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viernes, 28 de febrero de 2025

Refugio, tesoro y medicina


La primera lectura de este viernes es un hermoso canto a la amistad. Entresaco algunos versículos: “Un amigo fiel es un refugio seguro, y quien lo encuentra ha encontrado un tesoro. Un amigo fiel no tiene precio y su valor es incalculable. Un amigo fiel es medicina de vida, y los que temen al Señor lo encontrarán” (Eclo 6,6-7). Las tres metáforas usadas (refugio, tesoro y medicina) me permiten releer de un modo nuevo las experiencias de amistad con las que Dios me ha bendecido a lo largo de la vida.

Refugio seguro. Desde niños nos educan para ser valientes, afrontar las dificultades de la vida y no tener miedo de lo que pueda suceder. Sin embargo, hay veces en que sentimos la tentación de tirar la toalla, incluso de llorar. Un buen amigo es ese refugio al que podemos acudir para encontrar amparo porque sabemos que, antes de preguntarnos nada, nos acoge y nos comprende. Respeta nuestro silencio si no tenemos ganas de dar muchas explicaciones.

Tesoro. Este término se utiliza a menudo entre cónyuges o novios. También lo utilizan muchas madres para dirigirse a sus hijos pequeños. Un tesoro es “una persona o cosa, o conjunto o suma de cosas, de mucho precio o muy dignas de estimación” (RAE). Decir que un amigo es un tesoro significa, pues, que es para nosotros una persona valiosa y muy digna de estima. Añadiría más: que no se puede comparar a ninguna realidad material por costosa que sea. Cuando valoramos así a nuestros amigos, la actitud correcta es la gratitud. Nadie puede “comprar” un amigo. Es un regalo que Dios pone en nuestro camino y que agradecemos de corazón.

Medicina de vida. La tercera metáfora adquiere una actualidad grande en un momento en el que experimentamos muchas fragilidades e incluso heridas. Es verdad que hay veces que podemos necesitar la ayuda profesional de un médico o de un psicólogo, pero muchas de nuestras enfermedades cotidianas (confusión, tristeza, ansiedad, soledad, etc.) pueden ser curadas con el bálsamo de la amistad. Los mejores amigos no son los “médicos” que a toda costa quieren curarnos, sino aquellos que, sin pretenderlo, nos curan porque nos proporcionan lo que más necesita un ser humano: comprensión y afecto.

Hoy es un buen día para dar gracias a Dios por los amigos que ha puesto en nuestro camino a lo largo de nuestra vida.


jueves, 27 de febrero de 2025

Palabras antiguas para tiempos nuevos


Rezando esta mañana a las 6,30 el Oficio de Lecturas, me he detenido en unas palabras del monje irlandés san Columbano (643-615) que, aunque escritas en el siglo VII, parecen dirigidas a los hombres y mujeres de hoy: “A Dios ningún hombre vio ni puede ver. Nadie, pues, tenga la presunción de preguntarse sobre lo indescifrable de Dios, qué fue, cómo fue, quién fue. Éstas son cosas inefables, inescrutables, impenetrables; limítate a creer con sencillez, pero con firmeza, que Dios es y será tal cual fue, porque es inmutable”.


Una de las características del hombre moderno (no tanto del posmoderno) es su fe ciega en la razón. Immanuel Kant supo expresarlo con claridad: “Ilustración significa el abandono por parte del hombre de una minoría de edad cuyo responsable es él mismo. Esta minoría de edad significa la incapacidad para servirse de su entendimiento sin verse guiado por algún otro. Uno mismo es el culpable de dicha minoría de edad cuando su causa no reside en la falta de entendimiento, sino en la falta de resolución y valor para servirse del suyo propio sin la guía del de algún otro. Sapere aude! ¡Ten valor para servirte de tu propio entendimiento! Tal es el lema de la Ilustración”. 


¿Con quién nos quedamos: con el antiguo san Columbano o con el moderno Kant? ¡Con los dos! Tenemos que tener el valor de servirnos de nuestro propio entendimiento para investigar la realidad que es aprehensible con la razón. Y tenemos que creer con sencillez y con firmeza en el Misterio que nos desborda. Los racionalistas se quedan con la razón y tiran por la borda la fe. Los fideístas se agarran a la fe y desprecian la razón. La historia está llena de enfrentamientos continuos y de exclusiones mutuas. El balance es un empobrecimiento de la experiencia humana. 

