Ayer, paseando por la alameda que discurre paralela al cauce del río Eresma y por las calles del casco antiguo de Segovia, se me hizo evidente que nunca sabemos quiénes somos sin leer con atención el libro de la naturaleza y el de la historia. El primero ofrecía ayer una bella página otoñal en la que el verde intenso de las praderas contrastaba con el amarillo de los árboles. Parecido contraste se daba entre algunas tiendas y restaurantes modernos incrustados en viejos edificios de solera.
El libro de la naturaleza, a través de las cuatro estaciones, nos permite entender mejor el ciclo de la vida. Nacemos (primavera), maduramos (verano), envejecemos (otoño) y morimos (invierno) para volver a empezar una nueva primavera. Leer este libro con asombro nos cura de la tentación de quedarnos detenidos en una etapa sin tener en cuenta la anterior (de dónde venimos) y la posterior (adónde vamos). El otoño, por ejemplo, nos enseña que el envejecimiento (por más que nos resistamos a él) forma parte del ciclo de la vida. Y que es mejor vivirlo con gratitud y belleza que con fingimiento y amargura.
El libro de la historia, por su parte, nos enseña que somos al mismo tiempo pasado, presente y futuro. Una casa del siglo XVII puede albergar en su interior una moderna tienda de ropa mientras, a través de grandes pantallas de plasma, nos anuncia un evento cultural. Segovia es, al mismo tiempo, una ciudad muy antigua (su célebre acueducto es el testigo sobresaliente de su historia bimilenaria) y muy moderna (basta fijarse en algunos comercios de última generación). Esta mezcla la hace muy atractiva. Es como si quisiéramos vivir como hombres y mujeres del siglo XXI sin renunciar al legado romano, judío, árabe y cristiano que nos transmite la historia.
A veces -como sucede con el convento y la iglesia del Corpus Christi- una vieja sinagoga judía acaba convirtiéndose en iglesia cristiana, un granítico acueducto romano -construido para transportar a la ciudad el agua de la sierra (fin utilitario)- deviene el gigantesco monumento que identifica a la ciudad (fin identitario) y un castillo medieval como el Alcázar -que fue palacio real, prisión, colegio de artillería y otras cosas- se transforma en museo. Para sobrevivir es preciso evolucionar, adaptarse a las condiciones cambiantes de la historia.
Creo que solo las personas e instituciones que saben evolucionar al ritmo de los tiempos tienen algo que ofrecer. Esto es muy aplicable a la Iglesia y sus diferentes comunidades. Ayer se cerró el Sínodo que ha reflexionado sobre el futuro de la Iglesia. Conozco a algunas personas que lo han seguido (o mejor, que no lo han seguido) con preocupación y casi con angustia, como si de esa asamblea fuera a salir una Iglesia herética desconectada de su multisecular historia. En realidad, se trata de algo más sencillo y necesario: discernir lo que el Señor quiere de nosotros en este tramo de la historia.
Responder que el Señor siempre quiere lo mismo (que seamos fieles al Evangelio) es una respuesta que de pura obvia puede indicar más una actitud de pereza que de verdadera fidelidad. Creo que algunos piensan que estamos viviendo un otoño o un invierno eclesial. Puede que sea así en algunas latitudes, pero el libro de la naturaleza nos enseña que no hay estación más cercana a la primavera que el invierno. El libro de la historia nos muestra que, después de cada crisis, la Iglesia se ha purificado y ha vivido una nueva etapa de fecundidad y fidelidad. No hay ninguna razón para pensar que no sucederá una vez más en nuestro tiempo.
Gracias por el detalle de los dos libros, el de la naturaleza y el de la historia… Libros abiertos que nos invitan a saber interpretarlos.
ResponderEliminarEl de la naturaleza, si nos lo sabemos aplicar, tiene las cuatro etapas bien definidas y cada una de ellas con su encanto si lo miramos en positivo. El otoño nos presenta una variedad de colores impresionante, antes de pasar al invierno. En el otoño de la vida, también es una etapa, donde los recuerdos vividos, adquieren muchas tonalidades. Es la etapa del agradecimiento por todos los regalos que nos ha ofrecido y nos está ofreciendo la vida y que nos permite saborear, con calma, lo vivido en la primavera y el verano. Todo ello nos ayuda también a reforzar y encontrar la paz para entrar en la del invierno que puede ser más o menos largo.
Gracias Gonzalo por ayudarnos a leer, en positivo, los dos libros.