Cuando tenía 17
años tuve mi primer contacto con la Liturgia de las
Horas. Tardé tiempo en descubrir la belleza y la “actualidad” de los
Salmos. Algunos eran demasiado extraños para ser comprendidos y saboreados por
un adolescente. Pero pronto me quedé encandilado por la belleza de algunos himnos
que acababan de ser vertidos del latín al español. Otros, que se compusieron o
seleccionaron más tarde, me siguen pareciendo un desastre. Entre los primeros,
hay uno que todavía hoy me tiene subyugado. Se llama Alfarero
del hombre. Cuando lo rezo o lo canto, me parece estar reviviendo el
origen del universo. Es como si toda la creación se pusiera de nuevo en marcha,
como si las cosas desgastadas recobraran su frescura primitiva. Es, pues, un himno
antioxidante, revitalizador. Por si no lo conoces, he aquí la letra:
Alfarero del hombre, mano trabajadoraque, de los hondos limos iniciales,convocas a los pájaros a la primera aurora,al pasto, los primeros animales.De mañana te busco, hecho de luz concreta,de espacio puro y tierra amanecida.De mañana te encuentro, Vigor, Origen, Metade los sonoros ríos de la vida.El árbol toma cuerpo, y el agua melodía,tus manos son recientes en la rosa;se espesa la abundancia del mundo a mediodía,y estás de corazón en cada cosa.No hay brisa, si no alientas, monte, si nos estás dentro,ni soledad en que no te hagas fuerte.Todo es presencia y gracia. Vivir es ese encuentro:Tú, por la luz; el hombre, por la muerte.¡Que se acabe el pecado!¡Mira que es desdecirte dejar tanta hermosura en tanta guerra!Que el hombre no te obligue, Señor, a arrepentirtede haberle dado un día las llaves de la tierra.
La imagen de
Dios como alfarero está
presente en la Biblia. En el libro de Jeremías leemos: “Como está la arcilla en
manos del alfarero, así estáis
vosotros en mis manos, dice el Señor” (Jr 18,6). Pero el texto que más me gusta
se encuentra en el libro de Isaías. Después de confesar el pecado del pueblo, el
profeta añade: “Con todo, Señor, tú eres nuestro Padre, nosotros somos la
arcilla, y tú el alfarero, somos obra
de tus manos” (Is 64,7). Cuando atravesamos momentos de crisis, cuando incluso llegamos a pensar que no vale la pena vivir, es bueno recordar que no estamos en esta vida por accidente, sino que somos "obra de sus manos".
Esta bella
imagen del alfarero es extraña a la cultura urbana contemporánea. No sé si un joven preferiría decir: “Señor, tú
eres mi programador (informática) o mi entrenador (deporte) o mi tutor (educación)”.
A mí me seduce la imagen de un Dios que, con el cariño del alfarero, nos
va modelando y rehaciendo con su “mano trabajadora”. Pero él no es solo
alfarero del hombre. Él convoca cada mañana también a los pájaros (mejores
despertadores que un teléfono de última generación) y a todos los animales. Las
manos de Dios “son recientes en la rosa”; en él todo es nuevo, no hay nada de segunda mano.
La síntesis de la vida no puede ser
más hermosa: “Todo es presencia y gracia”. Donde está Dios no hay lugar para la
oscuridad o el sinsentido. Él -incluso cuando parece ausente- siempre está detrás de nuestras búsquedas y dudas: "Estás de corazón en cada cosa". Todo -también lo que a primera vista parece absurdo (enfermedades, problemas, fracasos)- es pura gracia.
Con todo, en esa batalla campal que es nuestra
existencia, se da siempre una tensión que nos desgarra: “Tú por la luz; el
hombre por la muerte”. Es como si el himno reconociera que en nuestro disco duro se ha infiltrado un virus dañino que hace que todos los programas de vida que Dios ha instalado en nosotros no funcionen correctamente.
La estrofa
final no tiene desperdicio. Es un grito del ser humano que no quiere ser
víctima del mal que nos envuelve. Es la estrofa que recitan todas las víctimas
de las guerras, extorsiones e injusticias. Es la súplica de quienes están
hartos de que los corruptos y violentos desfiguren la creación de Dios: “¡Que
se acabe el pecado! / ¡Mira que es desdecirte dejar tanta hermosura en tanta
guerra!”. Os confieso
que hay días en que, después de ver los informativos de la televisión, me entra asco de lo que los seres humanos somos capaces de destruir. Entonces me dan ganas de gritar: “Que el hombre no te obligue, Señor, a arrepentirte / de
haberle dado un día las llaves de la tierra”.
Quizá a
algunos todo esto os suena un poco a música celestial, pero es lo que me sale hoy del alma, de un alma que quiere ser misionera, como el tema de esta canción muy extendida por Latinoamérica que os propongo en el vídeo: "Alma misionera".
No sé si conoces la canción Señor yo quiero ser barro en las manos del alfarero; yo quiero ser un vaso nuevo....Bueno algo parecido. Como soy torpe en estas cosas no conozco cómo hacer para (subir, se dice)la versión de Cesareo Gabaráin que fue antes que nada sacerdote y también el compositor de esta y otras muchas canciones religiosas. Un abrazo
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario y tu sugerencia. Sí, conozco la canción de Cesáreo Gabarain. Hay muchas versiones. Esta es una de ellas: https://www.youtube.com/watch?v=-XnqU6yDQYU
ResponderEliminarNo encuentro respuesta a mi solicitud de conocer el autor de este bellísimo poema, que conozco desde mi juventud,admiro y me conmueve siempre que lo leo.
ResponderEliminarFernando
El autor es el poeta José luis Blanco Vega, español, de Mieres, Asturias.
EliminarGracias
ResponderEliminarA mi también me conmueve este himno. Nos situa, nos hace sentir nos red y nos asoma a la belleza del Universo. El comentario me parece maravilloso. Gracias. ROSA
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