Acabo de tener una entrevista con un laico que quiere publicar un libro. Su propuesta me resulta interesante. Al hilo de la conversación, hemos hablado de la poca incidencia que parece estar teniendo el camino sinodal en las iglesias de España. Y también de las dificultades que muchos párrocos tienen para contar con los laicos en la animación de las parroquias. Según su observación, sigue habiendo mucho clericalismo, no solo en el campo pastoral y litúrgico, sino también en el económico. Lo más llamativo de todo es que a menudo son las nuevas generaciones de sacerdotes las que han desempolvado tics clericales que parecían superados. Se sienten los “reyes del mambo” (con una interpretación un poco torticera del Código de Derecho Canónico) y tratan a los laicos como si fueran meros monaguillos.
A veces, hay personas con una dilatada experiencia profesional y un fuerte sentido de su identidad cristiana que podrían dinamizar la vida de las comunidades y parroquias, pero muchos párrocos se resisten a contar con ellas porque se les hace duro admitir que alguien pueda ser más competente que ellos, les haga sombra, o sencillamente porque quieren dominarlo todo, confundiendo supervisión con control. No han aprendido a delegar funciones y a buscar sinergias, y menos aún a trabajar en equipo, en verdadera misión compartida. Buscan ayudantes, no compañeros o colaboradores. No sé hasta qué punto la formación actual para el ministerio ordenado prepara, teórica y prácticamente, a los nuevos presbíteros para trabajar, codo con codo, con los laicos y las personas consagradas desde una teología renovada de las formas de vida cristiana.
Sé por experiencia que la realidad es más compleja. Junto a obispos, párrocos y sacerdotes en general muy clericalistas, hay otros muchos que llevan años poniendo en práctica un modelo de Iglesia basado en los tres pilares propuestos por el Sínodo: comunión, participación y misión. No sabría decir qué modelo predomina. En la opinión de los laicos con los que he hablado en los últimos días, sigue vigente el primero. Nos está costando mucho tiempo y esfuerzo pasar de una Iglesia piramidal a una Iglesia de comunión.
Creo que la actual escasez de vocaciones al ministerio ordenado es una etapa histórica querida por Dios para que, de una vez por todas, descubramos que todo bautizado es corresponsable de la vida de la comunidad cristiana y que, por tanto, todos debemos prepararnos para asumir nuestros compromisos, no por delegación de nadie, sino en virtud de los derechos y deberes que dimanan del Bautismo. En otras iglesias (sobre todo, en África y Asia) hace décadas que caminan en esta dirección. Los cristianos se sienten alegres de serlo. Tienen un hondo sentido de identidad cristiana y de pertenencia eclesial. Son conscientes de sus responsabilidades, incluidas las económicas.
La Iglesia española y europea tendrán futuro cuando los laicos lo sean por convicción, asuman sus responsabilidades y todos (obispos, sacerdotes, consagrados y laicos) entremos en una nueva dinámica en la que valoremos los dones de cada uno y los hagamos fructificar. Esto exige que todos nos formemos más a fondo para esa forma de ser Iglesia, cambiemos la legislación en lo que tiene que ser cambiada y, sobre todo, cambiemos nuestra mentalidad. En algunos casos, hay que pasar del clericalismo interiorizado a una forma participativa de entender la Iglesia; en otros, será preciso abandonar la indiferencia y la despreocupación para asumir compromisos serios y estables.
Sin esta “conversión pastoral” no hay futuro para nuestra Iglesia. Cuanto más la retrasemos, más nos quejaremos del “síndrome de las iglesias vacías”. Creo que no bastan pequeños retoques cosméticos, campañas aisladas o gestos de buena voluntad, una especie de permanente voluntariado. Se requiere una verdadera “revolución eclesiológica” en la que, junto con un nuevo rostro de los cristianos laicos, redescubramos nuevas formas de ser ministros ordenados. A mayor madurez de los laicos, más (no menos) madurez de los ministros ordenados. Vamos a ver si el Sínodo da un fuerte y eficaz impulso en esta dirección.
No sé si soy pesimista, pero veo difícil, en la actualidad, el cambio que se ha de dar en la Iglesia para que sea una realidad que el futuro sea de los Laicos. Y lo veo difícil por ambas partes.
ResponderEliminarEn lo que conozco, el Sínodo, a nivel de parroquias, en la mayoría no se ha sabido gestionar y la participación ha sido, mayoritariamente, a nivel de adultos tocando a la ancianidad. Los jóvenes no han estado presentes y se dieron muchas bajas en el tiempo de la pandemia que no se resolvieron luego. En resumen que no ha resultado atractivo para muchos y además ha llevado a confusiones.
Hay laicos preparados y disponibles, pero sí, hay todavía mucho clericalismo y hay miedo a abrir nuevos horizontes. Es necesario que los laicos que estemos convencidos vayamos haciendo un trabajo de hormiga, no hacen ruido pero poco a poco se va notando el trabajo realizado..
Gracias Gonzalo por ir creando inquietudes en este aspecto.