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domingo, 8 de septiembre de 2024

De sordo(mudo) a predicador


De no haber caído en domingo, hoy hubiéramos celebrado la fiesta de la Natividad de la Virgen María. Es una celebración que me gusta mucho porque la relaciono con el cumpleaños de mi madre que se festeja al día siguiente. Es hermoso tener juntas a “mis dos mamás”. Este año, sin embargo, celebramos el XXIII Domingo del Tiempo Ordinario. Tanto la primera lectura (Isaías) como el evangelio (Marcos) nos hablan de sordos y mudos. La capacidad de oír y de hablar es un signo claro de que el reino de Dios está presente en medio de nosotros. 

Cuando uno es sordo no oye nada, solo su propia voz interior. Cuando es mudo, se habla a sí mismo, pero no puede hablar a los demás. Marcos nos cuenta una historia en la que Jesús cura a un sordomudo. En ella, el gesto y la palabra se dan la mano. Reducir nuestra comprensión de la sordera y de la mudez a una condición física es limitar el potencial de la palabra de Dios. La mudez es la esclavitud de alguien incapaz de encontrar la propia voz, mientras que la sordera podría indicar la incapacidad de oír mensajes liberadores. Tiene un significado social y político. ¿Quiénes son las personas que han perdido la voz en nuestra sociedad?


El relato admite varios niveles de lectura. Cuando “le presentaron un sordo que, además, apenas podía hablar”, Jesús se va con él a un lugar apartado. Lo saca de la multitud y propicia un encuentro personal con este hombre pagano. Primero “le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua”. El gesto parece más un exorcismo que una curación. En el fondo, devolver el oído y el habla a este hombre pagano es una forma de transmitir un poderoso mensaje a las primitivas comunidades: también los paganos convertidos a la fe están capacitados para anunciar la Palabra de Dios. No son guiados por el maligno, sino por el Espíritu.

Dado el valor educativo de los relatos evangélicos para la comunidad del evangelista Marcos, hay razones para creer que se trata de una respuesta valiente a la pregunta acerca de la autoridad de los gentiles conversos para predicar. Con el ephatha, se les encomienda la misión de escuchar (oído) y predicar (boca) la Palabra de Dios.


Seguimos necesitando que Jesús pronuncie sobre cada uno de nosotros un poderoso ephata (¡ábrete!) porque a menudo estamos sordos a la voz de Dios y de los demás. Solo oímos nuestra voz, replegados en nuestro escondrijo narcisista. Pero necesitamos también que nos suelte la boca para poder hablar, para convertirnos en testigos y anunciadores de una experiencia de gracia, especialmente en aquellos lugares en los que la libertad de expresión ha sido secuestrada. Hay demasiados cristianos sordos y mudos, cerrados en actitudes egocéntricas e incapaces de comunicarse con los demás. Me temo que la cultura digital está reforzando estas actitudes de repliegue. 

Necesitamos pedirle con insistencia a Jesús que nos abra, que nos saque de nuestro escondrijo y que nos lance a una misión más audaz. Necesitamos desarrollar la capacidad de escucha y la capacidad de anuncio. Necesitamos, en definitiva, convertirnos en escuchantes y anunciadores. De esta manera, podremos confesar a Jesús con las mismas palabras de las gentes que contemplaron (y contemplan) el milagro: “Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos”. Feliz domingo.

1 comentario:

  1. Un texto que me ha dado a pensar. Son tres palabras las que llevan a una reflexión personal y profunda:
    El “abrirnos” a la experiencia de Dios, cosa que no es fácil en nuestro mundo lleno de ruidos y confusiones, pero es posible si nos lo proponemos… Dios nos habla continuamente a través de la vida, pero necesitamos urgentemente, como dices: “convertirnos en escuchantes y anunciadores”, con todo lo que ello implica.
    Gracias Gonzalo por hacernos presentes a “las dos mamás”.

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