Llegué ayer a Fátima
hacia las cuatro de la tarde. Llovía suavemente y soplaba el viento frío de la
Serra de Aire. La primavera tendrá que esperar. Enseguida me acerqué al
santuario, que está a diez minutos a pie de nuestra Casa
de Acolhimento e Espiritualidade donde dentro de poco comenzaremos el
XIII Capítulo de la Provincia Portuguesa. Creo que esta es la duodécima vez que
vengo a Fátima.
Poco a poco, he ido comprendiendo por qué este lugar es un imán que atrae a
tantas personas de todo el mundo. Primero oré brevemente en la capelinha, abarrotada de gente; después
lo hice en la nueva y espaciosa iglesia de la Santísima Trinidad.
Escuchando el
tañido de las campanas, viendo a la gente ir y venir, contemplando con respeto
a los peregrinos que se acercan a la capelinha
de rodillas, no pude por menos que relacionar estos hechos con dos lecturas que
hice esa misma tarde: una entrevista
al historiador Juan Pablo Fusi y varias páginas de Corsarios
de Levante, la novela de Arturo Pérez-Reverte que, con casi diez años
de retraso (se publicó a finales de 2006), estoy leyendo a sorbos en este viaje a
Portugal.
El capitán Alatriste, un antiguo soldado de los tercios españoles de Flandes, representa el modelo del español de los siglos XVI y XVII, un soldado en lucha con todo el mundo: conquistador en América, papista en Centroeuropa y cristiano en un Mediterráneo infestado de turcos (categoría ésta que abarca a pueblos de muy diversa índole provenientes de Turquía, Oriente Medio o el norte de África). En principio, la razón noble y declarada de esta lucha era la sacrosanta defensa de la fe católica en nombre de su Majestad el Rey Católico; en la práctica, los motivos eran muchos más terrenales: el dinero (que acomuna en una especie de ekumene multicultural a cristianos, turcos, protestantes, papistas, etc.), la lucha por la supervivencia en un país diezmado por muchas guerras y quizás un sentido trágico del honor y la aventura. Pérez-Reverte no pierde oportunidad de contraponer este modelo español-latino (dominado por un sentimiento católico, irracional e improductivo de la vida) al modelo anglosajón (que se distancia de la religión o, por lo menos, la utiliza al servicio del progreso científico, económico y sociopolítico). Lo explica muy bien el joven Iñigo Balboa y Aguirre, ayudante de Alatriste, en una especie de breve confesión en la que distingue entre “un español” y “otros”:
El capitán Alatriste, un antiguo soldado de los tercios españoles de Flandes, representa el modelo del español de los siglos XVI y XVII, un soldado en lucha con todo el mundo: conquistador en América, papista en Centroeuropa y cristiano en un Mediterráneo infestado de turcos (categoría ésta que abarca a pueblos de muy diversa índole provenientes de Turquía, Oriente Medio o el norte de África). En principio, la razón noble y declarada de esta lucha era la sacrosanta defensa de la fe católica en nombre de su Majestad el Rey Católico; en la práctica, los motivos eran muchos más terrenales: el dinero (que acomuna en una especie de ekumene multicultural a cristianos, turcos, protestantes, papistas, etc.), la lucha por la supervivencia en un país diezmado por muchas guerras y quizás un sentido trágico del honor y la aventura. Pérez-Reverte no pierde oportunidad de contraponer este modelo español-latino (dominado por un sentimiento católico, irracional e improductivo de la vida) al modelo anglosajón (que se distancia de la religión o, por lo menos, la utiliza al servicio del progreso científico, económico y sociopolítico). Lo explica muy bien el joven Iñigo Balboa y Aguirre, ayudante de Alatriste, en una especie de breve confesión en la que distingue entre “un español” y “otros”:
“Durante casi dos años serví con el capitán Alatriste en las galeras de Nápoles. Por eso hablaré ahora de escaramuzas, corsarios, abordajes, matanzas y saqueos. Así conocerán vuestras mercedes el modo en que el nombre de mi patria era respetado, temido y odiado también en los mares de Levante. Contaré que el diablo no tiene color, ni nación, ni bandera; y cómo, para crear el infierno en el mar o en la tierra, no eran menester más que un español y el filo de una espada. En eso, como en casi todo, mejor nos habría ido haciendo lo que otros, más atentos a la prosperidad que a la reputación, abriéndonos al mundo que habíamos descubierto y ensanchado, en vez de enrocarnos en las sotanas de los confesores reales, los privilegios de sangre, la poca afición al trabajo, la cruz y la espada, mientras se nos pudrían la inteligencia, la patria y el alma. Pero nadie nos permitió elegir. Al menos, para pasmo de la Historia, supimos cobrárselo caro al mundo, acuchillándolo hasta que no quedamos uno en pie. Dirán vuestras mercedes que ése es magro consuelo, y tienen razón. Pero nos limitábamos a hacer nuestro oficio sin entender de gobiernos, filosofías ni teologías. Pardiez. Éramos soldados.”
