El pasado 5 de marzo
escribí sobre amigos
y seguidores, las dos categorías “evangélicas” que se usan en las redes
sociales Facebook y Twitter. No pensaba volver
sobre el tema en las próximas semanas, pero ayer un compañero de comunidad me
confesó que acababa de cerrar su cuenta de Facebook
porque le parecía una demostración impúdica de exhibicionismo, un vicio de
gente que no tiene mucho que hacer. Poco después, me llamó la atención la
noticia de la
muerte de un hombre de 51 años, con síndrome de Diógenes, que murió
completamente solo y rodeado de basura, pero… con 3.544 “amigos” en Facebook. Y para rematar la jugada, el
asesor vaticano de redes sociales, afirmaba tajantemente en una larga
entrevista: “El
Papa tiene que estar en Facebook”.
Todo esto me ha hecho volver sobre el
tema. Creé mi cuenta de Facebook el
9 de julio de 2009, hace casi 7 años. Durante este tiempo he tenido etapas de
todos los colores. Últimamente entro todos los días, aunque solo sea para
colgar el enlace al post de este blog. Me propuse no pasar de 500 amigos, pero
ya voy por 609. ¡Y eso que procuro aplicar el criterio de dar acceso solo a
quienes conozco físicamente! Por lo general, accedo a Facebook desde mi ordenador, casi nunca desde el teléfono móvil.
Esto me permite una distancia de seguridad. No soportaría estar permanentemente
conectado. Confieso que la mayoría de las cosas que cuelgan mis "amigos" apenas me interesan. Como es natural, pienso que lo mismo les sucede a ellos con lo que cuelgo yo. Nunca pongo fotos de otras personas sin su permiso porque tampoco me gusta que pongan fotos mías. En fin, que la lista de condiciones es larga. De todos modos, con frecuencia me pregunto si no estaremos siendo
prisioneros en una inmensa plaza que nos prometía una gran libertad y un espacio de comunicación creativa. El tiempo nos irá mostrando las consecuencias. De entrada, me sirve un principio aplicable a otras muchas cosas de la vida: ni sacralizar ni demonizar. Basta hacer un uso instrumental.
Como es normal, a
estas alturas de la película se han multiplicado los estudios
sobre los efectos de Facebook. Y se han diagnosticado verdaderas
adicciones. Como no es posible garantizar la fiabilidad de todo lo que se
publica, lo mejor es que cada uno nos preguntemos qué está sucediendo con
nosotros mismos: ¿Nos roba más tiempo del que sería razonable? ¿Nos sumerge en
un mundo ficticio? ¿Hace que ajustemos nuestra identidad a las expectativas de
nuestros “amigos”? ¿Altera nuestra concepción del espacio y del tiempo hasta el punto de desubicarnos?
Creo
que hablar de estas cosas nos ayuda a tomar conciencia de lo que estamos
viviendo y, en cierta medida, contribuye a minimizar sus riesgos.
Os dejo con un par
de vídeos. El primero nos ofrece 11 razones para dejar Facebook.
El segundo es un cortometraje
amateur titulado: “Atrapado en la red
social”. Si os animáis a compartir vuestra experiencia o vuestra opinión, abajo tenéis espacio para los comentarios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
En este espacio puedes compartir tus opiniones, críticas o sugerencias con toda libertad. No olvides que no estamos en un aula o en un plató de televisión. Este espacio es una tertulia de amigos. Si no tienes ID propio, entra como usuario Anónimo, aunque siempre se agradece saber quién es quién. Si lo deseas, puedes escribir tu nombre al final. Muchas gracias.