¡Bienaventurados quienes han aprendido a pensar y a creer, a investigar y a fiarse, a cultivar la ciencia y a vivir de la fe! Haberlos haylos, pero no es lo que más se lleva hoy. Hace falta mucho coraje y mucha humildad para esta aventura.




miércoles, 26 de febrero de 2025

Jesús barre para casa


Esta mañana, mientras leía el evangelio de la misa, me ha llamado la atención la frase final que pronuncia Jesús: “El que no está contra nosotros está a favor nuestro” (Mc 9,40). Es probable que haya influido el ambiente de exclusión que vivimos en nuestra sociedad: “Si no eres de los míos, de mi cuerda, no tengo cuentas contigo”. Esto se aplica al campo de la política, la religión y el deporte, tres asuntos sobre los que nunca se debe hablar con los cuñados o parientes próximos durante la cena de Nochebuena o en cualquier otra celebración familiar, so pena de enzarzarse en discusiones inútiles que lo único que consiguen es separar aún más a las personas. 

Aunque Jesús es a veces muy tajante –“El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama” (Mt 12,30)– su actitud es siempre la apertura y la acogida porque “su” Dios es el “Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos” (Mt 5,45); o sea, un Dios “siempre mayor” que no pertenece solo a los que presentan su hoja de servicios inmaculada.


No es que Jesús barra para casa, sino que pone en primer plano las semillas de bondad y de vida que están escondidas en todos los seres humanos. Podría quedarse solo con las conductas improcedentes o malvadas, pero prefiere ir más al fondo. No hay ser humano que no tenga algo de apreciable. Mi profesor de Moral Fundamental, ya fallecido, solía repetir que “toda persona es digna y aceptable, aunque no sea éticamente intachable”. 

Si procediéramos así, si colocáramos en primer plano la dignidad sagrada de cada ser humano, no construiríamos tantos muros divisorios. Más que fijarnos si una persona vota al PSOE, al PP, a Sumar o a Vox; más que ver si su camiseta es del Real Madrid, del Barça o del Betis; más que criticar si participa o no los domingos en misa… iríamos directamente al fondo, veríamos que todo ser humano –simpático o no– es un hijo o una hija de Dios. En consecuencia, lo trataríamos con respeto, escucharíamos sus opiniones, le argumentaríamos las nuestras con claridad y paciencia. O sea, nos comportaríamos como normalmente hace Donald Trump, jajajaja. Perdón por el exabrupto.

martes, 25 de febrero de 2025

Un poco de aire, por favor


En la comunidad de Madrid somos ya más de siete millones de personas. Y parece que llegaremos a ocho dentro de diez o doce años. Solo la capital tiene ya casi tres millones y medio de habitantes. Estas cifras resultan irrisorias para un chino o un indio, pero en Europa son muy altas. El modelo económico facilita esta concentración poblacional en la gran urbe en detrimento de otros lugares que se van vaciando inexorablemente. La gente no viene a Madrid solo por ser una comunidad muy atractiva y acogedora, sino, sobre todo, porque aquí encuentra oportunidades de formación, trabajo y entretenimiento.

¿Hay alguna forma de evitar estas enormes concentraciones humanas y los problemas que llevan aparejados? Me temo que no. La economía se rige por un principio capitalista que busca siempre el máximo beneficio con el mínimo coste. Este principio lo practica tanto el pequeño trabajador autónomo como el gran empresario. De esta manera se genera riqueza y se crean oportunidades laborales, pero a costa de sacrificar otros valores que son también importantes para el equilibrio personal, familiar y social.


A raíz de la pandemia, ha habido algunas personas (sobre todo, parejas jóvenes con teletrabajo) que han optado por dejar la ciudad y marcharse a los pueblos. También algunas familias inmigrantes están contribuyendo a repoblar la España “vaciada”, pero tanto unas como otras representan un porcentaje mínimo, insuficiente para paliar la despoblación de comunidades como Castilla y León, Castilla-La Mancha, Aragón, etc. Mientras tanto, Madrid no deja de crecer con nuevos habitantes y de llenarse de turistas nacionales y extranjeros. Antes se hablaba de temporada alta y temporada baja. Ahora todo el año es temporada alta. 

