Se suele decir que
hoy es un día no litúrgico porque hasta bien entrada la noche no hay ninguna
celebración prevista. La Iglesia tampoco celebra hoy la Eucaristía. Se mantiene
en un ayuno que prepara la venida del novio. Tras la pasión del Señor, ayer
Viernes Santo, hoy parece que hemos entrado en una situación de stand-by. Domina un silencio sereno, como
el que suele acompañar a las familias tras el sepelio de sus muertos queridos. Después
de haber llorado mucho, el cuerpo y el espíritu entran en una fase de sosiego,
como si intuyeran que ya no hay que mirar atrás, que “lo mejor está siempre por
llegar”.
A más de uno le
gustaría colgar el cartel de “Cerrado por defunción”. En realidad, eso es lo
que piensan muchas personas con respecto al futuro de la fe cristiana y, más en
concreto, de la Iglesia. Desearían que se quedaran en un Sábado Santo perpetuo, en el día de la ausencia. Eso es lo que imaginó también Poncio Pilatos: muerto el perro, se acabó la rabia. Lo que ocurre es que se llevan expidiendo certificados
de defunción desde la tarde del 7 de abril del año 30. Pero nada ni nadie encierra el poder de la Vida. Ni siquiera nuestra indiferencia.
El dictamen suena ya un poco repetitivo. El cristianismo lleva desapareciendo desde que nació. ¿O no será que los doctores
que expiden estos certificados han interpretado mal los síntomas? Es verdad que
hay formas de seguir a Jesús que van muriendo con el paso del tiempo porque
están muy ligadas a un contexto cultural y social determinado o porque
identifican la esencia con la escoria. Es verdad que las estadísticas oscilan,
quizá porque no sabemos contar: incluimos a los que nunca han dicho sí con el
corazón, aunque estén registrados en nuestros archivos, y excluimos a muchos
otros sin papeles que se sienten
tocados por Jesús.
El interés por el Crucificado-Resucitado es más fresco y
universal que nunca. El mundo no se reduce a nuestra pequeña Europa. Jesús
tiene seguidores de primera generación en África, América y Asia que nos
despiertan de nuestras inconsistencias y rutinas. Incluso aquí, sin hacer ruido, hay
personas y comunidades que están viviendo un cristianismo renovado: místico y
profético a un tiempo. A veces, se trata de personas que, tras años de alejamiento, redescubren la alegría de la fe y regresan a la comunidad. En otros casos, son personas que se encuentran por primera vez con Jesucristo y quedan enganchadas. Algún día del tiempo pascual contaré historias
concretas. Son los nuevos Hechos de los Apóstoles que el Espíritu sigue
escribiendo en nuestro tiempo.
Por eso, más que
cerrar el quiosco por defunción de su propietario, habría que colgar otro
cartel: “Abierto por esperanza”. Creo que el Sábado Santo es como un día de
comienzos de primavera en el que de repente, sin saber bien por qué, comienzan
a despuntar brotes en las ramas de los árboles que parecían muertas. Uno se puede
quedar mirando desde lejos el árbol desnudo. O puede acercarse para percibir
que algo está naciendo. El Sábado Santo es, ciertamente, un curso acelerado de no sabe-no contesta, un símbolo de la ausencia
de Dios, pero es, sobre todo, el momento de la noche más cercano al alba. Es el final del invierno que se abre a la primavera. El noveno mes de un embarazo.
El Sábado Santo es también un
día mariano por excelencia, porque la Madre, que supo estar al pie de la cruz,
nunca perdió la esperanza. Por eso, María es la acompañante de todos aquellos que, probados por las crisis de la vida, han tirado la toalla. No hay dolor humano que no comprenda después de haber estado "junto a la cruz de Jesús". Quienes más se desesperan no suelen ser quienes viven
el dolor de cerca sino quienes especulan
sobre él de lejos. Hay enfermos terminales
que tienen que insuflar un poco de esperanza a sus familiares porque éstos no
soportan la experiencia de la muerte.
Esta noche, en la
Vigilia Pascual, actualizaremos, ese acontecimiento tan nuevo que no hay
palabra que lo encierre. Lo llamamos resurrección, pero bien podríamos denominarlo
victoria sobre la muerte, el espacio y el tiempo. ¡Feliz y serena espera!
Gracias otra vez Gonzalo en este tiempo de espera. Después de lo duro de ayer y de las preguntas que tanto cuesta responder y, sobre todo, enfrentar, este maravilloso reto de esperanza que nos presentas. Con alegría confiada en la comunión de los santos, de esos santos de otro color y cultura, a esperar el canto del gloria esta tarde noche. Un abrazo
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