrado a ningún adulto con la frescura, penetración y sinceridad con que los niños pueden preguntar sobre cualquier cosa y dejar a los adultos en… (ponga el lector la expresión que mejor cuadre con su modo habitual de hablar). Espero tener pronto la oportunidad de hacer un nuevo curso de nanología. Jesús era un experto en la materia. Si no, no habría dicho aquello de “Dejad que los niños se acerquen a mí” (Mc 10,14). Y algo más profundo: “Si no os hacéis como niños no entraréis en el reino de los cielos” (Mt 18,3).  Me queda mucho por aprender. Al tiempo.

1 comentario:

  1. Qué buenoooo,Gonzalo. Suscribo todo al 100%. Mis sobrinos son también pequeños porque yo le llevo a mi hermano la friolera de siete años. Iria tiene 7, Marina 6 y Iago,3. Son un regalazo y el tiempo con ellos de lo mejor de mi presente.Creo que nunca había querido tanto a nadie. Ser tía es una bendición

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