Parece que este año la primavera lleva casi un mes de adelanto en Polonia. De hecho, todos los árboles están ya cubiertos de hojas frescas. Abundan las flores y los sembrados de alfalfa llenos de flores amarillas. Ayer y hoy estamos teniendo un tiempo casi veraniego. La gente va en pantalón corto. Para mañana se prevén cambios. Volverán el frío y la lluvia.
Acabo de concelebrar la misa dominical en la parroquia de san Lorenzo, regentada por los claretianos. Desde mi teléfono móvil he podido seguir las lecturas porque mi conocimiento del polaco es casi nulo, a pesar de que he visitado varias veces este país. Me ha llamado la atención la gran pantalla de televisión en la que los feligreses podían ver las letras de los cantos y otras respuestas litúrgicas. Así se facilita la participación y se ahorra papel. Un organista joven se encargaba de acompañar los cantos. A las nueve de la mañana predominaba la gente mayor. Los niños y jóvenes suelen acudir a otras horas. A las ocho de la tarde hay una misa especial para estudiantes universitarios.
El evangelio de este III Domingo de Pascua es una prolongación del relato del encuentro de Jesús con los dos discípulos que caminaban a Emaús. De hecho, a modo de eslabón, comienza con el versículo final del relato: “Contaban los discípulos lo que les había pasado por el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan”. Lo que sucede luego es un fenómeno comunitario. Mientras la comunidad de Jerusalén está hablando sobre lo acaecido a dos de los suyos en el camino de Emaús, Jesús se hace presente en medio de ellos y los saluda con el “shalom” (paz) que resume todos los bienes mesiánicos.
La reacción de los discípulos es de extrañeza y miedo: “Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma”. Lucas está escribiendo su evangelio para creyentes que provienen, sobre todo, de la gentilidad. ¿Cómo explicarles que Jesús no es un mero muerto devuelto a la vida (como Lázaro) y mucho menos un espíritu fantasmagórico? Para la cultura griega, los muertos no comen. Por eso, es importante mostrar que Jesús, el Viviente, come con los suyos. Las comidas del Resucitado prolongan las comidas del Jesús terreno como signo de solidaridad, pero, sobre todo, acentúan que está vivo.
¿No es cierto que también nosotros, cuando leemos las Escrituras, tenemos con frecuencia la impresión de no entender nada? Es como si nuestra mente estuviera embotada, como si las palabras nos resbalaran sin penetrar en nosotros. Necesitamos que Jesús “nos abra el entendimiento” o “haga que arda nuestro corazón” para que captemos el verdadero sentido de su vida y de su muerte. Es este uno de los frutos más visibles del tiempo de Pascua: la posibilidad de comprender lo que ha sucedido, que -como dice Jesús- “todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí tenía que cumplirse”.
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