Después de dos semanas en tierras catalanas, estoy de nuevo en Madrid. Mientras tecleo la entrada de hoy, estoy siguiendo de fondo la retransmisión por televisión de la solemne misa que se está celebrando en la Colegiata de san Isidro como conclusión del IV centenario de la canonización del santo madrileño. Se estrena una misa compuesta para la ocasión por el conocido sacerdote y músico italiano Marco Frisina, autor de algunas composiciones populares entre nosotros.
La canonización de san Isidro por Gregorio XV tuvo lugar en Roma el 12 de marzo de 1622. En aquel solemne acto fueron canonizados también otros cuatro insignes santos: los españoles Teresa de Jesús, Ignacio de Loyola y Francisco Javier y el italiano Felipe Neri. Corría entonces por Roma un dicho crítico contra el poder del imperio español en tiempos de Felipe IV: “Han canonizado a cuatro españoles y un santo”. Más allá de la ironía, los cinco son un ejemplo de cómo el Evangelio se puede vivir en situaciones distintas y con estilos singulares.
La historia de san Isidro es bien conocida, al menos en los ambientes en los que me muevo. En mis viajes misioneros me sorprendió comprobar que también es un santo muy popular en muchos países latinoamericanos y en Filipinas. El hecho de que fuera un hombre del pueblo, un campesino, lo hace muy cercano a las gentes del campo. Además, su esposa María de la Cabeza y su hijo Illán también murieron con fama de santidad, aunque no han sido canonizados oficialmente. Si en el caso de Isidro los elementos legendarios se entremezclan con los históricos, esta confusión aumenta en los casos de su esposa y de su hijo. En cualquier caso, son presentados como modelo de familia cristiana.
El año pasado tuve oportunidad de ver el cuerpo incorrupto de san Isidro expuesto en la Colegiata que lleva su nombre. Su sepulcro se abre en contadas ocasiones. La celebración del IV centenario de su canonización fue la ocasión para abrirlo, venerar su cuerpo y examinarlo con los métodos que hoy nos brinda la ciencia. Poder “ver y tocar” a un santo hace que muchas personas refuercen su fe en que es posible seguir a Jesús desde la debilidad de nuestra condición humana. Es verdad que, en relación a él mismo, Jesús había dicho: “Bienaventurados los que crean sin haber visto” (Jn 20,39). Pero también es verdad que los apóstoles se presentan como testigos que anuncian “eso que hemos visto y oído para que estéis en comunión con nosotros y nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo” (1 Jn 1,3).
No deja de sorprenderme que en una sociedad tan secularizada como la madrileña, san Isidro, un santo de los siglos XI-XII, siga siendo una figura popular y entrañable. La fe siempre mira al futuro, pero recibe savia de las raíces. Los pueblos y comunidades que mantienen la memoria de sus orígenes y honran a sus testigos viven el presente con gratitud y se preparan para el futuro con esperanza. [En este momento están haciendo las preces. Una de ellas es por los agricultores y por el final de la pertinaz sequía que estamos padeciendo en algunas regiones de España]. Es probable que también este año las nubes descarguen algunas gotas. Ya lo hicieron ayer. Raro es el año que no llueve en torno al día de san Isidro.
Ayer, mientras recorría en coche los 600 kilómetros que separan Vic de Madrid en compañía de un compañero nigeriano, pensaba en la necesidad que hoy tenemos de líderes que sepan leer el momento presente y nos ayuden a vivirlo con serenidad y esperanza. Cuando hablo de líderes me refiero a padres de familia, educadores, profesores, comunicadores, párrocos, políticos, etc. Es decir, a todos aquellos que tienen una influencia sobre nosotros y que pueden conducirnos hacia el escepticismo y la desesperanza (enfermedades típicamente europeas) o hacia la búsqueda de la verdad, la bondad y la belleza y, en definitiva, hacia la confianza en el futuro. Los líderes tóxicos destruyen a las personas y comunidades. Se comportan como expertos en Babel. Los líderes proféticos nos ayudan a crecer y madurar. Son testigos de Pentecostés.
Los santos -incluido san Isidro Labrador- pertenecen al grupo de los líderes proféticos, de aquellos que han vivido nuestra condición humana, han sufrido a menudo muchas pruebas e incomprensiones, pero nunca han perdido su fe en Dios y su entrega a sus semejantes. Por eso, me parece terapéutico que, en medio de tantos líderes tóxicos, celebremos a aquellos que nos ayudan a vivir, aunque hayan muerto hace casi mil años. La moderna Madrid se merece un santo como el medieval Isidro. ¡Que viva el santo!
Leyendo esta entrada de hoy, me transporta a la infancia. Era día de fiesta, pues había muchas familias que vivían del trabajo del campo. Se encendían hogueras, petardos, cohetes…
ResponderEliminarTenía una idea de un santo “sencillo” y lo estás confirmando… Sorprende como a nivel popular la gente se encomienda a personas, como a su esposa e hijo, sin canonizar… Valoran algo intangible… La santidad de gente sencilla se descubre… tienen algo que comunican, esta fe que viven, a toda costa.
Estoy de acuerdo contigo que necesitamos líderes proféticos que nos ayuden a crecer y madurar.
Gracias Gonzalo, por toda la información que nos das de este santo.