Tener miedo es algo humano. Tememos, sobre todo, lo que no podemos controlar. La enfermedad, el sufrimiento y la muerte siguen encogiéndonos el alma. Pero hay además otros temores que están muy ligados a la situación actual. Nos da miedo el futuro incierto del planeta, las consecuencias de la guerra de Ucrania, el totalitarismo digital que puede traernos la IA, una hecatombe nuclear, una nueva pandemia más devastadora que la producida por el coronavirus… y otros miedos más locales y personales como la pérdida del puesto de trabajo, una crisis afectiva o el encarecimiento de los precios.
Los miedos, además de robarnos la serenidad y la alegría de vivir, nos vuelven recelosos. Estamos como a la defensiva. Todo y todos son posibles enemigos. Quizás sea esta la causa principal de ese continuo estrés que caracteriza la vida moderna. Nacidos para sospechar. Nacidos para defendernos. Sabemos, sin embargo, que no es posible vivir sin confianza. Si algo supone la fe es precisamente una confianza radical en Dios que nunca nos deja de su mano.
En este contexto, cobra mucha fuerza la invitación de Jesús a no tener miedo que aparece en el evangelio de este XII Domingo de Tiempo Ordinario. En realidad, se trata de una triple invitación. La primera tiene que ver con el ocultamiento de la luz: “No tengáis miedo a los hombres”. La segunda tiene que ver con la persecución: “No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma”. Finalmente, la tercera tiene que ver con la indefensión: “No tengáis miedo; no hay comparación entre vosotros y los gorriones”. Con el profeta Jeremías, todos podemos confesar: “El Señor está conmigo, como fuerte soldado; mis enemigos tropezarán y no podrán conmigo” (Jr 20,11).
La invitación de Jesús a no tener miedo tiene un fundamento sólido. Dios hará que todo lo escondido vea la luz, que ningún ataque pueda destruir la identidad de las personas (su alma), que ningún ser humano sea descartado o quede sin protección. No se trata de consejos piadosos para hacer más soportable este momento difícil, sino de la Palabra de Dios, que siempre es eficaz, aunque a menudo de forma diferente a como nosotros imaginamos. Por eso, necesitamos acogerla con un corazón humilde.
Cuando superamos los miedos que nos atenazan, entonces nos convertimos en testigos de Jesús, nos ponemos de su parte ante los hombres. Una de las razones de nuestra falta de intrepidez evangelizadora es el miedo paralizante. Tenemos miedo a una opinión pública muy crítica con la Iglesia, a no estar a la altura de las exigencias de un mundo científico y técnico, a no saber cómo manejar los escándalos que nos quitan credibilidad, a no encontrar las palabras justas para hacer que el Evangelio suene como “buena noticia”, a ser ridiculizados por seguir perteneciendo a una comunidad que muchos tildan de anacrónica, etc. La lista de miedos es interminable. La misión no avanza con miedo.
Solo compartimos “lo que hemos visto y oído” cuando dejamos que Jesús restaure nuestra confianza. Como nos recuerda Pablo en la carta a los romanos que hoy leemos en la segunda lectura: “No hay proporción entre el delito y el don: si por la transgresión de uno murieron todos, mucho más, la gracia otorgada por Dios, el don de la gracia que correspondía a un solo hombre, Jesucristo, sobró para la multitud” (Rm 5,14-15). Por muchos que sean los miedos, más fuerte es la gracia. Esta es la verdadera razón para no dejarnos intimidar, para convertirnos en “testigos intrépidos” de Jesús y su Evangelio. Feliz domingo.
Hoy nos dices algo que me parece muy importante para superar los miedos: “Sabemos, que no es posible vivir sin confianza. Si algo supone la fe es precisamente una confianza radical en Dios que nunca nos deja de su mano.”
ResponderEliminarMe ha llevado a recordar el tiempo de los niños y niñas pequeños… Cuando ponen la confianza en quién les cuida, desaparecen todos los miedos.
Si consiguiéramos una confianza total en Dios, tendríamos seguridad y los miedos no tendrían fuerza…
Actualmente, se verbalizan mucho los miedos económicos… Intento confiar plenamente y transmitir lo que nos dice Jesús: “Mirad los pájaros del cielo: ellos no siembran ni cosechan, ni acumulan en graneros, y sin embargo, vuestro Padre celestial los alimenta”… “Mirad los lirios del campo, cómo crecen no se fatigan ni hilan….” “… a cada día le basta su afán…”
Muchas gracias Gonzalo, estoy percibiendo como todo lo que vas escribiendo va dejando, en nuestro interior, “un poso” que va saliendo en muchas circunstancias de la vida.