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viernes, 26 de mayo de 2023

No hay libertad sin gratitud


Invitado por un amigo común, ayer estuve almorzando y conversando con Santos Blanco, el joven director de la película Libres, que, a pesar de ser un documental y exhibirse en pocos cines, está teniendo un gran éxito. Éramos cuatro en la mesa. Dos (mi amigo Fernando y yo) superamos los 60 años. Los otros dos (Santos y Santiago, un sacerdote argentino amigo suyo) no han llegado todavía a los 40. Nos separan más de dos décadas. Es de suponer que cada pareja tiene las señas de identidad de su respectiva generación y hasta sus preferencias culinarias. Los más jóvenes optaron por la carne. Los sesentones nos apuntamos al pescado. Es solo una forma gastronómica de marcar las diferencias. Lo sorprendente es que, además de que los cuatro disfrutamos de la variedad y calidad de la comida, entre nosotros (dos laicos y dos sacerdotes) hubo una gran sintonía con respecto a los pilares de la vida. 

Santos me confesó que desde hace muchos años se siente atraído por la frase de Jesús: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6). De hecho, ha estructurado su película en torno a estas tres palabras miliarias, escribiéndolas incluso en griego: hodòs, alétheia y zoé. Para que sepamos bien de dónde venimos nosotros, hijos de Grecia y de Roma, el subtítulo figura en latín: Duc in altum, que podríamos traducir como Rema mar adentro. No está mal como invitación arriesgada a no quedarnos encerrados en nuestra zona de seguridad y como apelación a las lenguas clásicas que han vertebrado la nuestra; es decir, nuestra manera de pensar y de hablar. 

Santos no pretendía contar los entresijos de la vida monástica. Buscaba testigos (hombres y mujeres, jóvenes y ancianos) que, desde la experiencia de un encuentro y desde la autenticidad de una vida esencial, pudiesen contarle al descreído hombre contemporáneo, pero también al buscador insaciable, que Jesús nos señala una dirección en nuestro laberinto personal y social; que nos devuelve a la verdad de las cosas en el imperio de la apariencia y de las fake news; que nos inyecta la vida de Dios en la cultura de las muchas muertes que dinamitan hoy la existencia humana.


Santos no tiene pose de director de cine, ni creo que la tenga nunca porque, a la altura de sus 38 años, me dio la impresión de que sabe distinguir entre la espuma y la cerveza, entre la fama efímera y los valores permanentes. Creo que sintonizamos desde el primer momento. Con una amabilidad que me dejó un poco desarmado, al acabar la comida y la sobremesa, me trajo a casa en el Mini de su mujer. Por el camino pudimos completar la conversación iniciada en el restaurante. Me habló de un documental que hizo hace algunos años en Benín y de su nuevo proyecto cinematográfico que promete ser original y sugestivo. Descendiente de militares y marinos, parece genéticamente adiestrado para navegar en el mar proceloso de nuestra sociedad actual. No lo veo ni timorato ni combativo sin causa. No quiere convencer a nadie, pero sí aspira a irradiar lo que para él constituye el secreto de todo: Jesús, camino, verdad y vida.

Es muy consciente de que el objetivo del cine no es adoctrinar, ni siquiera instruir. Hay otros medios para eso. El cine entretiene, sugiere, provoca, despeja horizontes, suscita preguntas, crea emociones. Por eso, para hacer buen cine no es suficiente tener acceso a buenas historias. Hay que saber contarlas con los códigos específicos del séptimo arte. Creo que lo ha logrado con la película Libres y espero que lo consiga con las siguientes. Santos pertenece a un grupo de creadores que han crecido desde niños en sociedades abiertas en las que hay que aprender a decir las cosas sin ceder a la moda del momento y sin pretender sustituir un dogmatismo cultural por otro. 

Solo la verdad nos hace libres. La frase de Jesús es replicada por uno de los monjes de la película y es también el cantus firmus que la recorre desde los primeros fotogramas junto al mar hasta la vela que se apaga al final. Y no hay libertad sin gratitud. Amor con amor se paga. La continua acción de gracias (eucaristía) es el mejor modo de comprender y saborear la libertad. Todo nos ha sido dado, incluso la posibilidad de rechazar a Dios. Lo recuerda al final de la película un monje anciano (creo que camaldulense en el Yermo de Nuestra Señora de Herrera, en la provincia de Burgos) con su peculiar acento italiano.


Solo una hora después de que Santos me dejara en mi casa, me encaminé hacia el cercano cine Renoir para ver de nuevo la película en compañía de Carlos, un amigo mío periodista, que además es vecino. Tenía ganas de saborearla a fondo y, sobre todo, deseaba escuchar el eco crítico de alguien avezado en estos territorios del arte. Procuramos no hacer muchos comentarios durante la proyección, aunque no pudimos evitar algunos discretos. 

