Hoy se habla
mucho de salir de nuestra zona de confort
para mejorar nuestra vida. ¡Hasta el papa Francisco insiste en que tenemos que ser una Iglesia "en salida"! (No confundir, por favor, con "estar salidos"). Como todos los conceptos de moda, también éste corre
el riesgo de ser sometido a la tiranía del usar
y tirar. Lo manejamos un tiempo, procuramos incluirlo en nuestras conversaciones, luego prescindimos de él y lo sustituimos por otra expresión más en boga. Pero,
¿de qué estamos hablando? ¿Merece la pena reflexionar sobre esta cuestión? Me gustaría decir algo desde una perspectiva antropológica. Otro día podemos hablar de lo que dice el Papa en su exhortación Evangelii gaudium. Espero no perderme en un bosque conceptual porque de lo que se trata, al fin y al cabo, es de encontrar pistas para crecer como personas, para mejorar un poco cada día. El mundo cambia cuando cada uno de nosotros damos un paso en la dirección correcta. Todo lo demás es pura palabrería. Aquí no estamos en campaña electoral.
Hace unos cuatro
años se popularizó un vídeo llamado ¿Te
atreves a soñar? Es probable que algunos de los lectores de este blog lo conozcáis y hasta lo hayáis
usado para alguna actividad formativa. Merece la pena volver sobre él porque
nos ayuda a clarificar algunos conceptos. Por zona de confort se entiende toda situación personal en la que nos sentimos
seguros porque la conocemos y controlamos más o menos lo que sucede en ella. Nos
proporciona además la satisfacción de lo familiar. Aquí se incluyen creencias,
convicciones, afectos, costumbres, lugares, relaciones, diversiones, etc. Todos
necesitamos espacios de este tipo. Sin ellos, nuestra vida sería una navegación
a la deriva. Viviríamos en permanente inseguridad y ansiedad. Pero, por otra
parte, si siempre permanecemos en esta zona
de confort tendemos a hacer siempre lo mismo, a repetir patrones de
conducta, no crecemos. El exceso de seguridad nos impide alcanzar nuevas metas.
Vivir es cambiar. Hay también en nosotros una zona mágica; es decir, deseos, sueños, ideales que nos impulsan a
ir más lejos, a no acomodarnos con lo que somos y tenemos. Esta tendencia es
innata. Sin ella no habría crecimiento personal ni progreso humano. El problema
es que entre nuestra zona de confort (que
nos proporciona seguridad) y la zona
mágica (que nos atrae con sus ideales) se interpone una zona de pánico (que nos disuade de
emprender el camino). En esta zona anidan nuestros temores, recelos, cobardías,
miedos. En cada avance se reproduce la experiencia del parto: por una parte,
queremos continuar en la protección del seno materno (zona de confort); por otra, deseamos experimentar la novedad de la
vida exterior (zona mágica).
¿Cómo se afrontan
los peligros y desafíos de la zona de
pánico? La única manera es adiestrándonos mediante un proceso de
aprendizaje. De nada sirve decir, por ejemplo, que hablar con los extranjeros nos produce
inseguridad. La forma de vencerla es hacer el esfuerzo de aprender una nueva
lengua. Lo que al principio puede parecer arduo, acabará produciendo efectos muy
positivos. Tendemos a despreciar lo que ignoramos. Por otra parte, todo
aprendizaje nos ejercita en un conjunto de virtudes que son necesarias para la
vida: confianza en nuestras capacidades, curiosidad para explorar nuevas vías, humildad para aceptar nuestros límites,
docilidad para dejarnos enseñar, paciencia para no apresurar los resultados, buen humor para encajar los fracasos, compañerismo para apoyarnos en el esfuerzo y compartir las nuevas adquisiciones, etc. Aprender pone en marcha todos los resortes de nuestra personalidad. Por eso los aprendices se mantienen siempre lúcidos y jóvenes de espíritu. Cuando nos negamos a aprender, la vejez se apodera de nosotros, los miedos nos van comiendo el terreno.
Todo esto se
explica mucho mejor en el siguiente vídeo que os recomiendo:
For the English-speaking followers of this corner:
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