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jueves, 28 de diciembre de 2023

¿Integración o polarización?


Caminar por el bosque a las 9 de la mañana con un grado de temperatura ayuda a poner las ideas en su sitio. El aire es puro, no sopla viento y los pequeños charcos o regatillos están congelados. Es una especie de génesis diminutivo. Ayer leí que la Fundéu ha elegido la palabra polarización como la palabra del año 2023. Creo que ha dado en el clavo, aunque en la lista figuraban otras palabras más vistosas como amnistía, ecosilencio, euríbor, fediverso, fentanilo, guerra, humanitario, macroincendio, seísmo y ultrafalso. El corrector automático de mi ordenador marca en rojo varias de ellas. 

Hemos vivido un año de gran polarización en el campo político, mediático, social e incluso eclesial. Se podrían multiplicar los ejemplos. Aunque las causas sean muy distintas en cada caso, adivino un denominador común: la dificultad, casi la imposibilidad, de buscar juntos la verdad. Cuando no creemos en la verdad objetiva o cuando la reducimos a nuestro punto de vista, fácilmente nos deslizamos hacia uno de los dos polos presentes en toda realidad. El espacio intermedio queda desierto, se convierte en tierra de nadie. O eres de ultraderecha o eres de ultraizquierda. O eres partidario del papa Francisco o mantienes posturas preconciliares. O defiendes a capa y espada la teología de la liberación o eres un retrógrado teológico. O apruebas el llamado matrimonio igualitario o eres un homófobo reprimido. O secundas a pie juntillas los objetivos de la Agenda 2030 o eres un negacionista. O defiendes la amnistía a los condenados por el famoso procés catalán o eres un españolista rancio y casposo. O te colocas en el cuello el pañuelo palestino o eres un asqueroso partidario de Israel. O eres un fan de El País o sigues el magisterio del ABC.  Sí, la palabra polarización está de moda. Por desgracia.


No hace falta ser adivino para imaginar cuál es el paso que sigue a una polarización extrema. En algunos casos, el cisma, la separación, la ruptura. En otros, la confrontación abierta, la guerra. No creo que ganemos nada con ninguna de estas salidas extremas. 

Me parece que la polarización no se combate con una cansina y piadosa exhortación al diálogo. Para que haya “dia-lógos”, tiene que haber “lógos”; es decir, racionalidad, verdad, palabra. En un clima de visceralidad en el que las emociones mandan y de reducción de la verdad a mera transacción de intereses, el diálogo no es más que una pantomima, una palabra talismán que no significa nada, una pérdida de tiempo. ¡Basta ya de tanta apelación al diálogo! 

Si nos hemos cargado los fundamentos objetivos de la vida en común, si no compartimos algunos valores esenciales, ¿qué cabe esperar del diálogo, sino una cacofonía? Lo vemos en el campo político, pero también en el eclesial. Los casos del sínodo alemán y del conflicto que está viviendo la iglesia siro-malabar en la India son muy elocuentes. Me parece que la única forma de superar la polarización es un cambio de paradigma. Necesitamos descubrir la verdad como integración de contrarios, aprovechar la riqueza que cada polo tiene para crear un territorio común. No se trata de vencer al contrario por goleada para luego pisar su cadáver, sino de dejarnos cuestionar por sus puntos de vista y aprender a integrar sus valores con los nuestros.


La Iglesia podría ser una gran maestra de integración, pero a menudo se deja seducir y atrapar por alguno de los dos polos en juego. En vez de propiciar una pastoral de la integración, disfruta con la pastoral de trinchera. De esta manera traiciona su universo dogmático. La fe cristiana es un monumento a la integración. Creemos en un Dios que es uno y trino, en un Cristo que es Dios y hombre, en una Mujer que es virgen y madre, en una Iglesia que es santa y pecadora, universal y local, jerárquica y carismática. Los cristianos somos hombres y mujeres de integración. Nos apasiona más la conjunción copulativa y que la disyuntiva o

¿Cómo sacar más partido de nuestra fe integradora para sanar este mundo tan polarizado? Me lo pregunto mientras me ajusto el gorro de lana y acelero el paso. El verde de los prados en otoño ha dado lugar a un color parduzco producido por las heladas. Me alegro de huir del gentío que inunda estos días Madrid para poder disfrutar del silencio y la soledad. ¡Hasta parece que las ideas se aclaran un poco!

2 comentarios:

  1. Gracias Gonzalo, por ayudarnos a tomar conciencia de cómo en la vida, muchas veces, sin ser conscientes de ello, estamos polarizando o integrando. Abres una ventana que nos ayuda a ser más conscientes de nuestras palabras y/o hechos.

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  2. Me causa profunda tristeza ver cada puente o "acueducto" que el calendario laboral ofrece, los millones de desplazamientos que se originan sólo "por placer", por disfrutar, por gozar de esta vida. No importan los precios del combustible. No dudo que algún desplazamiento tendrá su razón de ser. Lo que me apabulla es que la palabra ahorro ha desaparecido de la información. No importa que España tenga una deuda BIMILLONARIA que heredarán hijos y nietos. ¿Hacia dónde va nuestra economía? ¿Dónde está la seguridad de las pensiones de las próximas generaciones? Si alguien con conocimientos y veracidad puede contestar, creo que se lo agradeceríamos todos los españolitos "pensantes".

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