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viernes, 14 de abril de 2023

El poder de las sandalias


Le tocó hablar el jueves 13 de abril por la tarde. Vino enfundado en su hábito pardo de carmelita. Y vino con sus sandalias de siempre, sin calcetines, que para algo es el prepósito general de los Carmelitas... Descalzos. Tiene 57 años, pero podría aparentar alguno menos. Lo conocí hace 35 años cuando era un joven estudiante de teología y soñaba con una vida religiosa parabólica. Yo entonces era también un joven profesor que me atrevía a formular una interpretación de la vida religiosa como parábola existencial del Reino. Se produjo una fácil sintonía. 

Desde entonces, nuestros caminos se han cruzado muchas veces. Cuando yo dejé Roma después de 18 años, él se instaló en la Ciudad Eterna. Debido a esta larga historia de búsqueda común, se me pidió que lo presentara al comienzo de su conferencia sobre “Cristo, nuestra esperanza” en el marco de la 52 Semana Nacional de Vida Consagrada. Yo había leído el texto unos días antes. No me atreví a sugerirle nada porque cuando uno reflexiona sobre su propia experiencia es mejor respetar hasta las comas.


Miguel Márquez es -como él mismo se define- un “optimista enfermizo”, aunque sería mejor decir un “hombre bendecido con la esperanza”. El optimismo es un estado de ánimo; la esperanza es una virtud teologal. Tienen algunos parecidos externos, pero sus raíces son muy diferentes. Miguel es discípulo de Juan de la Cruz. Sabe muy bien que la esperanza es una noche oscura derrotada. Por eso, porque hoy vivimos una densa noche cultural, este es el tiempo más propicio para la esperanza. Solo espera quien sabe que no posee en sí mismo el secreto para hacer frente al mal que le rodea. Los ricos y autosatisfechos no esperan. Se limitan a programar e invertir. Solo esperan los pobres, quienes se dan cuenta del abismo que hay entre sus necesidades y sus posibilidades y por eso se abren a una dimensión que los supera. 

La esperanza nos conecta con Dios, el único que puede satisfacer nuestro ilimitado deseo de plenitud. Si esto lo dice un conferenciante que ha leído a san Agustín o a santo Tomás de Aquino, está bien, pero apenas mueve los corazones. Si esto lo dice un fraile en sandalias, a quien le toca lidiar con muchas situaciones de desesperación, entonces la cosa adquiere una nueva credibilidad, la credibilidad de la experiencia. En los escritos de Miguel Márquez no hay mucho aparato crítico, pero sí muchas historias que narran el paso de Dios por la vida de algunas personas y por la suya propia. Por eso, conecta con tanta gente.


En los cursos de liderazgo solemos hablar del “poder de la silla” para referirnos simbólicamente al poder asociado a la “silla” de quienes ocupan cargos de autoridad. A veces se habla también del “poder del micrófono” para aludir a la influencia que tienen quienes saben hablar y tienen posibilidad de hacerlo ante un público numeroso. Ambos “poderes” están muy asociados a la figura del sacerdote y pueden ser usados tanto para exhortar y animar como para inflar el propio ego narcisista. 

Más potente que esos poderes es, sin duda, el poder de las sandalias. Cuando uno va casi descalzo por la vida es como si se liberara de todo aquello que le otorga seguridad y, sobre todo, de los prejuicios. Un hombre en sandalias no se impone por la fuerza de su cargo o de sus cualidades, sino por la atracción de su autenticidad, por su anclaje a la tierra, por su contacto con la realidad. Quizá por eso Miguel se atrevió a decir que “este poner el pie en lo desconocido de Dios con la vida entera en juego es la base de la experiencia de la Iglesia y de la Vida Religiosa”. Reconozco que yo no soy un hombre de sandalias. Es una prenda que no me gusta. Empiezo a preguntarme si no necesitaré cambiar de calzado para exponerme más a la realidad como es, sin los afeites de quien está acostumbrado a escribir, pero no siempre a vivir en profundidad. 

1 comentario:

  1. Iba leyendo y me llegaba como una cascada de mensajes que se resumen en la palabra “esperanza”.
    Me sorprende, pero me encaja muy bien la frase que has escrito diciendo que Miguel “sabe muy bien que la esperanza es una noche oscura derrotada”.
    Das también una buena clave para reflexionar: “solo esperan los pobres, quienes se dan cuenta del abismo que hay entre sus necesidades y sus posibilidades…”
    Gracias Gonzalo por compartir toda esta experiencia de Miguel que nos puede ayudar a descubrir el mensaje de que “la esperanza nos conecta con Dios, el único que puede satisfacer nuestro ilimitado deseo de plenitud.”

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