El centro está siempre repleto de viandantes. La Gran Vía, por ejemplo, es un hervidero de personas que van y vienen, compran en Primark, Zara y Shein o frecuentan los muchos cines, teatros, bares y restaurantes que hay en ambas aceras. Da casi igual que sea de día o de noche. Quizás para el turista que viene dos o tres días, este baño de multitudes puede resultar incluso atractivo, pero para quienes residimos en esta ciudad acaba siendo asfixiante. Es difícil disfrutar de algo (una plaza, un museo, un parque, un bar) sin sentirse engullido por una tromba de viajeros que hacen fotos con el móvil, arrojan los desperdicios al suelo (las papeleras y contenedores no dan abasto para recoger tantos residuos) y, sin pretenderlo, provocan que los precios de muchos productos se encarezcan.


Es posible otra forma de organización social, pero no hay ni voluntad política ni incentivos económicos. Esperemos que esta tendencia a la vida artificial de la ciudad no nos aleje tanto de la naturaleza que, al final, no sepamos ya quiénes somos y qué significa vivir juntos, no solo apiñados, como seres humanos. Al tiempo.

lunes, 24 de febrero de 2025

Primado, colegialidad, sinodalidad


Las noticias sobre la salud del Papa suben y bajan como una montaña rusa. Algunos días los partes médicos suenan un poco más positivos (no tiene fiebre, respira con normalidad, etc.) y otros encienden las señales de alarma (crisis respiratoria, insuficiencia renal leve, etc.). ¿Por qué los medios de comunicación están siguiendo tan de cerca su evolución? ¿Por qué los cristianos miramos tanto la figura del Papa? Vale la pena recordar las graves palabras del canon 331 que quizás muchos desconocen: “El Obispo de la Iglesia Romana, en quien permanece la función que el Señor encomendó singularmente a Pedro, primero entre los Apóstoles, y que había de transmitirse a sus sucesores, es cabeza del Colegio de los Obispos, Vicario de Cristo y Pastor de la Iglesia universal en la tierra; el cual, por tanto, tiene, en virtud de su función, potestad ordinaria, que es suprema, plena, inmediata y universal en la Iglesia, y que puede siempre ejercer libremente”. 

No se dice nada semejante de ningún otro líder mundial. Es más, fuera del contexto eclesial, hablar de una potestad “suprema, plena, inmediata y universal” suena a absolutismo puro y duro. Y, sin embargo, este primado del Papa nunca se entiende -ni se realiza- al margen de la colegialidad de los obispos (sucesores de los apóstoles) y de la sinodalidad de todo el Pueblo de Dios. Primado, colegialidad y sinodalidad son tres modos necesarios e interrelacionados de ser Iglesia.


No sabemos cómo va a evolucionar la salud del Papa en los próximos días, aunque hay muchos indicadores que hablan de un deterioro progresivo. Más allá de la simpatía, antipatía o indiferencia que suscite en nosotros la persona de Jorge Mario Bergoglio, estamos ante el pastor de la Iglesia universal, sin cuyo ministerio la Iglesia no es la Iglesia de Jesucristo. Además de orar por su salud y por que se haga siempre la voluntad de Dios, un católico busca con sinceridad hacer suyas las orientaciones que el Papa, inspirado por el Espíritu Santo, da a la Iglesia de cada tiempo. 

