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viernes, 19 de diciembre de 2025

La escritura de Dios


No sé por qué hoy, volviendo a casa después de haber celebrado la Eucaristía, he pensado en el origen de la escritura. ¿Cómo se les ocurrió a los seres humanos transcribir lo que hablaban? Me parece una historia fascinante. Parece que fue en la Edad de Bronce cuando fueron apareciendo los primeros ensayos de escritura cuneiforme, jeroglífica… y finalmente alfabética, que logra su auge en la Edad del Hierro. Hubo desarrollos diferentes en Mesopotamia, Egipto, India, China, Mesoamérica, África, etc. 

Más allá de los avances logrados por la investigación, lo que más me seduce es pensar cómo lo hablado se convierte en escrito, la íntima conexión que se establece entre pensamiento, palabra y escritura. Cuando leía el largo evangelio de hoy, pensaba en el hecho formidable de que esas mismas palabras, traducidas a infinidad de lenguas, hayan sido leídas y escuchadas por millones de personas a lo largo de la historia. De no haber sido por la escritura, no habrían llegado hasta nosotros. La simple tradición oral las hubiera deformado irremediablemente.


Saber leer y escribir es un privilegio que nos permite encadenar experiencias. Sin escritura no hay historia, solo recuerdos cada vez más vaporosos. Lo compruebo cuando a veces desempolvo mis viejos diarios de hace treinta o cuarenta años. Recuerdo la mayoría de las cosas que leo, pero el hecho de que estén consignadas por escrito les da una concreción y una precisión que exceden las capacidades y límites de la memoria. Por eso, continúo con mi práctica casi diaria de escribir lo que voy viviendo. No quiero fiarlo todo a mi memoria frágil o a la de quienes comparten conmigo el camino. 

Scripta manent. Las cosas escritas permanecen, no son víctimas del olvido. Escribo estas cosas en vísperas de Navidad porque creo que Dios también ha escrito su mensaje en dos libros maravillosos: la naturaleza y la Escritura. El primero es universal. Todos los seres humanos podemos leerlo. El segundo también lo es, aunque en la práctica esté más vinculado a quienes son herederos de la cultura judeocristiana.


Dios escribe. El problema es que nosotros no siempre sabemos leer. ¿Por qué algunos seres humanos solo ven en la naturaleza un conjunto de fuerzas fundamentales (gravitatoria, electromagnética, nuclear fuerte y nuclear débil) o de procesos astrofísicos y bioquímicos? ¿Por qué otros se admiran de su armonía y belleza, e incluso ven en ella los signos del Creador? Hay que aprender a leer. No todos estamos en condiciones de descifrar la “escritura” de Dios. 

San Pablo, en su carta a los romanos, escribe que “lo invisible de Dios, su eterno poder y su divinidad, son perceptibles para la inteligencia a partir de la creación del mundo a través de sus obras” (Rm 1,20). Los salmos están llenos de exclamaciones que reconocen la huella de Dios en su creación: “El cielo proclama la gloria de Dios, | el firmamento pregona la obra de sus manos: el día al día le pasa el mensaje, | la noche a la noche se lo susurra. Sin que hablen, sin que pronuncien, | sin que resuene su voz, a toda la tierra alcanza su pregón | y hasta los límites del orbe su lenguaje” (Sal 19,2-5).

Dios también nos habla en la Escritura, pero este libro nos resulta a menudo críptico e incomprensible porque no sabemos leerlo. Como el eunuco, ministro de Candaces, también nosotros podemos preguntarnos: “¿Cómo voy a entenderlo si nadie me guía?” (Hch 8,31). Necesitamos ayudarnos unos a otros a leer lo escrito, a profundizar en las Escrituras. Si aprendemos a leer el libro de la naturaleza y el libro de la Escritura, es imposible no reconocer en ellos la escritura de Dios. La lectio divina es precisamente el arte de leer a Dios.

1 comentario:

  1. Gonzalo cuanta razón tienes que hay que saber leer a Dios y también como decía mi madre hay que entender que Dios a veces escribe derecho con renglones torcidos. Y esto nos cuesta más asimilarlo.
    Me gustaría recomendarte el libro EL INFINITO EN UN JUNCO de Irene Vallejo acerca del primer momento de la escritura.
    Gracias por tus artículos.
    Maite

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