Creo que los Reyes Magos no tenían clara la dirección de mi domicilio; por eso, han pasado de largo durante la noche. Se les fue demasiado tiempo en recorrer el paseo de la Castellana y dar un discursito en la plaza de Cibeles. ¡Menos mal que he recibido un regalo más valioso que el que podían traerme los magos de Oriente! La solemnidad de la Epifanía nos recuerda que Cristo es lumen gentium, luz para todos los pueblos de la tierra. El profeta Isaías (primera lectura) anuncia que “caminarán los pueblos a tu luz”. Pablo, en su carta a los efesios (segunda lectura), es todavía más explícito: “Ha sido revelado ahora por el Espíritu a sus santos apóstoles y profetas que también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo, y partícipes de la misma promesa en Jesucristo, por el Evangelio”.
Todo el itinerario navideño ha ido presentando el anuncio de los ángeles -“Hoy en la ciudad de Belén os nacido un salvador”- a diversos destinatarios. Los primeros son los pastores, vienen luego los ancianos Simeón y Ana. Hoy les toca el turno a los magos de Oriente y mañana a la hilera de pecadores que esperan recibir el bautismo de Juan. A esta lista habría que añadir, tal como nos cuenta Mateo, a los niños inocentes asesinados por Herodes.
Si hoy tuviéramos que actualizar esta lista de destinatarios, podríamos utilizar otras categorías. El mensaje es el mismo: Jesús es luz y salvación para los bautizados alejados de la Iglesia (los nuevos pastores), los cristianos practicantes (los nuevos Simeón y Ana), los perseguidos por poderes injustos (los nuevos inocentes), los científicos, pensadores y artistas y buscadores de una estrella que ilumine la vida (los nuevos magos) y la fila de pecadores que buscan redención (todos nosotros).
Epifanía significa que se ha manifestado con claridad que la persona de Jesús no es un privilegio para unos pocos (los elegidos, los puros, los que tienen los papeles en regla, los cumplidores), sino para todo hombre y mujer que acepte el don de Dios. En este grupo inmenso caben los cristianos piadosos y quienes hace tiempo que se han apartado de la Iglesia, los que buscan y quienes han tirado la toalla, los que viven en paz y quienes son perseguidos… En realidad, la sugestiva narración navideña es como una anticipación de las bienaventuranzas que el Jesús adulto proclamará como carta de presentación del Reino, el proyecto de Dios para la humanidad.
Otros años he explicado con algún detalle esa pieza de orfebrería teológica que es el relato de los magos, tal como lo presenta el evangelio de Mateo. Este año 2024 quisiera poner el acento en el último versículo: “Y habiendo recibido en sueños un oráculo, para que no volvieran a Herodes, se retiraron a su tierra por otro camino”. Ese “por otro camino” me parece una hermosa manera de decir que, cuando nos encontramos con Jesús, cuando lo adoramos de hinojos, volvemos a nuestra tierra, a nuestra vida cotidiana, pero ya no lo hacemos del mismo modo. No vertemos el vino nuevo de la fe en los odres viejos de una vida mundana, sino que emprendemos “otro camino”, un camino de novedad.
Quienes hemos visto la estrella de Jesús y nos hemos llenado de inmensa alegría, como se llenaron también los pastores que recibieron el anuncio de los ángeles, no podemos volver a la vieja oscuridad de nuestra vida rutinaria. Nos convertimos en testigos de la luz, en mensajeros del evangelio de la alegría, en ángeles que comparten la buena nueva con otras personas: alejados, piadosos, perseguidos, buscadores o pecadores. Este don de convertirnos en misioneros es más valioso que cualquier otro regalo que los Reyes Magos puedan dejar junto al árbol de Navidad, a la puerta de nuestro cuarto o en cualquier otro lugar de la casa. Lo dice muy bien la recordada Gloria Fuertes en un poema que en un día como hoy se vuelve viral todos los años:
Yo no deseo un regalo
que se compre con dinero.
He de pedir a los Reyes
algo que aquí no tengo:
pido dones de alegría
y la canción del jilguero,
y la flor de la esperanza
y una fe que venza el miedo.
Pido un corazón muy grande
para amar al mundo entero.
Yo pido a los Reyes Magos
las cosas que hay en el cielo:
un vestido de ternura,
una cascada de besos,
la hermosura de los ángeles,
sus villancicos y versos
y una sonrisa del Niño,
el regalo que yo quiero.
ResponderEliminarHoy, me he dedicado a entresacar las ideas que más me han impactado y he visto como un programa de vida para ir ampliando a lo largo del año.
“La sugestiva narración navideña es como una anticipación de las bienaventuranzas que el Jesús adulto proclamará…”
“Ese “por otro camino” al volver a la vida cotidiana “ya no lo hacemos del mismo modo, emprendemos “otro camino”, un camino de novedad.”
“Quienes hemos visto la estrella de Jesús y nos hemos llenado de inmensa alegría, no podemos volver a la vieja oscuridad de nuestra vida rutinaria.” Estamos llamados a ser testigos de la luz… a convertirnos en misioneros…”
Gracias Gonzalo por el gran regalo de Reyes que nos ofreces con tu reflexión.