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viernes, 21 de abril de 2023

Se nos rompió el amor


Sí, el título de la entrada de hoy lo tomo de la balada del jerezano Manuel Alejandro que hizo célebre la chipionera Rocío Jurado en la década de los 80 del siglo pasado. Creo que muchos jóvenes de hoy se reconocerían en cuatro de sus versos: “Las cosas tan hermosas / duran poco. / Jamás duró una flor / dos primaveras”. El mensaje es claro: nada dura para siempre, ni siquiera el amor. 

Aunque admiro mucho a Rocío Jurado como cantante, no voy a escribir sobre ella. Tampoco sobre esta canción de desamor que se ha convertido en una especie de himno generacional. Si la menciono es porque ayer me enteré de que una joven pareja a la que casé hace poco más de cinco años ha decidido divorciarse. Este hecho no supone ninguna novedad en sí mismo. En España son muchas las parejas que cada año deciden separarse o divorciarse. El número se ha incrementado en 2021-2022, tras el suave descenso en el primer año de la pandemia. Respeto mucho las decisiones que toman los matrimonios, sobre todo cuando son el resultado de un serio proceso de discernimiento en común. En algunos casos, la separación o el divorcio son el mal menor dado el infierno que están viviendo. Y, más allá del acierto o el desacierto en la decisión, nunca debe faltar por parte de los familiares y amigos la comprensión y un acompañamiento respetuoso y discreto.

Pero eso no significa que, al menos en este caso, no me entristezca la noticia. Creo que mis jóvenes amigos dieron el paso al matrimonio después de un largo período de noviazgo y conscientes de lo que significaba el sacramento. Es verdad que su estilo de vida itinerante, impuesto por razones laborales, no favorecía mucho la relación, pero al principio no creyeron que esto pudiera suponerles un obstáculo insalvable. Eran una pareja joven, dinámica, compenetrada, económicamente estable, con muchos deseos de conocer mundo y con sueños para el futuro en común. Se los veía felices y esperanzados. En sus planes no figuraba poner punto final a la relación. 


Más allá de este caso singular, ¿por qué hoy son muchas las parejas que, tras un período más o menos largo de convivencia, deciden separarse? El fenómeno
ha sido estudiado desde diversos puntos de vista. Cada historia es singular y obedece a razones propias, pero se está volviendo cultural la idea de que los seres humanos no estamos hechos para la fidelidad monógama, de que esta es una concepción obsoleta ligada a la también obsoleta cultura judeocristiana. Emancipados de ella, podemos plantear las cosas de otro modo. Les he escuchado a varios jóvenes frases como estas: ¿Por qué voy a vincularme a una sola persona y perderme así la riqueza que pueden aportarme otras? ¿Por qué hacer compromisos de por vida si cambiamos tanto y no sabemos lo que sucederá mañana? ¿No es más humano y enriquecedor la “monogamia consecutiva” o incluso las diversas formas de poliamor? 

No es el momento de esbozar algunas respuestas a estas preguntas que se repiten a menudo con distintas palabras. Más allá de su pertinencia y actualidad, descubro un fenómeno más profundo que afecta tanto a los que deciden continuar juntos como a quienes optan por separarse. Es la dificultad de combinar el respeto a la sacrosanta autonomía personal (valor supremo en nuestra cultura individualista) con las inevitables renuncias que supone la vida en común. Muchos jóvenes quisieran disfrutar al mismo tiempo de las ventajas que supone una relación estable y de los beneficios de la vida en soledad. Incluso a veces optan por mantener una relación afectiva sin vivir juntos, para no tener que asumir el inevitable desgaste producido por la convivencia.


Amar no es solo experimentar un cosquilleo de mariposas en el estómago y mantener relaciones sexuales satisfactorias. El verdadero amor implica morir a uno mismo para renacer de una forma más plena. Ese “morir a uno mismo” pasa por cosas muy sencillas como ajustar el ritmo de vida a las necesidades de las otras personas con las que vivimos, renunciar a cosas legítimas para buscar lo que satisface a los demás, asumir el peso del cuidado (sobre todo, cuando llega el momento de la enfermedad, la ancianidad o la crisis), etc. Uno puede vivir todo esto como una carga insoportable que le impide disfrutar de su libertad personal. En ese caso, la relación se le volverá pesada y hasta tóxica. O puede vivirlo como una expresión libre de entrega y afecto. En este segundo caso, experimentará que “hay más alegría en dar que en recibir”. 

Naturalmente, el verdadero amor es una sabia combinación de cercanía y distancia, de presencia y ausencia, de afecto y respeto. Quienes conocen bien estas polaridades y se esfuerzan por mantenerlas en una saludable tensión, pueden hacer frente a las normales dificultades que toda convivencia implica. Quienes, por el contrario, no son conscientes de esta dinámica se pueden comparar “a un hombre insensato, que edificó su casa sobre arena. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa: ésta se derrumbó, y su ruina fue grande” (Mt 7,28). 

El amor no se rompe cuando está edificado sobre la roca del respeto y la entrega. Muchas parejas dan un admirable testimonio de fidelidad y de alegría. ¡Amar así es posible!



1 comentario:

  1. Pues sí, el amor se rompe y con demasiada frecuencia. Pero ¿qué tipo de amor es el que se rompe? No todos ni todas tenemos el mismo concepto de lo que es el amor para vivirlo plenamente en pareja.
    Como bien dices, pocas veces se tiene en cuenta de que “El verdadero amor implica morir a uno mismo para renacer de una forma más plena”.

    El paso del noviazgo al matrimonio, no es fácil si no se es muy consciente de ir edificando el amor sobre la roca del respeto y la entrega. Cuando se da el paso y cada vez más ocurre que la pareja se encuentra con todos los problemas que conlleva la vida en común y generalmente, los dos, no tienen el mismo concepto de “entrega” y todo se dificulta cuando el otro, empieza a ser una dificultad, un estorbo para realizar los planes que tiene uno de ellos… Se topa con que se encuentran en un mundo totalmente diferente del que han idealizado.
    Los dos llegan al matrimonio cargados con una “mochila” muy diferente la una de la otra, cuando la ponen en común se destapan muchas incompatibilidades.

    Gracias Gonzalo por la definición que nos das de: “… el verdadero amor es una sabia combinación de cercanía y distancia, de presencia y ausencia, de afecto y respeto…”

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