San Roque es el
patrono de mi pueblo y de otros muchos pueblos de la geografía mediterránea. Es difícil saber por qué algunos santos llegan a ser tan populares. Lo mismo sucede con san Martín, san Jorge, san Antón, etc.
Hace años le escribí una carta personal a san Roque. Hoy, día de su fiesta, he decidido escribirle
al perro que siempre lo acompaña. Este can, testigo de tantas penalidades en la
vida del santo, se merece un homenaje de gratitud por su discreción y
fidelidad. Aunque aparece en las estatuas y cuadros, nunca habla. Su misión es poner un
lenitivo en la vida de Roque, ser testigo silente de su aventura humana y espiritual. Siento atracción por él desde que era niño. Creo
que ha llegado la hora de decirle algo “de hombre a perro”.
Carta al perro de san Roque
Querido perro de
san Roque:
Me hubiera
gustado dirigirme a ti usando tu nombre propio, pero lo ignoro. No sé cómo te
llamaba el santo de Montpellier. En cualquier caso, tu vida está
indisolublemente ligada a la suya. Estoy seguro de que conoces la coplilla
castellana:
Por decir ¡viva san Roque!
me metieron prisionero,
y ahora que estoy en prisión,
¡viva san Roque y el perro!
Como ves, las
gentes no se olvidan de ti. Y yo tampoco. Tú no eras un can como los que hoy
viven en nuestras ciudades. No dormías sobre suelo mullido ni usabas manta de
lana en invierno. Roque nunca te llevaba a una peluquería canina ni te daba de
comer productos enlatados. Tú fuiste un perro de verdad, curtido por la dureza
de la vida. Sabes lo que significa caminar por senderos polvorientos al lado de
tu amo. Disfrutabas cuando tu lengua encontraba un riachuelo o, al menos, un
manantial. Lengüeteabas como si estuvieras bebiendo el mejor licor.
Has sufrido
los soles del estío y los fríos relentes de las noches de invierno. Tus patas
son duras, tu piel resistente. No te has limitado a breves paseítos matutinos y
vespertinos atado con una correa. Acumulas cientos de leguas por valles y
cañadas. Podrías haber sido un can de palacio sin más obligaciones que comer,
dormir y acompañar las soledades de los nobles de Montpellier. Pero preferiste
echarte al camino en compañía de Roque, el hombre fuerte como una roca. No
quisiste dejarlo solo en su aventura de la fe cuando decidió irse a Italia.
Sabes
de sus penalidades, de su caridad sin límites y de su resistencia. Tú, que lo
viste como enfermero de tantos apestados, te convertiste en su propio enfermero
cuando él cayó infectado de muerte. Cuando nadie quería acercarse a él por
temor al contagio, tú lamías sin miedo sus heridas. Cuando todos lo dejaban
solo, tú acompañaste sus horas interminables. Cuando él oraba a Dios, tú te
unías a él en una especie de plegaria cósmica que engloba a todos los seres
vivientes. Y cuando Roque murió, tú montaste guardia junto a su cadáver y
acompañaste su tumba durante días.
Si los perros fueran canonizados, tú,
querido amigo, serías san Perro de Montpellier, un ejemplo admirable de
resistencia, compasión y fidelidad hasta el final. Gracias. Sin ti, Roque no
hubiera sido el santo que veneramos hoy.
Cofradía de san Roque de Vinuesa (Soria) |
No hay comentarios:
Publicar un comentario
En este espacio puedes compartir tus opiniones, críticas o sugerencias con toda libertad. No olvides que no estamos en un aula o en un plató de televisión. Este espacio es una tertulia de amigos. Si no tienes ID propio, entra como usuario Anónimo, aunque siempre se agradece saber quién es quién. Si lo deseas, puedes escribir tu nombre al final. Muchas gracias.