Juan Pablo Fusi, formado
en Oxford, no está lejos de esta interpretación, aunque usa una exquisitez académica
que no se le puede pedir a un literato. No solo es pesimista con respecto al
pasado –lastrado por la falta de un estado moderno y laico, liberado de la
tutela eclesial– sino también en relación con el presente: “En España la cosa
es seria y preocupante, decepcionante en muchos sentidos, pero todavía no ha
llegado a ser trágica”. Yo escucho estas voces con respeto. Me merecen mucha
atención. Me hacen pensar. No me pongo enseguida a la defensiva. No me interesa
esgrimir precipitadamente argumentos en contra, aunque los haya en muchos
casos.
¿Es verdad que
esta fe popular que percibo en Fátima es un factor regresivo? ¿Es verdad que
alimenta la superstición, el providencialismo y, en definitiva, la
irracionalidad? ¿Por qué sigue viniendo aquí gente del siglo XXI, que está muy
lejos de sus antepasados de los siglos XVI y XVII? ¿Han cambiado solo la espada
por el teléfono móvil? ¿Siguen teniendo la misma manera de ver el mundo que sus antepasados?
¿Es verdad que la cultura anglosajona es tan moderna, analítica, objetiva y
desapasionada? ¿Qué aporta la fe a la construcción de una sociedad más libre, justa y solidaria? ¿En qué obstaculiza la fe estos ideales?
La casualidad quiere que, tras la semana que voy a pasar en Portugal, tenga que transcurrir otra en Inglaterra. Tendré la oportunidad de hacerme nuevas preguntas. Esto es, por otra parte, muy anglosajón. The answer, my friend, is blowing in the wind. Dejemos que Bob Dylan nos lo cante. Algún día volveremos con más calma sobre la letra.
Y escuchemos otras voces que rompen los tópicos de siempre.
La casualidad quiere que, tras la semana que voy a pasar en Portugal, tenga que transcurrir otra en Inglaterra. Tendré la oportunidad de hacerme nuevas preguntas. Esto es, por otra parte, muy anglosajón. The answer, my friend, is blowing in the wind. Dejemos que Bob Dylan nos lo cante. Algún día volveremos con más calma sobre la letra.
Y escuchemos otras voces que rompen los tópicos de siempre.
¡ que interrogantes tan cercanos para los que alguna vez hems estado en Fatima y experimentado esas sensaciones que tan bien expones!! Y lo de el estado laico como solución a nuestros problemas españoles es como una constante de quienes piensan que lo religioso va contra la naturaleza humana sin admitir ni de lejos que, al contrario, puede enriquecerla mucho. El pasado no se puede valorar con la mente del presente. El Cardenal Santiago reflexiona con gran brillantez sobre el laicismo imperante y mal entenido.
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