Solo desde una actitud de libertad, respeto y obediencia, se puede proponer el propio punto de vista, sobre todo en aquellas cuestiones que son discutibles y que no pertenecen al “depósito de la fe”. La madurez de un creyente no se mide por su grado de “papismo” más o menos intenso, sino por la responsabilidad de contribuir a la edificación de la Iglesia aportando el propio carisma y respetando el ministerio de Pedro. No siempre es fácil combinar ambas actitudes. Por alguna razón, cuando queremos poner de relieve que alguien se extralimita en algo, pierde el sentido de la proporción y el equilibrio, decimos que es “más papista que el Papa”.


domingo, 23 de febrero de 2025

Dos lanzas surcan el aire


No sé por qué este VII Domingo del Tiempo Ordinario me ha dado por fijarme en la lanza de la que habla el primer libro de Samuel (primera lectura). Ahí se cuenta que “Saúl estaba echado, durmiendo en medio del cercado de carros, la lanza hincada en tierra a la cabecera”. David pudo haber aprovechado el sopor de la noche para matar a Saúl con su propia lanza, pero “David tomó la lanza y el jarro de agua de la cabecera de Saúl, y se marcharon”. 

No obstante, aunque desistió de matar a Saúl, David no renunció a colgarse una medalla en el pecho. Desde la cima del monte, con un gran espacio de por medio, gritó con arrogancia: “Aquí está la lanza del rey. Que venga uno de los mozos a recogerla. El Señor pagará a cada uno su justicia y su lealtad. Porque él te puso hoy en mis manos, pero yo no quise atentar contra el ungido del Señor”. David supo gestionar su rabia y su deseo de venganza, por decirlo con términos que usan los psicólogos de hoy, y no usó la lanza del rey para acabar con su vida. 


Jesús utiliza un lenguaje rompedor, que debió de sonar extraño a los partidarios de la ley del talión: “Amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada; tendréis un gran premio y seréis hijos del Altísimo, que es bueno con los malvados y desagradecidos”. Él puso en práctica lo que enseñó a sus discípulos. En referencia a los soldados que lo ajusticiaron, Jesús ora así en la cruz: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc 23,35). 

A pesar de este amor sin reservas a sus enemigos, “uno de los soldados atravesó con una lanza el costado de Jesús, y enseguida salió sangre y agua” (Jn 19,34). El contraste es evidente. David, que es un guerrero, no usa la lanza para acabar con la vida de su enemigo Saúl. Jesús, que es un hombre de paz, es atravesado por la lanza de aquellos a quienes ha perdonado. Amar como Dios nos ama es muy peligroso. 


Si tomamos en serio las palabras de Jesús –“Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian”– ya sabemos lo que nos espera. La lanza de la incomprensión, de la crítica o del desprecio nos va a atravesar el corazón. Un amor como el de Jesús tiene un precio muy alto porque no es el amor que nos pide el instinto, sino el amor que Dios practica y nos concede. 

La compleja realidad que estamos viviendo en este tiempo nos ofrece muchos ejemplos de dos lógicas enfrentadas. Es muy difícil no dejarse embaucar por la lógica del “y tú más”. Es lo primero que los padres le dicen a un niño en el colegio: “Si alguien te pega, no te quedes quieto, pégale tú más”. Las disputas entre Rusia y Ucrania, Israel y los palestinos... no son más que variaciones aumentadas sobre el mismo tema. ¡Ah, y también los líos familiares por las herencias y los chantajes afectivos entre esposos y las pequeñas venganzas intraeclesiales!


RETIRO DE PASCUA

Fecha: Del viernes 9 de mayo (a las 8 de la tarde) al domingo 11 de mayo (después de la comida).

Tema: “De quemados a encendidos” (cómo pasar del desencanto al entusiasmo en la vida de fe).

Lugar: Casa de Espiritualidad. Misioneros Claretianos. C/ Corredera, 1. Colmenar Viejo (Madrid).

Inscripción: Los que deseéis participar, podéis escribirme a esta dirección: gonfersa@hotmail.com.

sábado, 22 de febrero de 2025

La gente de la calle


Bajando por la calle Princesa hacia la plaza de España, un poco antes de llegar al Hotel Meliá, hay un extraño carrito aparcado en un borde de la acera derecha. Alguna vez fue blanco, pero ahora está todo pintarrajeado. En teoría, podría desplazarse porque dispone de ruedas (deshinchadas, eso sí) y manillar, pero hace años que no se mueve de ese sitio. ¡Hasta tiene una plaquita que indica el número de la calle, como si se tratara de un domicilio personal! En realidad, lo es. Allí vive un señor de luenga barba blanca y de edad indefinida.

