Hace tiempo que
quería escribir sobre los cristianos que tiran la toalla porque no se sienten
respaldados por la jerarquía de la Iglesia en su valiente defensa de la fe. La
ocasión me la ha brindado la publicación de una interesante entrevista a monseñor Georg Gänswein, prefecto de la Casa Pontifica y secretario
personal del papa emérito Benedicto XVI. No hace falta ser un lince para
comprender que al George Clooney vaticano –como lo califican algunas revistas de
moda– el papa Francisco le desconcierta a veces por sus imprecisiones y salidas de
tono. No olvidemos que monseñor Gänswein es alemán, con un sentido del humor en
las antípodas del sentido del humor argentino del papa Bergoglio. Naturalmente, el prefecto profesa
respeto y obediencia al Papa, pero eso no le impide –en un ejercicio admirable
de libertad personal– expresar con mesura sus opiniones y perplejidades.
En el caso del literato español Juan Manuel de Prada, sus palabras tienen un sabor amargo, de profunda decepción, de noche oscura. Y ése parece ser también el tono de las palabras de Luis Fernando Pérez Bustamente, director de InfoCatólica, en relación con la situación de la Iglesia actual. Desconozco los detalles de la trayectoria personal de ambos y los verdaderos motivos que los han conducido a sentirse ninguneados por la Conferencia Episcopal Española. No juzgo sus decisiones. Admiro su valentía. Los tomo solo como ejemplo de la frustración que hoy viven algunos cristianos apologetas que, dotados en ocasiones de fina inteligencia y buena voluntad, han querido poner sus cualidades al servicio de la Iglesia y, en vez de verse recompensados por ella, se sienten arrinconados o criticados. Solo cabe una actitud de respeto y comprensión.
En el caso del literato español Juan Manuel de Prada, sus palabras tienen un sabor amargo, de profunda decepción, de noche oscura. Y ése parece ser también el tono de las palabras de Luis Fernando Pérez Bustamente, director de InfoCatólica, en relación con la situación de la Iglesia actual. Desconozco los detalles de la trayectoria personal de ambos y los verdaderos motivos que los han conducido a sentirse ninguneados por la Conferencia Episcopal Española. No juzgo sus decisiones. Admiro su valentía. Los tomo solo como ejemplo de la frustración que hoy viven algunos cristianos apologetas que, dotados en ocasiones de fina inteligencia y buena voluntad, han querido poner sus cualidades al servicio de la Iglesia y, en vez de verse recompensados por ella, se sienten arrinconados o criticados. Solo cabe una actitud de respeto y comprensión.
Me duele escribir
con este tono irónico porque intuyo que, en general, se trata de personas
buenas, de fuertes convicciones morales, pero con un serio problema de fondo,
tan serio que marca la diferencia entre la fe y sus sucedáneos: han reducido la
vida cristiana a doctrina eclesiástica. Su preocupación no es tanto vivir cuanto
conservar. Por eso, cualquier cambio les parece una amenaza. Su preocupación es
mantener íntegro el “depósito de la fe”. Pero la fe es vida y la vida, por
esencia, es cambio, desarrollo. No se trata de cambiar por cambiar, sino de
crecer en la verdad de Jesús guiados por el Espíritu Santo, a quien confesamos
en el Credo como “Señor y Dador de Vida”. Jesús mismo se ha presentado como el camino, la verdad y la vida (cf. Jn 14,6). Se trata de tres dimensiones que se explican mutuamente. La verdad es una realidad dinámica (camino) que consiste esencialmente en tener vida y vida en abundancia (cf. Jn 10,10). El problema es tan viejo como el
cristianismo. Jesús mismo tuvo que corregir en varias ocasiones el celo desmedido de algunos de sus
discípulos que no habían entendido la novedad del Reino y la supremacía del
amor sobre cualquier ley (cf. Lc 9,54). A lo largo de la historia se han multiplicado los
casos de creyentes rígidos que, en virtud de una fidelidad mal entendida, se
convirtieron en talibanes de la fe, en verdaderos terroristas del espíritu.
Tanto la teología como la psicología han estudiado a fondo este fenómeno que
consiste en confundir la radicalidad de
la fe con la rigidez del pensamiento.
El mismo Pablo de Tarso lo vivió en carne propia en relación con el judaísmo.
La única terapia eficaz es la experiencia de un
encuentro personal con Jesús que libera el corazón y la mente y ayuda a reconocer su rostro en la
comunidad histórica de la Iglesia, semper
reformanda. Se trata de una segunda conversión a la experiencia de la gracia. Por lo general, las simples discusiones teológicas no hacen
sino reforzar los propios argumentos, aunque pueden ser útiles para aclarar la
experiencia vivida y orientar el camino. A quienes se sienten abandonados por una Iglesia a la que
critican sin misericordia siempre les recomiendo el testimonio Iglesia, ¡cuánto te quiero! escrito por Carlo Carretto, un hombre curtido en las mil pruebas de
la aventura de la fe. Sus palabras se parecen muy poco a las de quienes han
tirado la toalla. Transmiten realismo, pero también una profunda esperanza. Necesitamos testimonios como estos porque no es fácil combatir la batalla de la fe en estos tiempos revueltos.
Gracias Gonzalo por compartir el texto sobre la Iglesia de Carlos Carretto, para mi, da respuesta a algunas de mis inquietudes.
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