Parece el título
de una película antigua. Podría haber usado otro título para expresar lo mismo:
“Las oportunidades encontradas”. ¿Por qué estoy ahora en Gabón y no en mi país
natal o en cualquier otra parte del mundo? ¿Qué hubiera sido de mi vida si en
un momento determinado no hubiera sentido la vocación misionera? En cada
encrucijada de la vida elegimos una opción y desechamos otras. Elegir el
celibato significa renunciar a formar una familia propia. Casarse con una
determinada persona implica dejar fuera otras posibles relaciones. El estudio
de la teología me hizo renunciar a alguna de mis pasiones: la arquitectura y la
música. Cuando recorremos nuestro itinerario vital caemos en la cuenta de las
muchas ocasiones perdidas: personas con las que podríamos haber intimado,
trabajos que podríamos haber hecho, decisiones que tendríamos que haber tomado…
El recuerdo de lo que podría haber sido puede sumergirnos en un mar de
nostalgia e incluso de frustración y tristeza. Nuestra vida hubiera sido
diferente si en determinadas encrucijadas hubiéramos escogido una dirección
distinta a la que, de hecho, tomamos. Pero, al mismo tiempo, las decisiones
tomadas se convierten en oportunidades. Cada opción nos abre un abanico de
posibilidades que tenemos que explorar. Somos los que somos por haber seguido
con decisión un determinado camino. La indecisión permanente nos paraliza. Las
personas que dedican demasiado tiempo a sopesar los pros y contras de una
decisión acaban perdiendo todas las oportunidades.
A medida que pasa
el tiempo uno descubre que las “ocasiones perdidas” permanecen siempre en
estado latente, que no desaparecen del todo. Son potencialidades que muestran
hasta qué punto la vida humana es moldeable y elástica. Incluso después de
haber tomado una dirección en la vida podemos aprovechar algunos elementos de
las direcciones que abandonamos. No se trata de conducir una “doble vida” o de
servir a “dos señores” –por usar la expresión de Jesús en el evangelio– sino de
aprovechar al máximo los regalos que la vida pone a nuestro alcance. A veces,
lo que dejamos de jóvenes reaparece cuando somos adultos de una forma nueva, no
incompatible con la dirección fundamental de nuestra vida. Algunas personas
cuando se jubilan de su vida profesional encuentran el tiempo y las ganas para
cultivar algunas aficiones que dejaron en el momento de estudiar una carrera o
emprender un trabajo. Relaciones que habíamos abandonado en nuestra juventud
vuelven a cruzarse en nuestro camino al cabo de muchos años. Es como si la vida
nos diera una segunda oportunidad, como si nunca perdiéramos del todo las
posibilidades que se nos presentan.
En cada encrucijada de la vida y a diario estamos eligiendo... yo a veces digo que elegimos el "precio" que queremos pagar cuando, al elegir una opción, dejamos de lado la otra.
ResponderEliminarEs bueno, de vez en cuando, analizar las opciones y lo que hemos dejado, sin dejarnos llevar por la añoranza.