No sé cómo se llama. No desprende simpatía. Alguien me ha dicho que es poeta. Durante el día pasea alrededor del carrito o sube hasta una fuente cercana para proveerse de agua. Imagino que también desaparece a mediodía para comer en algún comedor social o asearse. No me explico cómo consigue encogerse para pasar las noches dentro. Yo suelo verlo todos los días hacia las ocho de la mañana. Cuando los amaneceres son fríos se protege con un anorak azul y se frota las manos para entrar en calor. No suele hablar con nadie, aunque alguna vez he visto a una señora mayor que entablaba conversación con él y se interesaba por su situación.


No es la única persona que duerme en la calle en el entorno de mi barrio. He visto a otras que se guarecen del frío a la puerta de la sucursal de un banco o acurrucadas en algún portal. Más de una vez me he preguntado cuántas hay en una gran ciudad como Madrid. Parece que superan el millar, incluyendo a los que viven en el aeropuerto y algunos asentamientos colectivos. Si ya resulta difícil para una persona con un sueldo normal encontrar una vivienda asequible, no quiero ni imaginar lo arduo que es para alguien que no tiene trabajo estable o se encuentra en una situación personal de gran fragilidad física o psicológica. 

Existen albergues de acogida y pisos compartidos, pero eso solo sirve para paliar algo las consecuencias del sinhogarismo, no para resolver este problema de raíz. De vez en cuando veo a algunos equipos del Samur social que se acercan para conocer la situación y ofrecer ayuda, pero no es suficiente. En los últimos años ha crecido el número. La mayoría son inmigrantes indocumentados, pero hay también muchos autóctonos. Jorge Bustos ha descrito muy bien ese mundo en su novela Casi. Una crónica del desamparo. Casi es un acrónimo que se refiere al Centro de Acogida San Isidro de Madrid, muy cercano al lugar donde está apostado el carrito.


No tengo mucho que decir porque no sé qué decir. Le pido prestadas a Jorge Bustos unas palabras nacidas del contacto directo con estas personas: “Quienes se levantan y se acuestan sobre el filo de la vida y han hecho del vértigo su costumbre muestran —con una impudicia dolorosa— todas aquellas capas de humanidad cesante, de dignidad rebanada, que han ido perdiendo por las calles. Hasta que exhiben apenas una fibra esencial, algo como el aliento de los días fríos, un tibio núcleo de voluntad que aún palpita. El desnudo deseo de la supervivencia”. 

Hace ya unos cuantos años, un buen amigo mío decidió vivir un mes en la calle para experimentar de cerca la vida de esta gente. Yo no tengo redaños para eso, pero no me resigno a una situación que clama al cielo. Pienso en Jesús y su particular sinhogarismo: “Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza” (Mt 8,22). En nuestras ciudades hay muchos hermanos y hermanas de Jesús que tampoco saben dónde reclinar la suya, quizás porque a quienes nos sobra espacio en casa nos falta audacia para compartirlo.

viernes, 21 de febrero de 2025

Una pregunta insidiosa


Jesús era un preguntón. Los evangelios están salpicados de preguntas suyas dirigidas a la gente en general o a algunas personas en particular, especialmente a sus discípulos. Recordemos algunas: “¿qué buscáis?” (Jn 1,38), “¿por qué has dudado?” (Mt 14,31), “¿quieres sanarte?” (Jn 5,6), “¿cuántos panes tenéis?” (Mc 6,38), “¿quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?” (Mt 12,48), “¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?” (Lc 2,49), “¿qué quieres que haga por ti?” (Lc 18,41), “¿por qué me preguntas por lo bueno?” (Mt 19,17), “¿cuál de estos tres te parece que ha sido prójimo del que cayó en manos de los bandidos?” (Lc 10,36), “¿quién dice la gente que soy yo?” (Mc 8,28), “¿mujer, por qué lloras?” (Jn 20,15), “¿podéis beber el cáliz que yo he de beber” (Mt 20,22), “¿también vosotros queréis marcharos?” (Jn 6,67), “¿no habéis podido velar una hora conmigo?” (Mt 26,40); “¿por qué esta generación pide un signo?” (Mc 8,12), “mujer, ¿qué tengo yo que ver contigo?” (Jn 2,4).


