Llevo una semana sin asomarme a este Rincón. Los viajes y las ocupaciones me lo han impedido. Lo hago hoy desde Vic (Barcelona), con un día claro y una temperatura de dos grados bajo cero. Acabo de celebrar la misa en inglés con un nutrido grupo de inmigrantes nigerianos y ghaneses en la cripta del templo de san Antonio María Claret. Cubiertos por una impresionante bóveda catalana, se estaba bien dentro del recinto. Todos hemos podido escuchar la invitación a la alegría que la Iglesia nos hace en este Tercer Domingo de Adviento. Aunque el evangelio de Juan destaca la figura del Bautista y su misión de introducir a Jesús, el domingo Gaudete se fija mucho en las palabras de Pablo a los tesalonicenses: “Estad siempre alegres. Sed constantes en orar. Dad gracias en toda ocasión: ésta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús respecto de vosotros”.
¿Es posible estar siempre alegres? ¿Es posible dar gracias a Dios en toda ocasión? Si la alegría y la gratitud las vinculamos con el éxito, entonces no es posible. Hay muchas cosas en nuestra vida personal y social que no van bien. No es sensato, pues, exhibir un optimismo inflacionista que no se corresponde con nuestra experiencia de la realidad. Entonces, ¿por qué Pablo dice que dar gracias a Dios en toda ocasión es la voluntad de Dios en Cristo Jesús?
Voy a intentar responder con la comparación de dos preguntas. Hoy es frecuente que los jóvenes y adultos se pregunten (primera pregunta) cómo pueden ser felices en la vida, qué elecciones y caminos pueden conducirlos a la felicidad personal. Es una pregunta autocéntrica. El centro es que “yo” me sienta bien y -como se decía hace algunas décadas- me “realice”. Cuando una pareja se separa, un sacerdote pide la dispensa de su estado clerical o uno cambia de carrera o de trabajo, los familiares y amigos suelen repetir este mantra: “Lo importante es que tú seas feliz”. Pareciera que la felicidad, entendida como la satisfacción de los deseos, fuera el nuevo dogma cultural. Estoy obligado a ser feliz, pase lo que pase. Para lograrlo, puedo romper compromisos adquiridos, ensayar nuevos caminos y hacer lo que sea necesario.
El cristiano no se pregunta en primer lugar cómo puede ser feliz, sino (segunda pregunta) cuál es la voluntad de Dios para cumplirla. La felicidad no es el objetivo primero, sino el fruto añadido. Quizá esto explique por qué muchas personas no acaban de encontrar la alegría y la paz en su vida cotidiana. Si hemos sido hechos por Dios y para Dios, solo en la unión con él podemos encontrar nuestra plenitud y, en consecuencia, nuestra felicidad. Cualquier otro camino que persiga otros objetivos está condenado al fracaso. San Ireneo de Lyon, un santo del siglo II, acuñó una fórmula que sigue siendo luminosa hoy: “La gloria de Dios es que el hombre viva y la vida del hombre consiste en la unión con Dios”.
Cuando obsesivamente buscamos ser felices y sacrificamos todo por lograr la felicidad personal, acabamos cansados y frustrados. Cuando, por el contrario, centramos nuestra búsqueda en preguntarnos qué quiere Dios de nosotros y cómo podemos servirle a él y a los demás, entonces la felicidad asoma como un regalo inmerecido, incluso en situaciones que a primera vista parecen problemáticas o negativas.
Si alguien vivió con lucidez esta perspectiva cristiana fue monseñor Eduardo F. Pironio (1920-1998), que ayer fue beatificado en el santuario de Nuestra Señora de Luján en Argentina. Supongo que la mayoría de los lectores del blog no saben quién fue este cardenal argentino, este santo posconciliar. En los enlaces anteriores pueden encontrar información. Para las personas consagradas fue una figura decisiva en los convulsos años 70 y 80 del siglo pasado. Como prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica (1976-1984), supo acompañar con cercanía, clarividencia y esperanza la renovación de la vida religiosa posconciliar.
Siempre aparecía con un rostro jovial y esperanzado, incluso cuando el cáncer óseo que le produjo la muerte lo obligó a permanecer postrado los últimos cinco meses de su vida. ¿Cuál era el secreto de su alegría? No la búsqueda obsesiva de su felicidad personal, sino la rendición humilde y confiada a la voluntad de Dios. Por eso, era tan devoto de la Virgen María, porque se alegraba en Dios su salvador por las mismas razones que la muchacha de Nazaret. No todos entienden esta paradoja. Por eso, por desgracia, no todos son felices, aunque todos busquemos denodadamente la felicidad.
He ido dando vueltas a tus dos preguntas: ¿Es posible estar siempre alegres? ¿Es posible dar gracias a Dios en toda ocasión?
ResponderEliminarDar gracias a Dios, sí es posible, siempre que seamos conscientes de que, en nuestra vida, todo es don. Incluso cuando aparece oscuridad en nuestra vida, se puede convertir en una ocasión de dar gracias… A través de “caminos que nos parecen torcidos” podemos encontrar lo que nos aporta de positivo en nuestras vidas.
Y una nueva pregunta: ¿Es posible estar siempre alegres? No es fácil responder a ello. Necesitamos tener momentos de profundización, de saber leer los acontecimientos de la vida a la luz del Evangelio y saber transformar, en positivo, lo que interpretamos negativo y encontraremos una paz interior que nos llevará a vivir, con esta alegría, que muchas veces no se entiende y cuesta definir
Gracias Gonzalo porque día tras día nos vas ayudando a descubrir cuál es la verdadera alegría.