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jueves, 10 de marzo de 2016

Cuando yo digo pan, tú dices "bread"

En mi comunidad somos 26 misioneros. Procedemos de 12 países diferentes. Aunque el italiano es la lengua oficial, se habla mucho español e inglés. Esto da lugar a curiosos malentendidos e interesantes aprendizajes. No es lo mismo vivir en un contexto cultural y lingüístico homogéneo que en un ambiente multiétnico, multicultural y multilingüístico. Es difícil imaginar lo que esto supone cuando uno ha vivido siempre en el mismo lugar y con la misma gente. Por eso, quizá a algunos lectores del blog os resulte extraño lo que hoy quiero compartir.

Sucedió hace unos días. Mientras íbamos circulando por la carretera que lleva a Matera, en la Apulia italiana, le indiqué al compañero que conducía: “Tutto diritto” (es decir; todo derecho, sigue por donde vamos). Él, no italiano, interpretó que “diritto” significaba “a la derecha” y, por tanto, hizo amago de virar en esa dirección. A punto estuvimos de salirnos de la ruta. Es solo un botón de muestra. Quienes se mueven en ambientes culturales diversos podrían contar muchas anécdotas al respecto. Es ya un clásico el chiste de aquel castellano que, tras su primera visita a Francia, razonaba así: “Que al pan lo llamen pain, lo comprendo; que al vino lo llamen vin, está bien; pero que al queso, que se ve claramente que es queso, lo llamen fromage, por ahí no paso”.

Los matices y resonancias afectivas se dan, de hecho, dentro de la misma lengua. Cuando se encuentra con un amigo, un español charla o raja un rato mientras que un mexicano se dedica a platicar. Sabe distinto un café en Bilbao que un tintico en Bogotá. Beber una cerveza en Buenos Aires no es lo mismo que disfrutar de una caña, acompañada por su correspondiente tapa, en un bar castizo de Madrid. Y, desde luego, hay diferencias notables entre coger el metro (España) y agarrar el subte (Argentina), aunque en ambos casos se esté hablando de desplazarse de un punto a otro de la ciudad a través del transporte subterráneo. 


Las diferencias aumentan con el cambio de lengua. Cuando un inglés unta un poco de mantequilla es un trozo de bread (pan), no tiene la misma sensación que yo cuando evoco un pan (bread) crujiente humedecido con tomate, acompañado con una loncha de jamón serrano. No basta saber que pan se dice bread en inglés, Brot en alemán, pão en portugués o pane en italiano. La palabra -y hasta su sonido- está asociada a experiencias que cada uno tiene en relación con un tipo concreto de pan (olor, textura, sabor), determinadas situaciones (el desayuno en la infancia, el bocata juvenil, la merienda con la familia en el campo) y costumbres (no se usa del mismo modo el pan en los países centro-europeos que en los mediterráneos, por ejemplo).

Cuando pasamos de las pequeñas a las grandes palabras que configuran nuestro estilo de vida, la complejidad aumenta. Los religiosos hacemos voto de pobreza, castidad y obediencia. Muchas personas que oyen la palabra pobreza piensan enseguida en situaciones de miseria; castidad les sugiere represión; obediencia evoca servilismo inaceptable. ¿Cómo van a creer que la vida religiosa es una forma de vida humanizadora? ¿Cómo los jóvenes se van a sentir atraídos por ella? No digamos nada si saltamos a palabras mayores como Dios (que puede suscitar sentimientos de confianza y alegría o bien de temor y rechazo o quizás de indiferencia), fe (que puede ser entendida como confianza razonable o como abandono absurdo), amor (que puede significar entrega incondicional o atracción sexual), etc.

Hace años, el obispo claretiano Pedro Casaldáliga, escribió un poemita –citado a menudo– que expresa muy bien los “equívocos” que con frecuencia se dan en el uso de las palabras:  
Donde tú dices ley, / yo digo Dios. / Donde tú dices paz, justicia, amor, / ¡yo digo Dios! / Donde tú dices Dios, / ¡yo digo libertad, / justicia, / amor!

Estos equívocos se producen en todos los ambientes. ¡Cuántas veces las discusiones entre esposos, hermanos o amigos se deben a que cada uno entiende la misma palabra de distinta manera! Y no digamos nada en el campo de las negociaciones políticas. En mi experiencia personal de trato con muchas personas he aprendido que:
    
  • Nunca hay que dar por supuesto que cuando decimos algo (pan, democracia, libertad, fe …) todos entienden lo mismo.
  • Es necesario escuchar mucho para percibir lo que las palabras significan para los demás, las reacciones emotivas que producen en ellos.
  • Conviene aclarar en qué sentido entendemos las palabras que usamos; sobre todo, cuando se trate de cuestiones importantes.
  • La actitud tolerante y una pizca de humor son imprescindibles para no hacer de un asunto minúsculo un problema insuperable.
Es muy saludable moverse en ámbitos lingüísticos y culturales distintos para apreciar y relativizar a un tiempo todo lo propio. 

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