Podríamos escoger una para cada día. Tendríamos materia suficiente para pensar, orar e incluso tomar alguna decisión. La que nos propone el evangelio de hoy no figura en la lista anterior. He querido destacarla porque es una de las preguntas de Jesús que más guerra ha dado a lo largo de la historia. Me he referido a ella en varias ocasiones en este blog. Hoy vuelvo a la carga. 

En la versión de Marcos suena así: “¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero y perder su alma?” (Mc 8,36). El contraste entre “ganar el mundo” y “perder el alma” hace temblar. ¿Qué podría significar hoy “ganar el mundo” para cualquiera de nosotros? Creo que “ganar el mundo” se refiere a ser reconocidos y apreciados por seguir los valores y criterios que “el mundo” considera relevantes. Dependen mucho de cada contexto, pero hay algunos comunes: una buena apariencia física, una economía saneada, una amplia red de contactos, una gran capacidad de influencia, etc.


¿Se puede “perder el alma” si uno se deja llevar por esos valores del mundo? El riesgo de vaciedad y sinsentido es evidente. Por eso Jesús encabeza la pregunta con ese insidioso “¿de qué aprovecha? (quid prodest)?”. Un buen ejercicio consiste en escribir en una hoja en blanco ese encabezamiento e irlo completando con situaciones tomadas de la propia vida: “¿De qué aprovecha ganar tanto si…? ¿De qué aprovechar viajar de un lugar para otro si…? ¿De qué aprovecha que todos hablen bien de mí si…? ¿De qué aprovecha…?”. 

El contexto en el que se sitúan todas esas posibles preguntas es claro: “Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque, quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará” (Mc 8,34-35). Jesús no quiere amargar la vida de nadie. Nos previene contra los falsos caminos y contra los atajos. Para un seguidor suyo, ganar la vida es entregarla. Lleva mucho tiempo entender esto. 

jueves, 20 de febrero de 2025

El ejército más pequeño del mundo


Ella era una estudiante española que hacía un año de Erasmus en Roma. Un día se acercó al Vaticano. En una de las puertas había dos apuestos guardias suizos ataviados con el uniforme que se diseñó en los años 20 del siglo pasado, no en tiempos de Miguel Ángel, como suelen decir algunos guías turísticos para llamar la atención. 

La chica le pregunta a uno de los guardias si ellos solían hacer retiros o ejercicios espirituales. El guardia, muy circunspecto, le responde: “Ahora no puedo responderte porque estoy de servicio, pero si me dejas tu teléfono, te llamo más tarde y te explico”. La chica le dejó un papelito con el número. Valerio -que así se llamaba el guardia suizo en cuestión- cumplió su promesa. La historia terminó en boda hispanosuiza al cabo de unos meses.


Pues bien, el suizo Valerio, su mujer española y su hijo recién nacido estaban ayer en la sala All In One de CaixaBank para asistir a la proyección del documental Honor in Armor (Honor con armadura) realizado por la agencia Rome Reports. Originalmente rodado en alemán para dar a conocer la Guardia Suiza en la Confederación Helvética, en Madrid se presentó doblado al español. Dura 52 minutos. 


Allí estuve ayer por la tarde, sentado en uno de los sillones de la original sala multiusos. Tras la proyección, hubo un coloquio, moderado por Irene Pozo (directora de contenidos sociorreligiosos de Ábside Media) entre Antonio Olivié (director de Rome Reports), Cristina Sánchez (directora del semanario Alfa y Omega) y la humorista Inés de Miguel que hizo espléndidamente de Tamara Falcó y de Yolanda Díaz (¡vaya contraste!) para poner un poco de sal y pimienta en el diálogo.


Lo que más me llamó la atención fue lo que Valerio, con su hijito en los brazos, dijo desde la grada. Para él es imposible ser un buen guardia suizo sin una experiencia de fe y sin un gran amor no solo al Papa sino a la Iglesia. 

