Varias tormentas de verano están descargando algo de agua sobre Madrid. A diferencia del tórrido mes de junio del año pasado, este año las temperaturas se están conteniendo y las lluvias nos visitan casi cada día. Nos hace bien que el termómetro no se dispare para no aumentar todavía más los grados de la meteorología social. Falta poco más de un mes para las elecciones generales que se tendrán en España. En las próximas semanas se multiplicarán los mensajes de todo signo mientras la mayoría de las personas seguiremos con nuestro trabajo y, a lo más, soñaremos con las próximas vacaciones. ¿Será posible pensar en grandes acuerdos de estado que beneficien a los ciudadanos o seguirá primando la lógica partidista “por el bien de los ciudadanos”?
Si de verdad los políticos buscaran el bien de la gente -y no solo la consecución de sus intereses de parte o la imposición de sus ideologías- se pondrían de acuerdo para abordar problemas de primer nivel, como el desempleo, la realidad de las personas sin techo, la atención a la sanidad, la acogida ordenada de los inmigrantes, la reforma del sistema de pensiones… y otros muchos asuntos que son de “lesa humanidad”. Sin acuerdos generales es muy difícil abordarlos en su raíz y resolverlos de una manera razonable. Esto solo es posible con políticos de gran altura moral, suficiente competencia técnica y un estilo dialogante. Tal vez soy pesimista, pero veo a pocos con estas cualidades.
Siempre me ha impresionado una frase de Warren Buffet que, aunque nacida en el ámbito de la empresa, puede aplicarse perfectamente a la política: “Cuando contrato gente, busco tres cualidades: Integridad, Inteligencia e Interés [las tres famosas I]. Si no tienen la primera, las otras dos te matarán”. No hay nada más peligroso que un político inteligente y con gran interés, pero sin integridad moral. Lo ideal es que se den las tres cualidades en una proporción equilibrada. Un líder ético une a las personas inspirando a todas en torno a un proyecto común. Sabe lo que puede hacer (competencia) y quiere lo que debe hacer (excelencia). Un líder tóxico, por el contrario, divide a los miembros de su organización manipulándolos en busca de su interés personal. Sabe lo que puede hacer (competencia), pero quiere lo que no debe hacer (mezquindad).
Ha habido épocas de la historia en las que hemos tenido excelentes líderes éticos. Estoy pensando en quienes pusieron los fundamentos de la actual Unión Europea: Robert Schuman, Alcide De Gasperi, Konrad Adenauer, Jean Monnet, etc. Cuando soñaron una Europa unida, el continente estaba saliendo de la Segunda Guerra Mundial. La situación moral y económica era desastrosa. Se atrevieron a no pensar solo en sus países, sino en una salida conjunta de la crisis que asegurara la paz para el futuro.
Las comunidades cristianas y los centros formativos de la Iglesia tendrían que ser canteras de “líderes éticos”, tanto para el campo de la política, como para el de las empresas, la universidad, los medios de comunicación social, etc. Por desgracia, no siempre es así. Lo que muchos estudiantes buscan, ante todo, es el sueldo abultado, el prestigio social y la vida confortable. Por ese camino no llegamos muy lejos. Aunque uno logre “triunfar” en la vida y se asegure un estilo acomodado, si la sociedad en la que vive no progresa, si los que tienen más problemas no encuentran un lugar digno, el triunfo individual sirve de muy poco. Nunca habrá paz social y verdadero progreso sin justicia y equidad.
Echo de menos una generación de líderes cristianos (incluidos los obispos) que se tomen en serio esta transformación y que, con su testimonio y su esfuerzo, regeneren el tejido social. No habrá futuro sin una revolución ética y espiritual. Los grandes avances científicos y tecnológicos se pueden volver contra nosotros (de hecho, ya lo están haciendo en parte) si no se enmarcan en una visión humanista de la vida. La fe cristiana tiene mucho que aprender, pero también que aportar en este diálogo social. Los cristianos creemos que Cristo ha llevado la humanidad a su plenitud. Por eso, siguiéndolo a él, aprendemos a ser hombres y mujeres a cabalidad.
Estoy de acuerdo contigo, Gonzalo, de que “Nunca habrá paz social y verdadero progreso sin justicia y equidad” “… No habrá futuro sin una revolución ética y espiritual…” y que “… La fe cristiana tiene mucho que aprender, pero también que aportar en este diálogo social.”
ResponderEliminarO soy pesimista o me parece ver que cada vez hay más líderes tóxicos.