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martes, 2 de enero de 2024

Las palabras que nunca escuchamos


Hoy el cielo está encapotado. Pronto llegará la lluvia y, dentro de dos o tres días, la nieve. El invierno muestra su cara más genuina. Pasear por el bosque en estas condiciones se convierte en una cura contra los excesos de las fiestas navideñas. Y también en una oportunidad para respirar, recordar, pensar, agradecer y proyectar. No todas las personas pueden permitirse estas terapias naturales. Las cosas más elementales (respirar aire limpio, pasear con calma, disfrutar del silencio) se están convirtiendo en artículo de lujo. Quizá por eso estamos perdiendo la oportunidad de encontrarnos con nosotros mismos y de decirnos las palabras que nunca nos decimos. Por lo general, lo más interesante y lo más misterioso de una persona no es lo que dice a los demás, sino lo que se dice a sí misma.


Hay personas que nunca se perdonan, que no se dan tregua, que siempre están enredadas en la misma madeja de sus pensamientos negativos. Desde la oscuridad de su caverna interior se ven oscuras a sí mismas y ven el mundo alrededor pintado de negro. No tienen tiempo ni ganas de escuchar otras palabras que anidan más en el fondo y que no son: “Yo no valgo”, “yo no cuento” o “yo no puedo”. Cuando uno no teme adentrarse en el silencio, cuando se pregunta por qué el ser y no la nada, por qué existimos cuando podríamos no haberlo hecho, entonces percibe que no estamos solos en el mundo, que hay Alguien ahí sosteniendo el peso de la existencia. En el hondón de nuestro interior comienzan a escucharse las únicas palabras que pueden sostenernos: “Tú eres mi hijo amado”, “tú eres mi hija amada”.


Este tiempo de Navidad, salpicado de celebraciones de vida y de muerte, es un momento propicio para buscar el silencio que nos devuelve el eco de las palabras que pueden salvarnos. Hay gente que prefiere pasarse una semana en una fiesta rave interminable, ahogando las palabras interiores en música, ritmo, sexo, alcohol y otras drogas. Hay gente que huye de la soledad y busca cualquier excusa para atiborrarse de ruido. Pero hay algunos que se atreven a buscar el silencio, a escuchar “el sonido del silencio” del que hablaban los viejos Simon & Garfunkel. Al principio, percibirán sus sombras y sus miedos, oirán las palabras nunca dichas, pondrán nombre a algunos fantasmas desconocidos, pero luego, sin forzar las cosas, sentirán que lo más profundo del silencio no es el miedo o el dolor, sino la Palabra, una Palabra que se ha hecho carne y que, por tanto, comprende nuestra fragilidad sin necesidad de explicaciones. A partir de ese momento, no necesitarán más engañarse a sí mismos o huir de su realidad.


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