Más allá de la perplejidad que suscita que un pregonero incansable de la paz como el Papa disponga del “ejército más pequeño del mundo”, la colorida Guardia Suiza Pontificia representa un tipo de ritualidad que conecta el presente con el pasado, que nos recuerda de dónde venimos y que -querámoslo o no- nos hace ver que vivimos en un mundo peligroso. Todo esto sucedía mientras nos llegaba la noticia de que la salud del Papa mejoraba ligeramente.



miércoles, 19 de febrero de 2025

Es tiempo de orar


Crece la preocupación por la salud del papa Francisco. Los medios de comunicación adelantan las piezas informativas por si se produjera su fallecimiento en los próximos días o semanas. Compruebo que los principales periódicos italianos abren con esta noticia en portada. Le dedican más atención que los españoles. No sabemos cómo va a evolucionar. En las iglesias se reza por la salud del Papa. 

Conozco bien el ambiente que se crea en estas ocasiones porque lo viví de cerca cuando falleció san Juan Pablo II hace casi 20 años. El caso de Benedicto XVI fue diferente. Murió casi diez años después de haber presentado su renuncia al ejercicio del ministerio petrino.


La película Cónclave, estrenada el año pasado, imagina lo que podría suceder a la muerte del Papa. No se menciona a Francisco, pero todo hace suponer que se trata de él. Creo que no es el momento de hacer cábalas, sino de orar y reflexionar. 

A mí me ha ayudado mucho la lectura de Esperanza, la autobiografía de Francisco publicada hace unas semanas. En realidad, más que una autobiografía al uso, se trata de una especie de “confesiones” en las que el Papa habla de lo que nos está sucediendo hoy en el mundo y en la Iglesia a partir de las experiencias que ha ido viviendo a lo largo de su dilatada vida. Esta conexión entre el presente y el pasado nos ayuda a comprender mejor sus acentos pastorales.


El otro día, en el contexto de una boda, me preguntaron qué pensaba sobre el papa Francisco. No me anduve con rodeos. Salté del plano afectivo al eclesial. Lo importante no es si me cae bien o mal, si es demasiado porteño o suavemente italiano, sino lo que su pontificado está suponiendo para la Iglesia de este tiempo. Respondí con pocas palabras: “Está poniendo el dedo en algunas llagas; por eso, a algunos les cae mal”. El paso del tiempo nos permitirá discernir con más objetividad su pontificado. Su lógica, desde luego, no es la lógica “vaticana” a la que hemos estado acostumbrados durante siglos. Se necesitaba una sacudida.

Ahora es tiempo de orar.

martes, 18 de febrero de 2025

Perseverar hasta el final


Si uno acostumbra a leer los periódicos digitales o impresos a diario, ya sabe a lo que se expone: un grave riesgo de confusión y desesperanza. Vamos de sobresalto en sobresalto. La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca le ha pillado a Europa con el pie cambiado. No parece que sea fácil encontrar respuestas rápidas y eficaces. Se vio en la minicumbre informal celebrada ayer en París. 

Algunas personas me han confesado que para evitar estas sacudidas continuas han decidido reducir al mínimo su consumo de información. Puede que en algunos casos sea lo más saludable. Pero para la mayoría de nosotros resulta difícil sustraernos a lo que sucede en nuestro mundo. La solución no consiste en esconder la cabeza, sino en aprender a interpretar y digerir lo que sucede.


Hay unas palabras de Jesús que nos ofrecen luz en los momentos de confusión:

“Estad atentos a que nadie os engañe, porque vendrán muchos en mi nombre, diciendo: Yo soy el Mesías, y engañarán a muchos. Vais a oír hablar de guerras y noticias de guerra. Cuidado, no os alarméis, porque todo esto ha de suceder, pero todavía no es el final. Se levantará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá hambre, epidemias y terremotos en diversos lugares; todo esto será el comienzo de los dolores. Os entregarán al suplicio y os matarán, y por mi causa os odiarán todos los pueblos. Entonces muchos se escandalizarán y se traicionarán mutuamente, y se odiarán unos a otros. Aparecerán muchos falsos profetas y engañarán a mucha gente, y, al crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría; pero el que persevere hasta el final se salvará” (Mt 24,4-13).