A mí me sorprendió ver que Carlos cada cierto tiempo encendía su móvil. Imaginé que estaba leyendo varios mensajes urgentes que le entraban en su cuenta de periodista. Me equivoqué. Lo que Carlos hacía era teclear a toda prisa algunas de las frases de la película que más le impresionaban. Lo supe cuando caminábamos por la calle Martín de los Heros de regreso a casa y él sacó en varias ocasiones el móvil para leer sus apuntes y, de esta manera, poner carne en nuestra conversación. 

Me hizo un par de comentarios críticos acerca de algunos planos que le parecieron innecesarios o un poco artificiosos, pero -como ha escrito esta misma mañana en su cuenta de Twitter- Libres “es una película que habla de vida en un sentido pleno, cargada de amor, felicidad y muchísima paz. Una experiencia emocionante”. También él se sintió inundado por la paz que la película transmite y por la forma natural, profunda y hermosa con que se abordan las cuestiones centrales de la vida sin pretensiones académicas y sin exceso de explicaciones, dejando que fluya el arroyo de la experiencia personal. 


¿No estaremos necesitando “zonas verdes” -como sugiere una de las monjas ancianas- en medio del gris compacto de nuestra autosuficiencia contemporánea? Donde nosotros ponemos ruido, los monjes disfrutan del silencio; donde nosotros ponemos aceleración y frenesí, los monjes reivindican la tranquilidad antes de que el movimiento slow la haya puesto de moda; donde nosotros nos sentimos estresados por la acumulación de ocupaciones, ellos articulan una vida armoniosa en torno a la oración y el trabajo (ora et labora); donde nosotros nos dejamos seducir por el consumismo imparable, los monjes disfrutan con la sobriedad (viven con pocas cosas y estas cosas las necesitan poco); donde nosotros nos volvemos ecologistas de salón, ellos viven desde hace siglos en armonía con la naturaleza que los rodea; donde nosotros nos las damos de exigentes y reivindicativos, ellos exudan gratitud por los cuatro costados; donde nosotros vivimos 
“como si Dios no existiera (etsi Deus non daretur), ellos hacen de Dios su tesoro y la fuente de su libertad y alegría. 

Naturalmente, todos estos ingredientes pasan por el crisol del misterio pascual. Nada es hermoso sin la purificación de la cruz. Las potentes y sugestivas imágenes de personas, abadías y paisajes no camuflan la verdad de una vida sacrificada y expuesta a pruebas, crisis y tentaciones como todas. La vida es bella, pero es también dura. Lo afirma sin titubeos uno de los religiosos. La alegría es fruto de una tristeza superada; el amor es un egoísmo vencido; la paz es una turbación aquietada; la vida, en fin, es una muerte derrotada. Los monjes son combatientes, no hippies ociosos o parásitos sociales, aunque una de las monjas utiliza esta última expresión para subrayar la inutilidad de la vida monástica en la sociedad productivista en la que hoy vivimos. 


¿Se comprende ahora por qué muchos de nosotros vamos por la vida con el corazón encogido y el ceño fruncido mientras ellos viven alegres y serenos? La clave la recuerda el carmelita holandés de barba poblada y voz profunda que habla a la cámara desde el monasterio carmelitano de las Batuecas: “Jesús nos dijo que nos amáramos unos a otros como él nos ha amado, pero nadie le hace caso”. Más claro, agua. 

Gracias, Santos, por tu obra y por tu amigable conversación. Gracias, Fernando, por haber propiciado el encuentro a través de la política de los manteles. No hay nada mejor que una buena comida para recrear la amistad. ¡No creo que nuestra vivaz conversación fuera la causa del torrente de agua que inundó el restaurante minutos después de nuestra partida! Gracias, Santiago, por tu presencia discreta y atenta. Y gracias, Carlos, por haberme ayudado a ver la película con otros ojos. Seguimos caminando.




5 comentarios:

  1. Realmente es una película que ya de entrada interpela y deja un eco que, experimento que van pasando los días y no se apaga, al contrario va tomando más relieve y ahora, con tus comentarios, todavía más. Puedo descubrir elementos que no percibí… Tiene más profundidad de la que, en un principio, aparenta.
    Necesito recordar lo que enumeras:
    Nada es hermoso sin la purificación de la cruz.
    La vida es bella, pero es también dura. Lo afirma sin titubeos uno de los religiosos.
    La alegría es fruto de una tristeza superada.
    El amor es un egoísmo vencido.
    La paz es una turbación aquietada.
    La vida, en fin, es una muerte derrotada.
    Gracias a ti, Gonzalo, por desmenuzarnos la película, hacerla digerible y ayudarnos a descubrir muchos aspectos que, en una primera vez de verla, me pasaron desapercibidos.

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  2. Gracias Gonzalo. Deseando verla.

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  3. ¿Se puede ver ya en internet? ¿Cómo?

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    Respuestas
    1. No, todavía no. Tardará bastante tiempo. Ahora se está exhibiendo en cines.

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  4. Impresionante reflexión, vi el documental hace un par de días con mi padre, al salir del cine estaba reflexivo y ojos lagrimosos, no cabía de alegría el haber encontrado tanta verdad en las experiencias que daban los protagonistas,gracias por tus palabras Gonzalo

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