Hacía tiempo que no me pasaba todo un día, desde la mañana a la noche, hablando con la misma persona. Ayer estuve entrevistando durante toda la jornada al sacerdote mexicano Heriberto García Arias. Con las varias horas de grabación pronto me pondré a componer el libro deseado. Varias personas me han preguntado por qué me decido a publicar este tipo de libros. Tengo bastante clara la respuesta. Aunque las reflexiones son clarificadoras, lo que de verdad nos mueve (y nos conmueve) son los testimonios. Necesitamos saber cómo viven y evangelizan las personas que, incluso en esta compleja sociedad nuestra, consiguen llegar al corazón de muchas personas hablando el lenguaje que todos entienden. El padre Heriberto es una de ellas. Es muy tradicional en el contenido y muy innovador en el método.
A través de las redes entra en contacto con muchos jóvenes que sufren problemas (desde el rechazo de sus familiares y compañeros hasta los intentos de suicidio) y que a tientas buscan un sentido a la vida. La red está llena de ángeles y demonios. Hay personas que animan y aplauden y otras que denigran y amenazan. Para evangelizar en la red hay que tener cuajo, exponerse a cuerpo descubierto. Los riesgos son evidentes, pero los evangelizadores de raza no pueden estar lejos del continente en el que viven los jóvenes. Es más fácil quedarse en los cuarteles de invierno, guarecidos de las críticas y los elogios, pero entonces sirve de poco quejarse.
Dentro de unas horas regreso a Madrid con el recuerdo de unas jornadas entrañables en esta antigua ciudad de Mérida. Ayer por la tarde, después de concluir la larga conversación con el tiktoker mexicano, tuve la oportunidad de presidir la Eucaristía en la basílica de santa Eulalia, un verdadero tesoro de la Iglesia local, patrimonio de la humanidad. Es emocionante caer en la cuenta de que en ese mismo lugar se llevan reuniendo los cristianos más de dieciséis siglos. Las modas cambian, la fe permanece.
Estos monumentos son testigos de la historia de una comunidad cristiana que vive hoy en situación de perplejidad. Contemplando la multisecular trayectoria, los muchos vaivenes y avatares, puede entender mejor que Jesús nunca la abandona, que él estará con nosotros “hasta el fin de los siglos”. A menudo no sabemos cómo. Tenemos la impresión de que estamos en los estertores, pero la Iglesia está muriendo y naciendo ininterrumpidamente. Cada vez que un hombre o una mujer se encuentran con Jesucristo y se adhieren a él mediante la fe, la Iglesia nace de nuevo.
Si algo me impresionó de la conversación con el padre Heriberto es que hoy necesitamos proclamar el Evangelio como lo que es en esencia: una “buena noticia” para los hombres y mujeres que sufren, que no encuentran el camino, que se sienten perdidos. No es el tiempo de reproches y acusaciones. Lo urgente no es denunciar lo mal que va nuestro mundo, sino la fuerza que tiene el amor de Dios para regenerar la vida de cualquier ser humano. Él no nunca nos abandona. Como dice san Juan: “Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16).
Hay evangelizadores que son más proclives a poner el acento en las heridas, los fallos y los pecados. Quizá son necesarios como despertadores, pero lo que nos llega al corazón no es el reproche permanente, sino el amor. Lo que nos mueve a cambiar es experimentar que somos amados cuando aún somos pecadores, no cuando podemos presentar un currículo impecable. San Pablo lo dice con palabras insuperables: “Apenas habrá quien muera por un justo; por una persona buena tal vez se atrevería alguien a morir; pues bien: Dios nos demostró su amor en que, siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rm 5,7-8).
Estimado Gonzalo. Ya hace muchos años no tenemos la oportunidad de encontrarnos y no sé si la vida me vuelva a premiar con ese regalo. Agradezco mucho mantener ese contacto cercano a través de cada publicación. Mi aprecio y oración por su ministerio. Att. Ángel.
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