Jesús no nos pide que resolvamos los conflictos. A menudo, se nos escapan de las manos. Lo que nos pide es que no nos dejemos llevar por las noticias catastrofistas y, sobre todo, que perseveremos en la fe y la confianza, que creamos firmemente en que la historia nos se le escapa a Dios de las manos, por confusa y violenta que pueda parecernos.

lunes, 17 de febrero de 2025

Esperaba otra cosa


Ayer fui a ver con un amigo periodista la película Descalzos en un cine de la calle Fuencarral. Buena sala. Media entrada. Muchos jóvenes. Confieso que me pesaba el grato recuerdo de Libres, la anterior película de Santos Blanco. Cuando comí con él hace casi dos años y luego lo entrevisté para la revista Vida Religiosa, me confesó que estaba preparando una nueva película sobre la música. 

El proyecto se estrenó el pasado viernes. Salí de la sala con sentimientos encontrados. Me gusta el lenguaje cinematográfico de Santos Blanco, la forma como mima la imagen y cuida la calidad de la banda sonora. Pero esta vez encontré demasiada dispersión en el desfile de personajes, un guion algo desdibujado. Al final, aunque se hable de la música como experiencia de apertura al misterio de Dios, se concentra todo en el grupo musical Hakuna. La película acaba transformándose en un publirreportaje.


Los seguidores y admiradores de Hakuna disfrutarán con las canciones y los testimonios de algunos miembros del grupo. Otros espectadores -como es mi caso- se sentirán quizás demasiado “catequizados”. El cine tiene, sobre todo, que sugerir. Cuando es demasiado explícito, cuando a toda costa quiere venderte un mensaje del tipo que sea, acaba resultando un poco repelente. 

Con todo, estoy seguro de que muchos jóvenes se sentirán identificados con los protagonistas y vibrarán con sus experiencias. Si esa identificación les ayuda a hacerse preguntas y a colocarse a tiro frente al misterio de Dios, habrá merecido la pena el esfuerzo. No he tenido tiempo de leer ninguna crítica de los medios especializados. Espero que sean benévolas y que mi punto de vista resulte equivocado.



domingo, 16 de febrero de 2025

Seguimos caminando


El próximo jueves se cumplirán nueve años desde que abrí este blog el 20 de febrero de 2016. He escogido este noveno aniversario para reabrirlo después de más de un mes y medio de interrupción. En este tiempo he meditado si debía continuar o no. Después de escuchar algunas opiniones de amigos y de un discernimiento personal, me he decidido a continuar, aunque tal vez con entradas más cortas y menos frecuentes. La periodicidad diaria se me hace casi incompatible con las ocupaciones que ahora llevo entre manos.


He pasado varios días en el monasterio benedictino de santo Domingo de Silos, un remanso de espiritualidad perdido en la serranía del sureste burgalés, casi en el límite con la provincia de Soria. He tenido tiempo para orar y celebrar con los monjes, pasear por su huerta y los alrededores, descansar y, sobre todo, disfrutar del silencio y la calma. 

He caminado muchas veces por su claustro románico y me he refugiado en la capilla lateral de la iglesia neoclásica donde se custodia el Santísimo. Los monjes me han invitado a compartir con ellos las comidas en silencio mientras escuchábamos la instructiva historia del abad Dom Guéranger, reformador del monasterio francés de Solesmes en la segunda mitad del siglo XIX. Regresé a Madrid tonificado. Me he reafirmado en la necesidad que todos tenemos de hacer de vez en cuando un alto en el camino.


Quizá por eso, me ha parecido conveniente invitar a los lectores del blog a un retiro del fin de semana que prolonga los que comenzamos antes de la pandemia. Os ofrezco los datos esenciales para los que queráis y podáis:

Fecha: Del viernes 9 de mayo (a las 8 de la tarde) al domingo 11 de mayo (después de la comida).

Tema: “De quemados a encendidos” (cómo pasar del desencanto al entusiasmo en la vida de fe).

Lugar: Casa de Espiritualidad. Misioneros Claretianos. C/ Corredera, 1. Colmenar Viejo (Madrid).

Inscripción: Los que deseéis participar, podéis escribirme a esta dirección: gonfersa@hotmail.com.

Feliz domingo a todos.