
Los termómetros se desploman. Luce un sol de otoño avanzado. Se cumple medio año de la elección del papa León XIV. Zelenski viene a Madrid para recabar ayuda militar. Eso significa que no hay perspectivas de que la guerra en Ucrania termine pronto. Siguen las noticias sobre el rearme de varios países europeos, la vuelta al servicio militar obligatorio y el aumento en gastos de defensa. Se están moviendo demasiadas piezas en este inestable tablero del ajedrez mundial.
Mientras quienes mueven las piezas de la partida mundial afilan sus estrategias, la mayoría de los mortales nos centramos en las pequeñas batallas de la vida cotidiana, conscientes de que podemos hacer muy poco por “cambiar el mundo”, expresión que se repetía en los años 60 y 70 del siglo pasado y que hoy ya no figura en el vocabulario de los jóvenes. ¡Demasiado tienen con sobrevivir en este mundo precario e incierto! Quien está “cambiando el mundo” es la revolución digital en la que nos hemos embarcado. Estamos solo en los primeros compases de una composición que no sabemos cómo se va a desarrollar.

Después de un mes yendo de un sitio para otro, casi sin tiempo para otra cosa, en esta semana madrileña voy a aprovechar para encontrarme con amigos a los que hace tiempo que no veo. Es el contrapunto necesario a una vida misionera itinerante. Y hasta es probable que vaya a ver por segunda vez Los domingos, en espera de que pronto podamos hacerle una entrevista a la directora de la película para la revista Vida Religiosa. Tengo mucho interés en tomarle el pulso a la actualidad a través del género conversación, que siempre es más interesante que el de la reflexión individual. Cuando conversamos con otras personas, el ejercicio de escucha atenta dilata siempre nuestro punto de vista, nos hace ver perspectivas que nos resultan ciegas o desvaídas.
Cada vez que conversamos corregimos un poco la intolerancia que se agazapa en algún rincón de nuestra conciencia. Por eso, la polarización que hoy vivimos se cura con el arte de la conversación. Ahora que estamos a punto de celebrar los 50 años de la muerte de Franco y la apertura de una nueva etapa en la historia de España, necesitamos pasar de la discordia a la concordia, como ha recordado esta mañana el presidente de la CEE en el discurso inaugural de la 128 asamblea plenaria.

Hay personas que disfrutan sembrando la cizaña de la discordia y otras que se esfuerzan por sembrar el trigo de la concordia. Ambas semillas crecen en el mismo campo. La tentación es arrancar de raíz la primera para que crezca lozana la segunda, pero esto -además de ser imposible- no es siempre recomendable. Tenemos que acostumbrarnos a vivir en sociedades en las que el trigo convive con la cizaña y la concordia se ve siempre amenazada por la discordia. Más que preocuparnos por arrancar las hierbas malas, lo esencial es regar, abonar y cultivar las buenas. Ensanchando el territorio del bien vamos minimizando las consecuencias del mal.
Me viene ahora a la cabeza una frase de Angela Merkel que puede resultar iluminadora. Hablando del desafío que Europa tiene con la llegada de muchos inmigrantes musulmanes, la excanciller alemana decía con una pizca de ironía: “El problema no es que haya muchos musulmanes en Europa, el problema es que hay pocos cristianos”. De manera análoga podríamos decir que el gran desafío de nuestra sociedad no es la obsesión por superar la discordia, sino el esfuerzo por vivir en concordia. Suena parecido, pero no es lo mismo.
Me gusta la idea que expresas de la frase que dijo Angela Merkel, “El problema no es que haya muchos musulmanes en Europa, sino que hay pocos cristianos”. Cuando la voy analizando, me doy cuenta que la idea es aplicable en muchas situaciones y si la tuviéramos en cuenta, nos llevaría a la “construcción”, a la “comprensión”. ¡Podemos aplicarla en tantas ocasiones!.
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