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martes, 18 de abril de 2023

La "otra fiesta" de la Resurrección


El Hospital General Universitario Gregorio Marañón es grande. Se encuentra en el corazón de Madrid. Lleva el nombre de un ilustre médico humanista y cristiano, Gregorio Marañón (1867-1960), pionero de la endocrinología en España e ilustre escritor. Ayer, a eso de las 6 de la tarde, el hospital estaba tranquilo. Yo me acerqué a uno de los pabellones, subí en el ascensor hasta la planta cuarta y localicé a un compañero mío en la sala de familiares. Estuve charlando un buen rato con él. Lleva más de un mes internado. Lo encontré mejor que la última vez que lo visité. La esperanza nos mantiene vivos. Después de despedirme de él y de algunos familiares que lo acompañaban, descendí a la calle O’Donnell y me fui caminando hasta la estación del metro. 

De regreso a casa, caí en la cuenta de que la visita a mi compañero había sido el reverso de la fiesta que un par de días antes habíamos tenido en la plaza de Cibeles. Allí miles de personas cantaron y bailaron. El motivo era celebrar el triunfo de Cristo, pero no estoy seguro de que esta motivación fuera demasiado explícita en muchos de los participantes, a pesar de que las pantallas digitales exhibían frases alusivas. En el Gregorio Marañón no vi a nadie cantando o bailando. Vi a algunos enfermos, pocos, paseando por los pasillos y a la mayoría en sus camas. Había también visitantes, pero no demasiados. Sus rostros parecían serenos, aunque imagino que la procesión iba por dentro. Es probable que muchos enfermos no asocien su experiencia a la del Cristo sufriente, pero el grado de inconsciencia es mucho menor que el de los participantes en el concierto del sábado. La enfermedad nos despierta por dentro, nos saca de la superficialidad, nos acerca al misterio de la vida y de la muerte.


Cuando todo nos sonríe, es fácil cantar a la vida, bailar con otros y celebrar la Resurrección, pero, ¿qué pasa cuando las cosas se tuercen y somos visitados a traición por la enfermedad y el dolor? A veces, de la noche a la mañana, gente que parecía sana, que llevaba una intensa vida laboral y relacional, recibe el mazazo de un diagnóstico fatídico. Muchos se hunden. Nunca estamos del todo preparados para asumir que nuestra vida se puede malograr o acabar antes de lo que habíamos imaginado. Otros, sacando fuerza de debilidad, asumen la situación y colaboran con los médicos para luchar contra la enfermedad. Unos pocos se sienten muy identificados con el Cristo resucitado que antes ha pasado por la tortura, la crucifixión y la muerte. 

La educación familiar y escolar nos prepara para trabajar, ganar dinero y vivir felices, pero pasa como gato sobre ascuas sobre “la otra cara” de la vida, casi como si no existiera. Se supone que cuando la descubramos encontraremos la manera mejor de afrontarla. En realidad, nos enfrentamos a la enfermedad y al sufrimiento como nos enfrentamos al resto de las dimensiones de la vida. Quien no se ha entrenado para asumir la frustración y no tiene valores en los que fundarse, se viene abajo. Quien sabe que la vida tiene varias caras y todas hay que mirarlas de frente, acepta con humildad la situación y se esfuerza por darle un sentido.


Admiro al personal que trabaja en los hospitales, desde los médicos, enfermeros y técnicos de laboratorio hasta los auxiliares, administrativos y encargados de los servicios de limpieza, cocina y mantenimiento. Ellos contribuyen a humanizar un trance que a todos nos desestabiliza. Estar enfermo -como indica la etimología de la palabra (in-firmus)- significa no estar firme, no tenerse en pie, no valerse por uno mismo. En situaciones de enfermedad, algunas personas se cierran en sí mismas y no quieren ser visitadas, se abandonan a sentimientos de derrota y depresión. Pero la mayoría agradece que haya otras personas cerca en las que poder confiar, personas que cuiden y acompañen, que sean como apoyos firmes para no caerse del todo. 

La enfermedad propia y ajena pone a prueba nuestras convicciones y actitudes, lo que valoramos y lo que despreciamos. Toda enfermedad trastorna nuestros planes. Nadie fija en su agenda un día particular para ponerse enfermo. Tampoco se pueden programar las enfermedades de las personas cercanas. Todo sobreviene sin previo aviso. Por eso, nos obliga a reordenar nuestras prioridades y reajustar nuestros planes. Pero precisamente lo que parece un contratiempo acaba revelándose como una excursión sanadora a “la otra cara” de la Resurrección. Esto es vivir a cabalidad. Lo pensaba ayer mientras el viento de la primavera me azotaba la cara.

2 comentarios:

  1. Una enfermedad grave que aparece sin avisar, de repente, desestabiliza a todos. Es un momento en el que todo tambalea… En segundos nos damos cuenta de que no somos nada, somos conscientes de la vida y la muerte… de golpe lo abandonamos todo, queda la persona enferma enfrentada a si misma.
    No es fácil descubrir, a través de la enfermedad, esta “excursión sanadora a ‘la otra cara’ de la Resurrección”. La mayoría necesitamos, como dices, estos apoyos firmes para no caerse del todo.
    En un hospital hay mucho dolor, mucho Viernes santo… Muchas personas que, en su ‘cruz’, como Jesús, viven el momento de: “¿Padre por qué me has abandonado?” Y también se vive mucho agradecimiento cuando ha habido alguien en quien poder confiar y hace posible emprender el camino de esta “excursión sanadora”.
    Gracias Gonzalo por ayudarnos a revivir experiencias que han ayudado a revivir “Resurrección”.

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  2. Me alegro que este mejor 😊

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