Hace años que no
lo veo. Pero las veces que lo he contemplado he sentido que se trataba de un retrato
que habla. Se encuentra en el palacio Doria-Pamphili
de Roma, a cuatro pasos de la Piazza Venezia. Lo pintó Diego
Velázquez durante su segundo viaje a Roma. Se sabe a ciencia cierta que
el retratado posó para el pintor en agosto de 1650. Parece que ambos se habían
conocido cuando el romano Giovanni Battista Pamphili (1574-1655) viajó a Madrid
en 1625 acompañando al nuncio Francesco Barberini. La verdad es que no conozco
mucho la vida de este Pamphili que llegó a ser Papa con el nombre de Inocencio X
(1644-1655), pero su retrato me parece todo un tratado de psicología. Se cuenta que él
mismo, cuando lo vio terminado, exclamó: “Troppo
vero!”. Es decir, “demasiado auténtico,
se parece demasiado a mí”. A
diferencia de otros retratistas como Raffaello o Rubens, Velázquez no
embelleció a su modelo. Se limitó a retratar su alma pintando su cuerpo. Solo los genios se atreven a realizar estos milagros. Y a veces lo consiguen.
En este lunes de primavera hago un viaje imaginario a la galería Doria-Pamphili, me coloco ante este retrato, aclaro la voz y, con la debida reverencia, entablo una conversación a tumba abierta.
En este lunes de primavera hago un viaje imaginario a la galería Doria-Pamphili, me coloco ante este retrato, aclaro la voz y, con la debida reverencia, entablo una conversación a tumba abierta.
Buenos días,
Santidad. Espero que hayáis descansado bien.
Un Papa nunca
descansa, pero te agradezco el cumplido.
Acabo de ver el
retrato que os ha hecho el español Diego Velázquez. No sé qué admirar más: si
el parecido con vuestra Santidad o la técnica empleada.
Puedes obrar como
te plazca, que en cuestión de gustos y admiraciones la santa Madre Iglesia deja
un ancho campo a las conciencias. Pero quisiera decirte que casi me arrepiento
de haberlo contratado. Le pedí que pintara un retrato para la posteridad y lo
que ha hecho es desnudarme el alma sin mi venia.
Si me permitís,
Santidad, yo diría que os ha puesto delante de un espejo. Pocos se atreven a
decirle a un Papa lo que parece de veras.
Lo sé y por eso,
aunque al principio me ha disgustado, he acabado regalándole una medalla y una
cadena de oro en pago por su… digamos maestría y atrevimiento. Me sobran
aduladores, pero me faltan hombres que me digan la verdad, así que Diego ha
sido valiente. ¿Te has fijado en la barba escasa y rala que me ha pintado?
¡Pues es la mía, como la ves! Raffaello me hubiera puesto la barba del mismísimo
Leonardo da Vinci. ¿Y los ojos? ¿Te has fijado bien en los ojos? Solo les falta
vomitar fuego. Sí, reconozco que los ojos me han sorprendido, pero quizá reflejan
de mí mucho más de lo que me gustaría aceptar.
Yo diría que
revelan un alma un poco atormentada.
Ni yo mismo sabía
que almacenaba tanta violencia en mi bodega. La vida me ha hecho duro, me ha
obligado a no andarme con muchos miramientos. Agradezco a don Diego que haya
tenido la valentía de mostrármelo sin echármelo demasiado en cara.
Nos suelen
gustar más las personas aduladoras que las sinceras.
Así es, amigo mío.
En esto te doy la razón. Como te decía, me he pasado la vida rodeado de
personas que solo me han dicho lindezas para obtener favores. Santidad por
aquí, Santidad por allá. ¡Pamplinas! La verdad es que nunca me las he creído
del todo, pero a menudo han hinchado mi vanidad lo suficiente como para
sentirme temido y admirado. Hasta que ha venido este sevillano, me ha obligado a
posar ante él y, en vez de devolverme un retrato amable de mi augusta persona,
me humilla con este exceso de realidad. Velázquez me ha devuelto con un golpe
de pincel a la tierra de la que vengo y a la que voy. No puedo condenarlo por eso,
aunque me enoje por dentro. Ha hecho él más por mi santidad con su retrato despiadado
que todos los predicadores pontificios con sus engolados sermones sobre la conversión
y la penitencia.
No seré yo
quien litigue con vuestra Santidad, pero creo que no hay nada más hermoso que
la verdad. La mayoría de los cuadros majestuosos de los pontífices que os han
precedido y de los que os sucederán caerán en el olvido. Os aseguro que el vuestro
será recordado para siempre.
Es probable,
hijo. La historia, a cuyo juicio me someto volentieri,
lo dirá. ¡Qué compleja es esta vida, amigo mío! Nos pasamos el tiempo
disfrazando nuestra miseria con las mentiras que nos protegen, incapaces de ser
nosotros mismos, huyendo de nuestros fantasmas. Y cuando hubiéramos esperado
que alguien las inmortalizara en un lienzo cubiertas de ricos ropajes, he aquí
que viene un pintor atrevido y nos retrata desnudos, in puribus. Porque has de saber, hijo mío,
que este Diego Velázquez, aunque me haya puesto encima armiños, púrpuras y encajes,
en realidad me ha retratado desnudo, porque por la ventana de mis ojos ha penetrado
hasta el fondo de mi alma.
Admiro vuestra franqueza,
Santidad.
Lo único que
siento es que no me queda mucho tiempo para parecerme al cuadro, pero lo
intentaré. Nunca es demasiado tarde para andar en verdad.
***
Un dependiente
del museo tocó discretamente la campanilla. Comprendí que mi tiempo se había
agotado. Dirigí una última mirada al cuadro, me detuve de nuevo en los ojos,
reparé en el anillo de la mano derecha y salí a la calle. “Nunca es demasiado
tarde para andar en verdad”. La frase del hombre del cuadro se convirtió en un
estribillo obsesivo mientras me perdía por la Via del Corso camino de casa.
Magnífica entrevista. Y a este Papa Inocencio le dejas en un pabellón bastante alto. Sus respuestas son un antídoto personal contra su hombre malo; con esas contestaciones le venció y seguro que empezó a vivir en la verdad. Y fue humilde para reconocer sus defectos.
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