Esta mañana
temprano vuelo de Barcelona a Roma. Tras más de dos semanas por tierras de
Andalucía, Madrid, Galicia y Cataluña, regreso a casa. En realidad, siempre me
siento en casa porque en todos los lugares he encontrado lo que se necesita
para vivir. Y, sobre todo, porque el dueño
de esta casa que es el mundo –Dios nuestro Padre– me acoge siempre en
cualquier lugar. Estando con Él, siempre
me siento en casa. No importa mucho el lugar o el tiempo. Él siempre ha llegado primero. Además, he
encontrado hermanos y amigos que me han ayudado a saborear esta presencia
amorosa, que han hecho lo posible por hacer agradable mi vida
itinerante. Siento la necesidad de expresar mi gratitud a través de estas líneas.
Durante este
tiempo he observado a muchas personas en los aviones, trenes, por las calles.
He tenido también oportunidad de hablar con algunas. Tal vez me equivoco, pero
he percibido mucha desorientación, como si una nubecilla de tristeza cubriera
el horizonte.
Es probable que la incertidumbre política y la crisis laboral influyan,
pero creo que las causas son más profundas, menos coyunturales. Tienen que ver
con la falta de razones y motivaciones fundadas para afrontar la vida, para embarcarse en la
aventura del matrimonio, educar a los hijos y construir una sociedad más humana.
Muchos hombres y mujeres jóvenes no encuentran en la religión ningún aliciente.
Por todas partes oyen mensajes que les desaconsejan seguir esta “vía muerta”. A
lo más, perciben reclamos que les hablan de espiritualidad, energías ocultas,
vibraciones, autoestima, yoga, viaje al yo profundo y cosas por el estilo.
Junto a propuestas serias, hay mucho de moda efímera cuando no de negocio descarado,
de explotación indecente de las necesidades humanas.
Reconozco que el asunto me
afecta. ¿Cómo se puede contemplar la insatisfacción de las personas a las que
uno quiere con los brazos cruzados, como si todo diera igual? Educados en la
sociedad de la tolerancia, casi nadie se atreve a hacer propuestas concretas –y
menos de tipo religioso– por miedo a ser tildado de retrógrado, autoritario e
invasivo. Que cada uno se las arregle como pueda. Este parece ser el principio
implícito que rige la convivencia. El supermercado de propuestas es más extenso
que nunca. Seguro que hay una que responda a las propias necesidades y
expectativas. Y, si no, ajo y agua.
Todo esto me
lleva a Jesús. No puedo evitarlo. Me lo imagino paseando por nuestras calles o
sentado a la mesa tomando un café con nosotros, observando lo que nos pasa, explorando
nuestros ojos mustios. Me lo imagino mordiéndose los labios para no decir
apresuradamente eso de “Yo soy el camino,
la verdad y la vida”, no sea que lo confundamos con un mormón o un
predicador de pacotilla. Me lo imagino escuchando y mirando. Solo después de
comprobar que hemos vaciado nuestra cartuchera de quejas, preguntas y sueños,
se atreve a preguntar: “¿Qué
buscáis?”.
La pregunta coincide rigurosamente con su primera intervención
hablada en el evangelio de Juan (cf. Jn 1,35-41), el de los grandes discursos. Estas
dos palabras nos colocan contra las cuerdas. ¿Quién puede responder con
rotundidad? ¿Qué busco yo, en realidad, cuando me levanto cada mañana, cuando
hago mi trabajo, cuando hablo con una persona, cuando navego por internet, cuando
me subo a un avión, cuando…? Si no sé bien lo que busco, en nada voy a
encontrar respuesta y satisfacción. Tampoco en Él. O quizá barrunto algo. Quizá
lanzo un SOS que se transforma en pregunta: “¿Dónde
vives?”. Y quizá Él, renunciando a toda explicación innecesaria, me diga a mí y a los demás como yo: “Venid y
ved”. Solo un par de verbos: uno de movimiento (venir); otro de contemplación (ver).
Somos invitados –casi obligados– a ponernos en camino y a abrir los ojos.
Lo que ocurre
luego es un misterio. (Continuará).
¡¡Qué magnifica meditación!! y qué suerte tener Fe sin merecerla y poder tener cada dia en el corazón, la mente y los labios el "El Señor es mi pastor, nada me falta". "El Señor es mi luz y mi salvación ¿a quién temeré". Pienso muchas veces que es pura rutina pero...no me importa.
ResponderEliminarCreo que a veces lo que llamamos "rutina" es el modo tranquilo de vivir una fe que se ha hecho vida, que forma parte de nuestra manera de situarnos en el mundo. Es como el oxígeno que respiramos.
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