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viernes, 27 de octubre de 2023

Recordar y olvidar


Llueve con la serenidad del otoño. Los prados verdean y los robles de los montes, a diferencia de los chopos, todavía no se han puesto amarillos. Por el balcón veo cómo caen las gotas hasta formar pequeños riachuelos que corren por los bordes de la calle. El silencio me ayuda a percibir la música suave de la lluvia. Es increíble cómo algo tan habitual puede producir una alegría íntima, casi infantil. Quizás es el contrapunto oportuno a la sobredosis de malas noticias que nos llegan estos días. 

La recepcionista del colegio donde celebro la Eucaristía cada mañana me decía ayer que en su familia han decidido no ver las noticias en la televisión. Resulta demasiado deprimente. Yo veo un riesgo aún más grave: es un acto anestésico. Superado el umbral de lo razonable, todo comienza a resbalarnos. Nos da casi igual que en Gaza mueran treinta que mil personas. Perdemos las proporciones. No estamos preparados para calibrar el nivel de sufrimiento. Por eso, tendemos a olvidar.


Un amigo mío indio me envió el otro día un artículo para la revista Vida Religiosa. Me resultó actual y penetrante. Lo publicaremos en el número de noviembre. Pone nombre a una polaridad que es imprescindible para la salud individual y colectiva. Necesitamos recordar y olvidar. Él lo dice de manera más técnica: amnesia (olvido) y anamnesis (recuerdo). Tan importante es evocar el pasado para fecundar el presente como olvidarlo para no quedar atrapados en él. 

La Biblia insiste mucho en el recuerdo. La fórmula “recuerda, Israel” aparece con frecuencia en los libros del Antiguo Testamento. Israel es el pueblo de la memoria. En el cristianismo no hay mandamiento más obedecido que el que dice: “Haced esto en memoria mía” (Lc 22,19b). Lo ponemos en práctica cada vez que celebramos la Eucaristía. También en ámbito civil se invoca con frecuencia la “memoria histórica”. En España hay incluso una ley de “memoria democrática” (sic). Necesitamos saber de dónde venimos, por qué se produjeron algunos acontecimientos y quiénes los protagonizaron o padecieron. Es un deber de justicia. Se repite como un mantra que los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla.


Siendo verdad la necesidad del recuerdo, no es menos verdad la necesidad del olvido. Estar demasiado consciente de lo que nos pasa no es un signo de salud; puede ser un signo de enfermedad. La verdadera salud exige cierto olvido. Esta amnesia también es necesaria para unas relaciones interpersonales sanas y para una vida espiritual abierta. La “santa amnesia” consiste en no aferrarnos a nada ni a nadie. ¡Y menos aún a recuerdos dolorosos o felices que nos anclan al pasado y nos impiden volar con libertad! El Dios de la alianza es también un Dios olvidadizo. No lleva cuentas del mal.

Algo de esto quiere decirnos Jesús cuando nos advierte de que “si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda uno solo; pero si muere, da mucho fruto” (Jn 12, 24). Pablo lo decía de otro modo: “Una cosa hago: olvidando lo que queda atrás y esforzándome por lo que está delante, prosigo hacia la meta, al premio de la celestial llamada de Dios en Cristo Jesús” (Flp 3, 13-14). Si recordamos sin olvidar, el pasado se convierte en un fardo insoportable. Si olvidamos sin recordar, el presente puede ser ilusorio. Lo que nos ayuda a vivir es mantener siempre en tensión los dos polos. Ambos son igualmente necesarios. ¡Hasta la neurobiología lo sabe! Sigue lloviendo con dulzura.


1 comentario:

  1. Escribes: La “santa amnesia” consiste en no aferrarnos a nada ni a nadie…
    Me ayuda esta definición para tener en cuenta que “lo que nos ayuda a vivir es mantener siempre en tensión los dos polos.”
    Da confianza saber que “el Dios de la alianza es también un Dios olvidadizo.”
    Gracias Gonzalo. Nos das pautas que nos facilitan el tener presente la necesidad de “recordar” y “olvidar”

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